Tuve mi primer experiencia de oración en diciembre de 1973. Hasta ese momento mi religión era algo más en mi vida. Entre mis actividades figuraba el ir a Misa los domingos, y darle una ojeada al Evangelio. Manejaba a Dios según mi comodidad, y lo hacía único responsable del dolor y la miseria de la humanidad. Sabía que Él estaba en todos lados, pero nunca había tenido un encuentro íntimo con mi Dios. Hablaba de un Cristo Vivo, sin darme cuenta de que verdaderamente seguía a un crucificado.
La primer oración me impactó mucho. "Algo" se movió dentro mío. Allí comprendí que había posibilidad de encuentro entre nosotros, pero también vi que suponía un camino de interioridad desconocido para mí.
En los meses siguientes perseveré en la oración, convencida de la presencia de Jesús cuando dos o tres se reúnen en su nombre; aunque me costaba unificar mi realidad con la vida del Señor. Creo que lo que más influía para generar esta dualidad era mi adolescencia.
Fue como caminar por un largo desierto, con la esperanza puesta en la fidelidad de Jesús a su promesa de enviar el Espíritu Santo. Y en noviembre de ese mismo año, el Señor me dio la gracia de derramar sobre mí su Fuerza. Fue como llegar al oasis de Agua Viva…
Todo cambió asombrosamente. En mi oración experimenté un contacto más profundo con el Señor, que no dependía de mí. El Espíritu reavivado oraba y me ponía en presencia del Padre, aún a pesar de mis estados de ánimo o disposición, lo que se acentuó cuando recibí lenguas dos meses más tarde.
Entonces sentí el regocijo de ser hija del Señor, amada por mi Padre en cada uno de mis días. Pensada desde siempre para ser colaboradora de su plan de Salvación. Él había optado por mí dándome la vida. Él me daba la libertad para elegir o no la Vida del Evangelio.
Todos mis sentimientos se transmitían en amor y alegría para mis hermanos, lo que no me costaba gran esfuerzo: era el Padre que obraba en mí, que me hacía templo del Señor.
Jesús pasó a ser el centro de mi vida. Mi dualidad adolescente desapareció. Él totalizó mi vida, dándole un sentido y una valoración nueva a cada cosa. Podía vivir cualquier situación a la Luz del Evangelio, con el auxilio de su gracia.
La Palabra de Jesús dejó de ser algo aburrido y pasado de moda. Al contrario, fue la respuesta al mundo actual. El Espíritu Santo me dio Amor y Confianza en la Palabra. Leyéndola se me revelaba la persona de Jesús. Comprendí que el Evangelio leído desde el Espíritu y con su unción, podía ser vivido y así actualizado a cada momento. El Evangelio es realmente Palabra de Vida Eterna.
Otra gracia experimentada fue la de una nueva dimensión de la libertad. Jesús me daba una libertad más profunda de lo que yo podía suponer. Él rompía lo que encadenaba mi corazón, todo aquello que me hacía quedar en mí misma, todo lo que me impedía permanecer en el Amor. Una libertad que me permitía optar y asumir libremente la vida de su Evangelio.
Hace ya un año de mi experiencia del Espíritu Santo. Los efectos inmediatos que narré anteriormente se atenuaron. Creo interpretarlo de este modo: el derramamiento fue para mí una Gracia inicial. Yo podía quedarme, o trabajar interiormente junto a mi Jardinero, para que lo recibido fructifique. Nada podía yo hacer por mí misma, y el Señor necesitaba de mí para actuar. El Señor me daba su Fuerza, la respuesta estaba en mi vida.
Al experimentar el poder del Señor entiendo por qué los Hechos de los Apóstoles comienzan con Pentecostés. Sé que mi vida de apóstol de Jesús es realmente pequeña, sé que caigo a menudo, sé que el Señor no puede desarrollar toda su potencia en mí, pero no dejo de reconocer las grandes cosas que el Señor ha obrado. El Espíritu Santo es el que me eleva por sobre mi pecado, es el que no me permite quedarme en mí misma mirando mi miseria, es el que una y otra vez mueve mi corazón para que salga del sepulcro gritando: ¡Resucitó el Crucificado!…
Todo para gloria del Señor. Amén.
Claudia I. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |