Hemos de edificar una Iglesia cada vez más pastoral y comunitaria,
un Pueblo
estructurado orgánicamente
en comunidades, fieles a la Alianza, abiertas
a la acción del Espíritu Santo
y fuertemente conscientes de su vocación
misionera y evangelizadora
«El anuncio del Evangelio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado, cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón a las verdades reveladas y, más aún, al programa de vida que propone. Adhesión al Reino, al mundo nuevo, a la nueva manera de ser, de vivir y de convivir que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de la entrada visible en una comunidad de fieles, que es en sí misma signo de la novedad de vida» (Evangelii Nuntiandi, n° 23).
Hoy día, la palabra "Iglesia" evoca para muchos la imagen de una sociedad grandemente organizada, presente en todos los continentes y rigiendo a 750 millones de hombres por medio de 'leyes universales' promulgadas por el Papa; la imagen de una 'institución' que se sitúa junto a muchas otras instituciones.
Para Dios y su Pueblo, sin embargo, la Iglesia es principalmente una comunidad orante, fraterna y misionera de personas que reconocen a Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, como el Salvador de los hombres y el Señor del universo, y que habita en medio de ella por el Espíritu Santo conduciéndola hacia el Padre.
En la Iglesia primitiva, ser cristiano y pertenecer a una comunidad eran sinónimos. Era inconcebible un cristianismo masificado, de individuos aislados e incomunicados. Además de pertenecer a la Iglesia de una manera global y general, los nuevos convertidos eran insertados por el Espíritu en una comunidad local concreta donde podían crecer en el amor mutuo y en el servicio al Señor. Una comunidad-familia de Dios donde vivir la vida cristiana y anunciarse mutuamente la Palabra de Dios (ver Hch 2,41 4,32-37 5,14-16 5,42).
Estando unidos es como se vive el cristianismo (Jn 13,35). Sin la proximidad de mis hermanos, ¿cómo podría partir el pan espiritual? ¿Cómo podría poner en común los dones y carismas que he recibido? ¿Cómo vivir el mandamiento del amor? El cristianismo es comunitario por esencia. Pero si esto es cierto es todo tiempo y lugar, el cristiano de hoy tiene necesidad de encontrar verdaderas comunidades cristianas no sólo para vivir su fe, sino para sobrevivir como tal en un ambiente más y más hostil al cristianismo.
Hemos de edificar una Iglesia cada vez más pastoral y comunitaria, con dinámicas cada vez mejor adaptadas a la vida de sus miembros. Un Pueblo estructurado orgánicamente en comunidades, donde vivir el amor mutuo, donde sanar nuestro ser íntegro por la presencia real de Jesús en la Eucaristía y en la oración compartida (cf. Hch 18,20). Comunidades fieles a la Alianza, abiertas a la acción del Espíritu Santo y fuertemente conscientes de su vocación misionera y evangelizadora.
La meta principal de los esfuerzos pastorales hoy en la Iglesia debe ser construir comunidades que le hagan posible a una persona llevar una vida cristiana normal y plena, debe ser edificar un Pueblo unido al Señor que viva para alabanza de su gloria (cf. Ef 1,11). Comunidades donde las relaciones mutuas no sean meramente "funcionales" (en orden a realizar un objetivo), sino fundamentalmente interpersonales, fraternas, como hermanos en Cristo.
Si a ti el Señor te ha confiado una porción de su Rebaño, grande o pequeña, si Él te ha puesto como guía de tus hermanos, pregúntate con valentía: ¿estoy trabajando por hacer de ellos una verdadera comunidad cristiana? ¿Tengo certeza de que el Centro de sus vidas es Jesús? ¿Les he enseñado a alimentarse diariamente de la Palabra del Señor? ¿He orado para que cada uno reciba "la plenitud" del Espíritu? ¿Han aprendido de mí a ser fieles al amor del Padre aún en las angustias de la cruz?
Esto es exactamente lo que Jesús está haciendo hoy entre los suyos. Está edificando comunidades cristianas vivas y fecundas. Así prepara a su Pueblo para el combate último (cf. Lc 21,8-36), así embellece a la Novia para el encuentro con el Amado (cf. Ap 21,1-11). Dejémoslo obrar en nuestro corazón, y en el de nuestros hermanos.
«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 3,20.22).
Carlos E. Yaquino, |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |