El mundo necesita ver y oír
el testimonio
de una comunidad que ama.
Seamos nosotros
esa comunidad, poderosa en la fe, activa en
la esperanza
y abundante
en el amor;
fuego nuevo para tiempos nuevos, presencia
del Resucitado
«El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8). El camino que conduce al amor es conocer a Dios; conocer no sólo racionalmente, sino sobre todo experiencialmente, con la totalidad del ser. Nadie puede amar sin conocer a Dios, sin haber palpado el amor. A lo sumo, podrá esforzarse en cumplir costosamente con las obras externas, que en realidad deberían ser manifestaciones del Amor que nos habita.
Muchos hombres no aman porque no han conocido el amor. Tal vez en sus vidas no hubo amor. Cuando se abrieron al amor, hallaron rencor, desconfianza, temor, egoísmo. Han sido heridos en lo más profundo. Han quedado inválidos para amar. Caminan lastimosamente, cargando con su tristeza y amargura. Quizá nunca supieron cuál era la verdadera causa de su pesada carga. Quizá ni siquiera se reconocen seres frustrados. Van por el mundo gimiendo su desventura y lastimándose y lastimando a los que encuentran, sin proponérselo.
Dios es amor, y el que conoce a Dios conoce al Amor. El que conoce a Dios conoce la salud, conoce la libertad. Porque el amor sana y hace libre. Hemos sido creados para amar, para ser sanos y libres. Sólo el amor llena la necesidad más profunda de nuestra alma, sólo el amor satisface el insaciable llamado a la plenitud que clama en lo más íntimo: «¡Abba! ¡Padre!» (Gál 4,6), y «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).
«Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él» (1 Jn 4,16). No basta conocer el amor; hace falta creer en Él. Hace falta optar por el amor. El que le cree al Amor, el que elige amar, se lanza a amar a sus hermanos y hermanas, se hace Buena Noticia para los demás. Los hombres que agonizan en el desierto del mundo esperan conocer el amor, la vida, la libertad que existen entre nosotros, y así creer en Aquel que da y que es ese Amor, esa Vida, esa Libertad. Ellos tienen derecho a conocer el amor que viene del Dios-con-nosotros. Ya no podemos negarnos más.
Hemos sido creados para ser uno en el amor. Familia de Dios y Pueblo Santo. Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Éste es el inaudito plan del Padre. «Para que el mundo crea» (Jn 17,21). El mundo espera encontrar entre nosotros el dinamismo del amor. El mundo necesita ver y oír el testimonio de una comunidad que ama (cf. Hch 2,37), en la alegría de la entrega cotidiana, en la gozosa esperanza de la gloria, en el anuncio fecundo de sus obras.
Seamos nosotros esa comunidad, poderosa en la fe, activa en la esperanza y abundante en el amor; fuego nuevo para tiempos nuevos, presencia del Resucitado que ilumina a todo hombre y le ofrece la salvación, Ciudad de Dios y Morada del Espíritu, una y santa Iglesia de Jesús. Busquemos día a día ese amor, y desde nuestra experiencia de Dios anunciemos ese amor a los hombres. Sólo así hablaremos como testigos de lo que hemos visto y oído. Sólo así nuestro anuncio será creíble y tendrá la eficacia transformadora de la Palabra de Dios, porque será ella, y no nosotros, la que cambiará los corazones, llamándolos a la alegría plena. Así sea.
Carlos E. Yaquino, |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |