«Se debe decir
muy claramente
que los movimientos apostólicos
aparecen con formas siempre nuevas
a lo largo
de la historia,
y esto necesariamente, porque son
la respuesta
del Espíritu Santo
a las situaciones siempre cambiantes en que vive
la Iglesia«
Después de este repaso de los grandes movimientos apostólicos en la historia de la Iglesia, volvemos a la tesis que anticipé después de nuestro breve análisis de los datos bíblicos: a saber, que el concepto de sucesión apostólica debe ser ampliado y profundizado si queremos hacer justicia a todo lo que significa y exige. ¿Qué implica eso? Primero, significa que la estructura sacramental de la Iglesia se debe conservar como la base de este concepto. En esta estructura la Iglesia recibe, siempre renovada, la herencia de los Apóstoles, el legado de Cristo. Es mediante el sacramento, en el cual Cristo actúa por el Espíritu Santo, que la Iglesia se distingue del resto de las instituciones. El sacramento significa que la Iglesia vive y es continuamente recreada por el Señor como «creatura del Espíritu Santo».
Aquí deben tenerse presentes los dos componentes inseparables del sacramento que mencionamos antes: primero, el componente encarnacional-cristológico, es decir, la Iglesia vinculada al acontecimiento único e irrepetible de la Encarnación y de los acontecimientos de Pascua, el vínculo con la acción de Dios en historia; en segundo lugar, y simultáneamente, el hacerse presente de este acontecimiento en el poder del Espíritu Santo, es decir, el componente cristológico-pneumatológico, que garantiza a la vez la novedad y la continuidad de la Iglesia viva.
Lo que siempre se ha enseñado en la Iglesia sobre la esencia de la sucesión apostólica, la base verdadera del concepto sacramental de la Iglesia, se resume de esta manera. Pero este núcleo arriesga el ser empobrecido, de hecho atrofiado, si el concepto se aplica solamente a la estructura de la Iglesia local. El ministerio de la sucesión de Pedro permite superar la estructura eclesial puramente local. El sucesor de Pedro no sólo es el obispo local de Roma: él es obispo de toda la Iglesia y en toda la Iglesia. Encarna por ello una dimensión esencial de la misión apostólica, que nunca debe estar ausente de la Iglesia.
Pero el mismo ministerio petrino sería a su vez malentendido, y distorsionado en una excepción monstruosa a la regla, si cargáramos solamente a su portador con la realización de la dimensión universal de la sucesión apostólica [21].
En la Iglesia deben existir siempre ministerios y misiones que no se atan solamente a la Iglesia local, sino que sirven a la misión universal y a la propagación del Evangelio. El Papa debe confiar en estos ministerios, y ellos en él; y en la interacción armoniosa entre los dos tipos de misión se realiza la sinfonía de la vida eclesial.
La edad apostólica, que tiene valor normativo para la Iglesia, acentuó claramente estos dos componentes como indispensables para la vida de la Iglesia. El sacramento del Orden, el sacramento de la sucesión, necesariamente forma parte intrínseca de esta forma estructural, pero —aún más que en las Iglesias locales— está rodeado por una multiplicidad de servicios, y aquí es imposible ignorar la contribución hecha por la mujer al apostolado de la Iglesia. Resumiendo, podríamos incluso afirmar que el primado del sucesor de Pedro existe precisamente para garantizar estos componentes esenciales de la vida de la Iglesia y para conectarlos armoniosamente con las estructuras de las Iglesias locales.
A este punto, para evitar malentendidos, se debe decir muy claramente que los movimientos apostólicos aparecen con formas siempre nuevas a lo largo de la historia, y esto necesariamente, porque son la respuesta del Espíritu Santo a las situaciones siempre cambiantes en que vive la Iglesia. Y así como las vocaciones al sacerdocio no pueden ser producidas artificialmente, no pueden ser establecidas administrativamente, todavía menos los movimientos pueden ser establecidos y promovidos sistemáticamente por la autoridad eclesiástica. Necesitan ser dados como regalo, y son dados como regalo. Solamente debemos estar atentos a ellos. Usando el don de discernimiento, solamente debemos aprender a aceptar lo bueno en ellos, y a descartar lo malo.
Una mirada retrospectiva a la historia de la Iglesia nos ayudará a reconocer con gratitud que, a pesar de todas las pruebas y tribulaciones, la Iglesia siempre ha tenido éxito en encontrar espacio para todos los grandes nuevos despertares espirituales que emergen en su seno. Sin embargo no podemos pasar por alto la serie de movimientos que fracasaron o que condujeron a dolorosos cismas: montanistas, cátaros, valdenses, husitas, el movimiento de Reforma del siglo XVI. Y sin duda ambas partes se deben repartir la culpa por el hecho de que en definitiva el cisma se mantuvo.
[21] La aversión al primado y la desaparición del sentido de la Iglesia universal están sin duda vinculadas con la idea de que el concepto de Iglesia universal está corporizado solamente por el papado. El papado, así aislado y sin conexión vital con las realidades de la Iglesia universal, aparece entonces como un escandaloso monolito que perturba la imagen de una Iglesia reducida a ministerios eclesiales puramente locales y a la coexistencia de comunidades locales. Pero de esa forma no se capta la realidad de la Iglesia primitiva.
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