Creemos en un sólo Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres Personas en un sólo Dios Omnipotente e Infinito. Catecismo básico, pensarán ustedes.
El Padre y el Hijo se aman desde siempre tanto como nos aman a nosotros. Y sin embargo, ¿cuántos "cristianos" creen verdaderamente en el poder del Amor de Dios que es el Espíritu Santo? Parece un absurdo: soy cristiano por el Bautismo, y no conozco al enviado de Jesús que me hizo hijo del Padre.
Todo cristiano está llamado a ser santo. Y es el Espíritu el que nos santifica, renovando nuestra mente y nuestro corazón por el amor. Todo cristiano está llamado a ejercer la plenitud de los dones y carismas del Espíritu Santo, según Él los concede y distribuye para común utilidad.
El cristianismo nos es cosa fácil. Exige heroísmo y entrega total. Exige VIVIR, aceptando la responsabilidad de ser LIBRES. ¿Todavía creemos que con nuestra propia y minúscula capacidad podemos llegar a ser cristianos?
No nos engañemos. Jesús conoce lo que hay en el corazón del hombre, nuestra debilidad y flaqueza. ¿No nos ve cayendo a cada paso? Por eso mismo nos envía la Fuerza de lo Alto. Para ser sus testigos. Firmes, valientes, decididos.
Once hombres sencillos convirtieron al mundo por obra del Espíritu. ¿Qué no podremos hacer ochocientos millones de auténticos cristianos?
No es cuestión de proponerse: "a ver, ¿cómo puedo parecerme a Jesús?" Digamos más bien:
"Señor, envía tu Espíritu
y renovarás la faz de la Tierra.
Cambia mi corazón egoísta.
Hazme sensible
al clamor de mis hermanos.
Guía mis palabras y mis obras.
Libérame de todo lo que me ata:
afectos, posesiones, heridas.
Enséñame a conocer al Padre,
para que Él pueda hacer de mí
otro Testigo fiel".
Cuidémonos hermanos de cerrarnos en una actitud intelectual. El Espíritu Santo es Amor. No es una idea o conclusión. Es un fuego santo que quema las entrañas. Es amor al hermano, al desconocido, al enemigo. Hasta dar la vida por él.
«Nada hay imposible para Dios» (Gén 18,14). Él puede transformar nuestros corazones de piedra en manantiales de Agua Viva. Y nos elige a nosotros, incrédulos, para que se vea bien que nuestras obras no son mérito nuestro, sino para gloria del Padre. El mundo está sediento de la Vida del Creador. No apaguemos el soplo del Espíritu en nosotros. No demoremos la venida del Señor.
Es en la profundidad de la oración humilde y comunitaria donde el Señor Jesús se manifiesta plenamente. Es el Señor quien derrama el «vino nuevo» en «vasos de barro». Es el Espíritu el que intercede por nosotros y en nosotros, con gemidos inefables, palabras y cantos de ángeles. Es Él quien nos revela la gloria de Jesús Nazareno, constituido Señor y Nombre sobre todo nombre, con todo poder en el Cielo, en la Tierra y en el abismo (cf. Flp 2,9-11).
El Padre así lo ha querido. Y así lo quiere: «verdaderos adoradores en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Sólo así podrá hacer de nosotros vehículos de su Gracia, que se derrama purificando, amando, liberando, plenificando. El Padre atiende a nuestras necesidades, aún las más superficiales. La Providencia está allí, como despensa y abrigo del cristiano. Amor inagotable, infinito. Vida Eterna.
Hermanos, todavía no hemos comenzado a servir, si no es el Espíritu de Jesús el que ama en nosotros y acoge al otro en el corazón. Dejemos que la Voluntad de Dios se cumpla plenamente en nosotros. Que el miedo a cambiar dé paso a la Vida de Jesús en nosotros, signos de contradicción llenos del Espíritu del Padre.
Que María, Madre de Dios y de la Iglesia, Madre Nuestra y Esposa del Espíritu, nos guíe al Reino de su Hijo, anticipado en nosotros por los dones del Espíritu Santo. Y la paz y alegría de Jesús, que el mundo no conoce, fortalezcan nuestra esperanza en el triunfo del Amor. Que así sea.
Carlos E. Yaquino, |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |