Promovemos
una renovación evangélica
porque oramos
la Palabra,
optamos por ella como estilo de vida, la vivimos
en el Espíritu,
la
anunciamos
por el testimonio
de vida,
y realizamos
su Señorío
La Palabra
de Dios
crea la Comunidad como signo de
la Evangelización
Dios llega a ser Dios-para-nosotros cuando puede disponer de toda nuestra vida
porque se la hemos entregado enteramente
«La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rom 5,8).
A comienzos del año 1976, al tiempo de la publicación de la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y junto con el primer Cursillo de Evangelización —que definía la espiritualidad naciente de los entonces "Grupos Juveniles de Oración"— se nos entregaron los Principios y Actitudes de Evangelización.
De ellos, el décimo y último se expresa así:
«Los cinco aspectos básicos de la Renovación Evangélica son: 1) La manifestación de la fe en el Misterio Pascual de Jesús Revelador, Salvador y Señor, y su irradiación por la paz y el gozo de la Resurrección que nos hace testigos y apóstoles del amor y la Palabra de Dios aún en medio de muchas dificultades, con la alegría del Espíritu Santo. 2) La vida y actividad carismática del Espíritu Santo como fruto de la Pascua y glorificación de Jesús. 3) La Alianza de la comunión fraterna como fundamento real de la Comunidad cristiana en general y de las comunidades consagradas en particular y su celebración en la Eucaristía del Señor. 4) El apostolado de la evangelización de nuestro mundo de hoy. 5) Una decidida pastoral del Señorío de Cristo sobre la vida temporal y el compartir los bienes entre los cristianos, los pueblos y las nNaciones». |
Por eso, definiendo a nuestro Movimiento, según la historia y el desarrollo de su carisma podemos afirmar que —en la Iglesia y en el Mundo y desde una opción inicial del Espíritu por los jóvenes— él es un Movimiento de Renovación Evangélica.
La Palabra de Dios se hace presente entre nosotros con su plenitud de luz y de vida, de entrega y alegría, de amor y de recreatividad integral. De ahí que no sea fácil, y al mismo tiempo sea bíblicamente sencillo, presentar los aspectos fundamentales de esta Renovación.
Podríamos hacerlo desde dos ángulos: la renovación personal a que conduce el encuentro con la Palabra de Dios y la renovación comunitaria y social a la que proyecta la misma Palabra en «un año de gracia del Señor» (cf. Lc 4,19; Lev 25,8-17).
En nuestros corazones, la Palabra se hace encuentro con nosotros y entre nosotros (Lc 17,21) por medio de la oración comunitaria. Es en el Pueblo de Dios orante donde la Palabra se pone en movimiento vivo haciendo gemir al corazón por su conversión.
La conversión es la opción que la persona hace, iluminada por la Palabra e impulsada por el Espíritu, de que Dios sea el Centro absoluto y total de toda la vida personal y de toda la existencia social. Es en la comunión de la oración donde la Palabra nos persuade para que, dejando el pecado, nos desplacemos a nosotros mismos y a todo otro ídolo del centro de nuestra existencia, llegando a asumir efectivamente un Dios que sea DIOS en nuestra vida.
Así se recibe la experiencia de un Dios vivo y operante. Así se evangeliza prácticamente nuestra imagen real de Dios. No la que podemos enunciar con precisión doctrinal cuando decimos que Él es un Ser absoluto, infinitamente bueno, justo y poderoso. Tampoco aquella en la que lo afirmamos como el Ser supremo que debe ser amado por sobre todas las cosas…
Sino la imagen que inconscientemente vivimos cuando prescindimos de Él, postergándolo o haciendo lo que queremos; recluyéndolo en una explicación nocional mientras no integramos en la fe todos los caminos de la vida o cuando nos entregamos a servir naturalmente las necesidades de algún prójimo…
Dios llega a ser Dios-para-nosotros cuando Él puede disponer de toda nuestra vida porque se la hemos entregado enteramente. Entonces aprendemos a disponer de nosotros mismos dejándonos orientar por Él y sintiéndonos participantes en un Plan de vida y salvación que nos trasciende, pide nuestra colaboración e interesa a toda la humanidad.
El hombre, así recentrado en Dios su Padre Creador y Realizador, es inevitablemente movido a comportarse como testigo de un estilo trascendente y evangélico de vida. El hombre convertido en discípulo de Jesús de Nazaret se hace portavoz de la Novedad que ha entrado en su vida. Como Pablo, no puede dejar de anunciar la vida nueva que ha descubierto en su ser.
La primera proyección de la vida del que ha creído, del creyente, es la fraternidad. «Nosotros hemos creído en el amor» (1 Jn 4,16). Y el amor mutuo, fruto de la Palabra que derrama su Espíritu (Rom 5,5) es a la vez signo de que «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Por eso, la Palabra de Dios crea la Comunidad como signo de la Evangelización. ¿Puede pensarse en estar evangélicamente modelados si no hay signos concretos de compartir nuestra vida con los demás? Creemos que no.
Jesús vino a crear una Comunidad-lglesia; vino a enseñarnos cómo tratarnos entre hermanos; vino a dejarnos la ley de la comunidad como su mandamiento, ya que el amor mutuo es la plenitud de la Ley (cf. Rom 12,8-10).
La Comunidad de Jesús supone las "ovejas" y los "pastores". Los que reciben la Palabra, conviven en su amor y celebran el sacramento eucarístico de la Pascua, y los que cuidan, orientan, organizan los dones y servicios y ayudan a crecer y madurar la santidad de la Vida en el Cuerpo de la Iglesia (cf. Jn 10,11ss; 21,15-17; Hch 7,1-7).
Es característica esencial de El Movimiento de la Palabra de Dios, desde sus orígenes, la vocación a la vida comunitaria según diversos modos (grupos de oración, fraternidades, Nazaret consagrado, Comunidades Pastorales) y el cuidado y "pastoreo" de la vida que la Palabra vuelca entre nosotros. Es en el desarrollo del carisma del amor y en el ejercicio pastoral y fraterno del don de discernimiento donde el Cuerpo crece por el cuidado de las gracias del Señor.
La segunda proyección del discípulo de Cristo es su aspiración temporal de un Mundo Nuevo donde se geste y desarrolle la civilización del amor.
La fe no se ha de entender sólo como relación personal con Dios o con los hermanos. Se ha de extender "normalmente" a la relación social de los hombres y a su vinculación con el universo que habitamos y usamos. La fe abarca la integridad de relaciones que tiene el hombre por el hecho de ser persona.
De ahí la aspiración latente entre nuestros jóvenes profesionales y universitarios de constituir Centros del Mundo Nuevo, ámbitos de trabajo y civilización dignos de los hijos de Dios. Ello será signo del Señorío de Cristo en nuestras vidas a la vez que, fruto del reconocimiento práctico y secular de que Jesús es el Señor.
Sintetizando, podemos decir que el Movimiento promueve una renovación evangélica porque:
• Ora la Palabra de diversos modos ("Encuentro en la Palabra", "Oración por versículos", oración comunitaria espontánea) para abrirse a su Trascendencia divina.
• Opta por la Palabra como un estilo de vida revelado por el Padre a sus hijos.
• Vive la Palabra, con límites y debilidades, en el fervor del Espíritu Santo que nos hace comunidad.
• Anuncia la Palabra por el testimonio personal de vida, la comunicación hablada y el signo de la hermandad evangélica.
• Realiza el Señorío de la Palabra de Dios en la búsqueda de una Civilización del Evangelio donde los hombres puedan trabajar en paz y sin mezquindad, transformar la Tierra y organizar la convivencia compartiendo el amor desde los bienes, y alabar comunitariamente a Dios como Centro absoluto del amor que da vida, libertad y realización plenamente humana.
María de Nazaret, Madre de la Palabra de Dios, nos ayude a ser fieles al carisma de la evangelización en nuestras vidas y a su proyección salvadora, santificadora y recreadora en la Iglesia y en la tierra de misión que es nuestro mundo de hoy.
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© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |