Estamos en
el comienzo de
una nueva época para el mundo,
con
características peculiares
Urge escrutar
los signos que presenta esta situación como desafío y secundar la
acción del Espíritu de Dios
Todos nosotros somos testigos del proceso de cambio cada vez más acelerado que vive nuestra sociedad, pero quizás no seamos plenamente conscientes de la magnitud del impacto social que ello implica. Éste es un tiempo de cambios, y esto significa que la cultura, los modos de relación, las maneras de pensar y las estructuras básicas sobre las que se construye nuestra vida entran en crisis: se movilizan, cambian, aparecen o desaparecen con una frecuencia antes desconocida.
Es posible que la historia —en cierto modo— se repita, porque el hombre es siempre hombre, pero la importancia y la intensidad de los cambios desarrollados en el corto lapso del último siglo hacen pensar, más bien, que estamos en el comienzo de una nueva época para el mundo, con características peculiares que la diferencian de otros períodos históricos por los que ha pasado la humanidad.
Existe en esta nueva época una característica distintiva, que puede ser fácilmente detectada: la rapidez del cambio social. Toda otra transición que la humanidad efectuara se desarrolló en períodos históricos amplios, con lo que las pautas culturales se reacomodaron en el término de varias generaciones. A medida que nos acercamos a nuestros días observamos cuánto más rápidamente se efectúan los cambios sociales.
En la actualidad esos cambios se dan en cuestión de algunos años. Algunos gráficos pueden ilustrar rápidamente cómo, en términos de población, comunicaciones y tecnología, la humanidad se encuentra en una etapa radicalmente diferente de todas las anteriores que ha vivido.
Si observamos atentamente que todos ellos tienen la forma de L acostada, vemos que muestran cómo durante largo tiempo se fue avanzando, hasta llegar a un punto donde el proceso se acelera furiosamente (desde la revolución industrial). La tendencia actual es mantener este ritmo de cambios, con el consiguiente impacto social.
¿Cuáles son las consecuencias de estos cambios acelerados? Algunas de ellas ya se advierten:
Un ritmo acelerado de cambios implica un creciente relativismo en cuanto a la "verdad" como tradicionalmente se la entendía. Lo que se creía cierto en una cultura estática ahora es puesto en duda ante el impacto del cambio social que trajo la cultura urbana.
Surgen así los subjetivismos y se va perdiendo la conciencia moral, destruida por la falta de un ambiente normativo con un sustrato de valores cristianos.
La pérdida cada vez mayor del influjo de lo tradicional. En una sociedad estática la variedad de opiniones es mínima y la variedad de conductas se ve como perjudicial, Los ciclos evolutivos de la cultura son prolongados (típico caso del ambiente rural). Es una sociedad donde la experiencia de vida y las tradiciones son muy valoradas.
En nuestra época, y con el empuje de la creciente urbanización, la sociedad se dinamiza; ya no se valora tanto lo tradicional como lo novedoso, lo transitorio, lo reciente. La sociedad se torna pluralista.
Dentro del rechazo de lo tradicional aparece el rechazo a los valores cristianos, que no tienen ya sustento en una sociedad prácticamente no-cristiana (ver gráfico).
Surgen los medios de comunicación masiva como formadores de la opinión pública. Los medios tienden a la globalización de las comunicaciones, y la realizan con una rapidez tal que era impensable hace poco tiempo; a veces manipulando la información según los intereses de factores de poder político o económico.
El hombre de hoy vive inmerso en los medios de comunicación (la "polución vibrante"). Éste es un fenómeno nunca antes dado y que involucra complejos mecanismos de transferencia cultural que llevarán a la progresiva formación de una "cultura planetaria'.
La civilización de los medios de comunicación se basa en la imagen y en el impacto del medio más que en su contenido. Por lo tanto el ataque de estos medios masivos se dirigirá más hacia lo primario de la personalidad, para atraer la atención. Los mensajes se sensualizan y puede verse un avance del erotismo y de la violencia en su contenido. En general tienden a formar individuos superficiales y masificados.
Se pierde el entorno que hacía posible al "cristianismo convencional" como fenómeno socio-cultural. Los valores cristianos que permanecían ligados simplemente a la cultura desaparecen al cambiar ésta. Ha tocado a su fin la "sociedad cristiana" que existió durante siglos, y con ella desaparecerán los "cristianos hereditarios".
Quedará sólo el cristianismo de opción de aquellos que se han convertido personalmente a la fe en Jesucristo (aunque hayan sido previamente bautizados). Prueba de esto es, por un lado, que sólo un mínimo porcentaje de los bautizados en las iglesias tradicionales (católica y protestante, de acuerdo al país) conserva la práctica de la fe y, por otro lado, la importancia creciente que reviste para los que la practican, su experiencia de conversión.
El progreso científico y técnico acelera el proceso de secularización. El hombre se transforma cada vez más en su propio dueño y, al avanzar en el conocimiento de lo que lo rodea, pierde el temor mágico a las fuerzas del cosmos. Esto lo lleva a considerar al mundo material como una realidad completa en sí misma, e independiente de otras realidades.
Cada vez más el hombre llega a conocer y dominar su propio ambiente. Puede alterarlo, conservarlo o destruirlo. Esto apunta al desarrollo de una "ética ecológica", superando el individualismo del hombre que no se ve como tal en su relación a su medio ambiente, así como de cualquier explotación irracional de los recursos no renovables.
En el nuevo entorno urbano-industrial tiende a desaparecer la contemplación de la naturaleza como ocasión de un encuentro con Dios. Al ver las cosas, el hombre se siente su autor inmediato (por ejemplo: si al ver una flor el hombre dice: "Dios la ha hecho", al ver un edificio dirá: "Yo lo hice"), y ellas ya no lo conducen "naturalmente" a Dios.
Este hombre urbano, en cambio, es receptivo y disponible para el encuentro con Dios en la relación con el otro, y allí, más que al Dios Creador, percibe al Dios Trinitario que es Amor Mutuo y se manifiesta en la comunidad cristiana.
A pesar del progreso tecnológico, crece la brecha entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres (cf. DP 28 y 1209). Es preocupante constatar que en nuestro continente, donde 300 millones se profesan católicos, haya 100 millones viviendo en extrema pobreza, lo cual configura una situación de pecado social grave (datos de 1975).
La Iglesia no puede permanecer ajena a estos cambios. En realidad éstos la afectan profundamente. Urge, por lo tanto, escrutar los signos que esta situación le presenta como desafío y secundar la acción del Espíritu de Dios que la está llevando a evangelizar al mundo de hoy.
Edgardo Juri |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |