Una de
las preguntas más sanas y cruciales que surge durante
el noviazgo es
si los miembros
de la pareja
están realmente llamados a ser
"el uno para el otro", mientras avanzan por este camino

Existen hitos fundamentales
que marcan normalmente
el desarrollo del vínculo, y que será necesario recorrer en meses o años, cada pareja según su propio tiempo












Con la profundización
del vínculo surge
el reconocimiento
de que hay posibilidad de crecer y encarar
un proyecto común

Cristo Vive Aleluia! N° 105
 

¿El uno para el otro?

Una de las preguntas más sanas y cruciales que surge durante el noviazgo es si los miembros de la pareja están realmente llamados a ser "el uno para el otro". Son muchos los argumentos a favor del Sí y a favor del No, mientras los novios avanzan por el camino en el que aún está vigente la posibilidad de bifurcar los senderos o volver a elegirse

Hace unos años, alguien hacía una reflexión que centra la atención en el núcleo de la vida de la pareja: "En realidad, en el mundo deben existir varias personas con las que un hombre o una mujer, psicológicamente sanos, puedan formar una pareja sólida y estable. Lo verdaderamente importante es descubrir en la historia del propio noviazgo, que en el tiempo compartido hubo crecimiento personal y como pareja, y que existe una profunda corriente de amor y transparencia en el vínculo, que posibilitará el desarrollo posterior".

Esta reflexión motiva otras preguntas:

• ¿qué significa crecer?

• ¿qué etapas atraviesa habitualmente una pareja?

• ¿cuáles son los riesgos de cada etapa?

• ¿qué pasos son necesarios en los momentos de crisis para salir adelante?

• y finalmente ¿cuándo una pareja de novios está preparada para el matrimonio?

En las experiencias de quienes ya han realizado el camino de noviazgo se observan muchas similitudes en el proceso de crecimiento. Hay variaciones según la edad, ocupación e historias personales, pero en todos los casos existen hitos fundamentales que marcan normalmente el desarrollo del vínculo, y que será necesario recorrer en meses o años, cada pareja según su propio tiempo.

Como en todo camino humano, la siguiente división en cinco momentos de ninguna manera intenta ser estricta, e incluso en cada pareja habrá elementos que se superpondrán en uno y otro período. El objetivo es describir algunas de las situaciones que se viven durante el noviazgo ordenadas de forma sucesiva para analizar ciertas características.

En los distintos momentos del desarrollo de la persona, la única alternativa positiva para resolver una crisis es el crecimiento. Durante el noviazgo, existe otra posibilidad de resolver en forma satisfactoria una crisis, con la ruptura temporaria o definitiva del vínculo.

1. La elección

El primer momento es la elección o enamoramiento inicial. Suele estar condicionado por elementos que marcan un estilo de relación y afectan el crecimiento futuro. Esos factores internos y externos a cada persona, necesitan ser purificados y discernidos para evitar distorsiones.

"Dios nos llamó": Así afirman algunas parejas al comenzar su noviazgo. Aunque puede ser verdad, esta afirmación encierra el riesgo de atribuirle a Dios una responsabilidad que hasta el momento del matrimonio corresponderá fundamentalmente a cada novio. Es innegable que es el Señor quien realiza un llamado a la vida matrimonial, pero esa afirmación conlleva un proceso de discernimiento durante el noviazgo, y sólo en el matrimonio alcanza su carácter sacramental.

El grupo familiar y social de pertenencia suelen ejercer mayor influencia de la que los novios creen: pueden condicionar la elección, ya sea aprobándola o desaprobándola. La pareja debería discernir con el paso del tiempo qué influjo tuvieron los distintos factores externos en la elección.

Los factores internos que influyen son numerosos. Es importante tener en cuenta el miedo a la soledad. Como la gran mayoría de las personas vive en pareja, para algunas estar solo puede significar una gran dificultad. La búsqueda de la pareja entonces se convierte en un intento por encontrar el medio para aliviar la tensión de la soledad o alguien con quien elaborar una crisis personal.

Entre el que ayuda a alguien a salir de una crisis o dificultad, y el que recibe ese apoyo, se establece una conexión muy profunda que puede confundirse con un llamado al noviazgo, cuando en realidad se trata de sentimientos de agradecimiento o compasión. Si la motivación real es la de repetir u olvidar experiencias de noviazgos anteriores, el nuevo vínculo puede no fundamentarse en el verdadero amor, que aprehende al otro en lo más profundo de su personalidad y sus potencialidades.

La complementación enriquece a la pareja. El riesgo se plantea cuando se establecen roles fijos que se complementan (tímido-extrovertido, callado-hablador, serio-alegre), ya que los roles fijos suelen dificultar el desarrollo personal.

2. El enamoramiento

En el período inmediato al primer "Sí", cada novio presenta y ve del otro sus mejores cualidades, o las que más le atraen. En esta época no se mide, ni pesa, cualquier sacrificio. Las diferencias y posibles conflictos transcurren sin mayores problemas. En cierta medida es un anticipo del horizonte de ternura y cuidado que la pareja debería recuperar permanentemente con el paso de los años.

El riesgo principal es la creación de fantasías o desilusiones con respecto al otro en esta etapa inicial transitoria, en la que el predominio de lo sentimental altera una visión equilibrada de la realidad. La crisis de crecimiento propia de este período tiene como resolución la aceptación del otro como alguien distinto de las ideas que uno tiene sobre él. Alguien que cambia y al cual es necesario aprender a conocer. Una de las mayores riquezas de la vida en pareja es la posibilidad del crecimiento a partir de las diferencias. Mediante el amor, la persona que ama posibilita al amado que manifieste sus potencialidades aún cuando sean diferentes de las propias expectativas. El amor es una invitación al otro a desarrollarse en su ser único e irrepetible.

3. La profundización

Cuando la relación se profundiza se conoce al otro en situaciones por lo general distintas a las que rodearon la época del enamoramiento. Se aprende a ver las reacciones del novio o de la novia con sus amigos, su familia, en situaciones de angustia o alegría. La persona y su entorno pueden verse con una objetividad mayor. Es el tiempo para el desarrollo de un diálogo más profundo, que respeta las diferencias. Para algunos, comienza a pesar la entrega por la pareja. Surgen las primeras discusiones fuertes, en algunos casos motivadas por la desilusión o la urgencia de ver cambios en el otro.

El primer riesgo de esta etapa es la aparición del silencio en su aspecto negativo de incomunicación. Un sinónimo de él, es la superficialidad del vínculo o la intensa vida social. Por la falta de comunicación o la intensa actividad, la pareja no dedica tiempo para pensar sobre sí misma. El descubrimiento de las diferencias puede hacer tambalear una relación en la que sólo se mantienen las formas, sin aprender a amar las diferencias y límites del otro aún con dolor y sufrimiento. Otras parejas comienzan a sentir apuro por casarse, mirando más la necesidad de ver cambios que el surgimiento real de un proyecto común.

Los novios tienen la posibilidad de abrir su corazón el uno al otro en la oración común, como un modo de vinculación más profundo, para poner en manos de Dios las alegrías y las dificultades, ya que «el que obra conforme a la verdad, se acerca a la luz para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas según Dios» (Jn 3,21). A través de la oración y la vida de interioridad se abre una puerta para el Señorío de Dios en la vida de cada pareja.

Mientras que en la etapa del enamoramiento el crecimiento surge a partir de la aceptación del otro como distinto de uno y de las ideas acerca de él, con la profundización del vínculo surge el reconocimiento de que hay posibilidad de crecer y encarar un proyecto común.

4. El proyecto común

Al llegar a esta etapa la pareja establece algunas fechas tentativas de casamiento y piensa ya más en firme en su futuro profesional, familiar, y estilo de vida. Es el tiempo de la imaginación y la creatividad en el amor. Los signos de madurez surgen en la manera en que se aprende a congeniar dos proyectos de vida. Poco a poco se descubre que las diferencias no son un obstáculo insalvable porque hay un vínculo de amor en la base.

En cuanto al vínculo físico, la pareja se permite cada vez experiencias de mayor intimidad en las muestras de afecto. Es necesario hacer crecer en armonía la expresión de afectos con la profundización del proyecto común. «Que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto sin dejarse llevar por la pasión, como hacen los paganos que no conocen a Dios» (1 Tes 4,4-5).

También se solidifica la entrega concreta y silenciosa en la renuncia, y en la invitación caritativa al cambio. Se otorga al otro mayor autoridad para opinar y acompañar el propio crecimiento personal.

Aquí el principal riesgo es el entusiasmo con los proyectos (la casa, la idea de una familia) y no con el otro como persona. Nuevamente aparece el riesgo de que la pareja, que tal vez ya compró algunos muebles o artefactos para la vida común, no se dé tiempo para discernir si realmente están llamados al matrimonio. Incluso hay quienes atribuyen en forma indiscriminada a la providencia de Dios estos bienes, y los consideran un signo del llamado de Dios al matrimonio. En realidad el bienestar económico no es de por sí un signo de bendición de Dios sobre la vida: «Maria dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7).

Algunos religiosos y consagrados se toman varios días de retiro antes de formular sus votos definitivos. De la misma manera, antes de comenzar a dialogar sobre el camino definitivo hacia el matrimonio, la pareja o cada uno por separado podría tomarse el tiempo suficiente de meditación y oración como para poner en manos de Dios este proyecto común que comienza a solidificarse.

Toda decisión entraña riesgos, pero un crecimiento satisfactorio hasta este momento, y la perspectiva cierta de seguir creciendo en el amor, son la garantía mínima con que se puede comenzar a preparar la vida matrimonial.

5. El pre-matrimonio

Al poner la fecha definitiva de casamiento, las parejas actuales se ven bombardeadas de tal manera por las tentaciones del consumismo, que la frase "estar preparándose para casarse", significa más la compra de cosas en sí, que el discernimiento cuidadoso del proyecto común y de qué cosas materiales son necesarias para lograrlo. Las idas y venidas a negocios, oficinas estatales, bancos, se incorporan súbitamente al ritmo de la pareja y es habitual que resten tiempo al diálogo y comunicación serena.

Otra de las inquietudes de esta época del noviazgo es dónde poner el límite en la intimidad física. La enseñanza de la Iglesia afirma con claridad que las relaciones sexuales propiamente dichas tienen su marco específico en el matrimonio. Por esto, el acrecentamiento de la intimidad física debe ser especialmente discernido y conversado por cada pareja, teniendo en cuenta el respeto y cuidado por el otro. Los límites para cuidar la castidad del noviazgo surgen del profundo conocimiento de sí mismo y del otro en su sensibilidad.

Uno de los mayores riesgos de esta etapa es que la pareja sacrifique la vida de interioridad y la oración común en aras del consumismo. Por igual razón, los novios pueden acostumbrarse a "funcionar" sin detenerse a elaborar.

En esta época las familias suele ejercer presión sobre las elecciones que realizan los novios. Es el momento de recordar que «el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer» (Mc 10,7).

Conclusiones

El noviazgo es una etapa de transición hacia un estado definitivo, pero no "una sala de espera". La tarea de crecimiento y profundización del vínculo supone también la transformación de cada uno animada por el amor.

En el matrimonio el Señor llenará la gracia y convertirá en algo sagrado esa unión, pero la pareja deberá iniciar un nuevo proceso de aprendizaje en el amor, donde se pondrá a prueba la solidez alcanzada en el noviazgo.

Que el Señor proteja el camino de cada pareja de novios para que también a través de ellos podamos atestiguar: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16).

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Ruben Guillemi & Esperanza J.
Cristo Vive Aleluia!
Nº 105, p. 6 (1996)

Material trabajado en las reuniones con parejas de novios del Movimiento que aspiran a construir su vocación como proyecto de "iglesia doméstica".

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.