Existe un orden
de prioridades
en el proceso
de construir una comunidad eclesial

























Apuntar a la conversión profunda de los
estilos de vida
según el Evangelio

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 24
 

¿Evangelizar a los bautizados?

Hoy se habla mucho de evangelización. El Pueblo de Dios va tomando conciencia de su identidad de evangelizador y se hacen grandes esfuerzos misioneros por llevar el Evangelio a quienes aún no lo conocen.

También se hace patente la escasa formación de la mayor parte de los cristianos, muchas veces reducida a restos de la catequesis de su infancia. Para subsanarla se organizan cursos, retiros espirituales, etc. Se intenta asimismo motivar un compromiso más activo de apostolado, en alguna de las distintas posibilidades existentes.

¿Alguna vez intentaron pintar una casa que no tenía techo? ¿O se preocuparon de ubicar los muebles en una vivienda todavía sin revocar? Existe un orden definido de prioridades en el proceso de construir una casa, ¿no es cierto? Los obispos en Puebla, refiriéndose a la evangelización, señalan adecuadamente que también existe un orden de prioridades en el proceso de construir una comunidad eclesial:

«Nuestro primer servicio, para formar una comunidad eclesial más viva, consiste en hacer a nuestros cristianos más fieles y maduros en su fe, alimentándolos con una catequesis adecuada y con una liturgia renovada» (Puebla, n° 364).

Vamos a desmenuzar un poco esta afirmación:

NUESTRO PRIMER SERVICIO

Todo cristiano evangeliza enviado por una comunidad reunida en torno a Jesucristo, que manifiesta localmente a la Iglesia universal. Si no hay tal comunidad, ¿qué amor mutuo estoy anunciando? El anuncio más poderoso es la propia vida transformada; desde allí, mi predicación se torna creíble.

Para edificar una casa, lo primero que hay que hacer no es ponerle el techo, pues al faltarle los cimientos y las paredes nuestros esfuerzos serían vanos. Igualmente, nuestro primer servicio no debe dirigirse a las situaciones de mayor necesidad de evangelización (indígenas, inmigrantes, marginados, etc; cf. DP 365), sino justamente hacer que existan comunidades cristianas que puedan asumir real e integralmente dichas necesidades.

No se afirma que deban desatenderse tales situaciones; sólo se ubica claramente dónde debe concentrarse nuestro esfuerzo.

PARA FORMAR UNA COMUNIDAD ECLESIAL MÁS VIVA

Ésta debe ser la meta de los pastores del Pueblo de Dios. Formar una comunidad no es algo automático, sino que requiere un proceso conducido con objetivos claros. Hace falta ayudar a los bautizados a concretar visiblemente la comunidad eclesial a la que pertenecen. Una comunidad eclesial es muchísimo más que una muchedumbre anónima reunida el domingo por la mañana.

Los obispos piden una comunidad eclesial más viva, no más "culta" o "informada" sobre Cristo, su Iglesia, los sacramentos, el Año Mariano, etc. Las primeras comunidades cristianas atraían por su vitalidad: rostros felices, miradas limpias, relaciones fraternas, austeridad de bienes, fervor y entusiasmo en la fe, curaciones asombrosas, etc. No se dudaba en arriesgar la vida por ingresar en una de ellas. El contraste con nuestros frágiles ambientes cristianos es evidente y no puede dejarnos indiferentes.

Muchas veces pretendemos revitalizar a nuestros fieles con programas de catequesis, charlas de moral familiar, psicología adolescente, etc. etc. O bien exigimos desde el púlpito que se observe la ética cristiana. Y nuestro esfuerzo no logra modificar radicalmente la realidad, porque no hemos empezado por ver si el cimiento estaba firme. Hemos dado por hecho el compromiso real con la persona de Jesucristo, la experiencia del amor del Padre y de la acción potente del Espíritu, tres rasgos básicos de nuestra fe.

¿Cómo hacían Pedro, Pablo y Juan para formar comunidades eclesiales vivas? ¿Por dónde empezaban? ¿Qué pasos seguían? ¿Qué modelo tenían?

CONSISTE EN HACER A NUESTROS CRISTIANOS MÁS FIELES Y MADUROS EN SU FE

El primer servicio evangelizador no es a los musulmanes, budistas o ateos, (aunque lo necesiten mucho), sino a nuestros cristianos. Ser cristiano implica una serie de cosas muy concretas y específicas que la mayoría de los bautizados ni siquiera conoce o practica. Es urgente recristianizar a tantos "cristianos hereditarios" que carecen de una opción personal consciente por vivir radicalmente su fe. El bautismo es sólo el comienzo de un proceso de crecimiento en Cristo, hasta llegar a la madurez del hombre adulto en la fe y las virtudes del amor. Este proceso no puede darse por existente: una mirada realista debe mostrarnos el desamparo de muchos bautizados, hambrientos de la sabiduría de la Palabra, huérfanos de pastores y de hermanos, exigidos a vivir cristianamente ("cargando su cruz por el desierto") y a crecer en la santidad sin el apoyo del único ambiente (la comunidad cristiana viva) y sin experimentar el único poder (el Espíritu Santo) que hacen eso posible.

El arte del pastor no consiste en exigir fidelidad o madurez, sino en dar la «leche pura y espiritual» de la Palabra de Dios (cf. 1 Pe 2,2) y en guiar a su rebaño a aquel Amor de Dios que con el tiempo dará frutos de fidelidad en la entrega y madurez en la vida cristiana.

ALIMENTÁNDOLOS

La responsabilidad de los que apacientan el rebaño de Dios es muy grande. ¿Qué clase de alimento dan a sus ovejas? Muchas veces la última novedad del ambiente o las ideas de moda reemplazan la fecundidad de la Palabra de Dios.

De acuerdo al modelo claro de "adulto en la fe" que podemos hallar en la Escritura, es vital alimentar la fe de los bautizados según su edad en Cristo y cuidando que su crecimiento sea armónico. No podemos quejarnos de la debilidad de nuestro hijo de 20 años si todavía lo alimentamos sólo con leche una vez por semana. Igualmente, tampoco es suficiente una homilía dominical para hacer crecer a los hijos de Dios. Hay que desarrollar estructuras pastorales aptas para ayudar a este proceso de crecimiento. Hay que reconstruir un ambiente comunitario cristiano donde puedan arraigarse y aprender a servir con su don al Cuerpo Místico de Cristo.

¿Cómo sabremos qué hacer? Orando, leyendo la Palabra de Dios como libro que me enseña a vivir hoy, humillándome ante la presencia del Señor, confiando en su Espíritu…

CON UNA CATEQUESIS ADECUADA

No nos interesa tener personas informadas sobre Cristo, con gran cultura religiosa. El objetivo es cambiar vidas según el plan de Dios, y nuestra enseñanza debe apuntar a la conversión y transformación profunda de los estilos de vida de las personas, según el modelo del Evangelio de Jesús.

Es preciso enseñar a orar personal y comunitariamente, a vivir guiados por el Espíritu Santo, a someter toda la existencia al Señorío de Cristo, a vivir conscientemente la Alianza con el Padre, a relacionarse fraternalmente como miembro de un Cuerpo, a discernir en lo personal, lo comunitario y lo social la Voluntad de Dios, a cultivar las virtudes de la caridad, a encontrar el propio servicio dentro del Pueblo de Dios y del mundo, a construir la civilización del Amor…

Y CON UNA LITURGIA RENOVADA

La mayoría de las celebraciones litúrgicas de nuestro Pueblo de Dios no son realmente celebraciones. ¡Qué contraste hay a veces entre lo que recitamos o cantamos con lo que expresan nuestros rostros y tonos de voz! Una comunidad eclesial viva manifiesta espontáneamente su vitalidad en la participación orante activa y profunda, en el ambiente fraterno, y se experimenta a sí misma como Pueblo de alabanza, Pueblo de Dios en marcha…

Queda así mucho por hacer en este terreno, según los lineamientos del Vaticano II y el ejemplo de las primitivas comunidades cristianas. Al margen de todo exceso, es urgente concretar la renovación evangélica de nuestras celebraciones litúrgicas y sacramentales, ya propuesta y recomendada por los obispos, en el contexto de una renovación espiritual más amplia: la «que el Espíritu Santo suscita hoy en los ambientes y lugares más diversos» (Pablo VI).

El desafío está planteado. La tarea está a la vista. El Señor mismo está trabajando en ella. La Iglesia sobrevivirá triunfante a los desafíos de los tiempos modernos si, fiel a sus orígenes, sabe descubrir en ella la presencia activa del Espíritu del Resucitado, que la guía hacia la consumación de su destino de eternidad gloriosa. ¡Amén!

Carlos

Carlos E. Yaquino,
Cristo Vive Aleluia!
Nº 24, p. 31 (1980)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.