«Ustedes han sido elegidos esta tarde por Dios, para escuchar su Palabra de vida, por eso pido al Señor Resucitado que abra
sus corazones, para que el Evangelio
de la paz que hoy
les anuncio
sea fecundo
en sus vidas»


«Sólo la Iglesia
que ora y clama
al Padre por el Espíritu Santo, anuncia eficazmente la Palabra de Dios»

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 42
 

Anuncio de la Buena Noticia: ¡Jesús ha resucitado!

Al año de nacer fui bautizado «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Desde esa vez nunca más entré a una iglesia, llevaba una vida errante, sin Dios.

A los 23 años conocí en Buenos Aires a dos personas en una agencia de publicidad: Jorge C. y Patricia C. Me invitaron a una misa de El Movimiento de la Palabra de Dios; para no quedar mal ante los nuevos compañeros, acepté.

Al llegar al colegio Janer me sorprendió un montón de gente joven, y su forma de tratarse, se decían «hermanos» (Hch 2,46-47).

Dos semanas después (abril del 80) ya estaba orando en un grupo.

En noviembre del mismo año fui al retiro de Profundización; allí tuve mi primera experiencia pascual con Jesús resucitado (Lc 24,36-43). A la semana siguiente, estando en oración con la comunidad, viví un nuevo Pentecostés (Hch 2,1). El Señor me ungió desde lo Alto, como la Iglesia primitiva nací carismáticamente del Espíritu Santo.

En enero del 82, el Señor me regaló la posibilidad de ir al Cursillo de Evangelización en Pergamino.

Es evidente que con todas estas gracias, no podía estar con los brazos cruzados, nadie recibe tanto favor de Dios para aburguesarse, el Señor no soporta a los tibios (Ap 3,16-17); era hora de poner la fe en acción. Pero, ¿cómo hacer?

DIOS REVELA SU VOLUNTAD

Desde que entré al Movimiento, tenía la certeza de que Jesús me quería para algo especial (Hch 13,1-3); han pasado dos años y la misión no estaba clara, no comprendía el silencio de Dios: los caminos del Señor no son los nuestros.

Así como no podemos darnos una vocación a nosotros mismos, tampoco podemos determinar su desarrollo, es el Señor quien lo dispone todo. Durante el Cursillo, estando en oración Jesús se reveló diciéndome: «serás portador de mi Palabra en el mundo, Yo pondré en tu boca mi palabra de sabiduría; tengo muchas ovejas dispersas, quiero que las reúnas en mi rebaño».

LA MISIÓN PROMETIDA

«Vayan a predicar la Buena Noticia a todo el mundo» (Mc 16,15). Fue un lunes de febrero el día que marcaría un vuelco fundamental en mi vida, los signos anteriores no eran más que un anticipo de lo que sucedería de aquí en más.

Jesús era consciente de su propio destino de muerte y sabe que sus discípulos serán arrastrados a la misma suerte, sin embargo, no volvió sobre sus pasos, sino que por el contrario «se encamina decididamente hacia Jerusalén» (Lc 9,51). La imagen de Jesús es, pues, la de un hombre que toma una decisión irrevocable en su vida.

«Vayan» (Mc 16,15); la orden había salido con la fuerza de un viento impetuoso, esto es, irreversible.

Tomé el colectivo 28 hasta Constitución. El Espíritu que todo lo sondea me fortaleció; yo quería correr hasta el lugar para proclamar lo que ya no podía callar. Mi corazón era como un dique a punto de estallar.

Al bajar del colectivo levanté la vista, y observé una cola de dos filas; de pronto me sentí como un soldado en un campo de batalla, listo para pelear contra el enemigo, «ceñida la cintura con la verdad y revestido de la justicia como coraza; calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz, escudándome con la fe, empuñando la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (cf. Ef 6,14-17).

Abrí el Evangelio, todos volvieron sus miradas. En voz alta proclamé: «El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15). Hermanos, no crean que es fácil para mí hacer esto, pero el amor del Dios vivo es más fuerte que yo, y Él me ha enviado para anunciarles la gran novedad, que todos deberían escuchar, que Jesús es la única esperanza para el mundo de hoy, porque es Él la única fuente de vida; no se nos ha dado otro nombre en quien debamos seguir viviendo a pesar de la muerte, sino el nombre de Jesús de Nazaret (cf. Hch 3,12).

Sin duda esto ha cambiado mi vida. Sin darme cuenta estaba imitando la experiencia de los apóstoles. El domingo siguiente fui a reunirme con la comunidad, dando testimonio de lo que dijo e hizo Jesús a aquellos que debían salvarse. Esa noche a una sola voz oramos alabando las maravillas del Señor, «quedando llenos de la consolación del Espíritu de Jesús resucitado» (Hch 4,31).

A una semana de aquel acontecimiento tomé el colectivo para mi casa, de pronto sentí una sensación especial, un calor me envolvió, y en mi interior sentí una voz: «Bájate en este lugar». Yo contesté: "pero aquí hay muchos hermanos que proclaman tu Palabra, Señor, ¿por qué echar semillas donde otros han sembrado?"

Pero Jesús me contestó: «Yo quiero que seas testigo de mi resurrección en este lugar». Bajé en Plaza Once, me acerqué a una parada, donde había una fila de cien metros, abrí la Biblia y leí en voz alta:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Al terminar, me dirigí a la gente: "Hermanos: con motivo de la misericordia de Dios, les vengo a ofrecer lo que el mismo Señor me ha dado, para compartir con ustedes. Esta es la vida verdadera, la vida plena que da sentido a nuestra existencia".

Fui interrumpido por un hombre que gritaba: "vete de aquí y deja de molestar". Tratando de controlar la situación, proseguí con el anuncio: "ustedes han sido elegidos esta tarde por Dios, para escuchar su Palabra de vida, por eso pido al Señor Resucitado que abra sus corazones, para que el Evangelio de la paz que hoy les anuncio sea fecundo en sus vidas".

Una chica cruzó de la vereda de enfrente, se acercó y me preguntó si era protestante.

— ¡No!, soy católico —le respondí.

— Pero, ¿apostólico romano? —replicó.

— Sí —contesté.

— ¿De qué congregación sos o a qué parroquia pertenecés? —volvió a interrogarme.

— Soy de El Movimiento de la Palabra de Dios.

(Importante: nunca nos presentamos como pertenecientes a un grupo o congregación, porque la evangelización no es monopolio de unos pocos, como así tampoco anunciamos en nombre de algún Movimiento, sino en nombre de Jesús, el Cristo, y de la Iglesia).

Continué con el anuncio diciendo: "Hoy es uno de esos días que no podrán olvidar, porque ha sido sembrada en ustedes la semilla que da vida, la Palabra de Dios. Él mismo se encargará de que el terreno no sea estéril, sino que dé muchos frutos de conversión. Él ha resucitado y está aquí presente, renueven su esperanza y su confianza en el Dios vivo".

Terminé exhortándolos a orar un Padrenuestro mientras viajaban a sus casas. ¡Aleluia al Señor!

EL SEÑOR ME DIO HERMANOS

Tenía la certeza de que si esto era verdaderamente de Dios no podía seguir anunciando solo, porque el Evangelio no es para una persona, sino para todos. Más allá de la acción individual, la evangelización es comunitaria, o sea que toda la Iglesia, desde el Papa, un obispo, el sacerdote y el pueblo, es anunciadora y proclamadora de la Buena Noticia, cada uno según el Espíritu.

Fue así como apareció Patricia C., se acercó y dijo: «Quiero ser testigo con vos de lo que he visto y oído». Inmediatamente fuimos a una plaza a predicar el misterio de la vida que el Señor nos reveló en su Iglesia. Al terminar ese día, estábamos llenos de gozo y nuestra alegría fue plena. ¡Gloria a Dios!

No habían pasado más de tres meses y ya éramos cinco hermanos. Jesús nos había ungido con su amor y su Espíritu nos consolaba abundantemente; teníamos un solo corazón, un solo sentimiento, nos animábamos y nos exhortábamos mutuamente, tratando de hacer crecer en nosotros la semilla de la gracia. El Señor nos encomendó una parcela en su Iglesia: con nuestra predicación y testimonio de que Él está vivo, las ovejas perdidas volverían al rebaño.

¿CÓMO EVANGELIZAR?

Trabajamos en Plaza Once y Constitución, dos terminales de ómnibus y trenes, y nos reunimos en un lugar, oramos protección y fortaleza de espíritu, elegimos una Palabra y damos algunas instrucciones para tener en cuenta durante el anuncio.

Nos acercamos a la gente que espera su transporte, uno de nosotros pasa al frente y nos presenta: "Hermanos, somos portadores de una gran noticia para cada uno de ustedes, y esta Buena Nueva se convertirá en un gozo profundo al escuchar a Jesús que nos habla a través de su Palabra".

Sale otro hermano y proclama:

«Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Felices los mansos, porque poseerán en herencia la tierra.
Felices los que lloran, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios»
(Mt 5,3-8)

Después cada uno, Biblia en mano, tomando algunos versículos de la Palabra anunciamos a los oyentes.

Ya a esta altura se percibe la presencia del amor de Dios; algunos escuchan con alegría la Palabra de Jesús, otros, con burlas y ademanes la rechazan, y el resto se mantiene indiferente.

Luego invitamos a orar un Padrenuestro en acción de gracias por escuchar la Palabra de Dios, a continuación nos damos mutuamente la paz como signo de que el Señor está muy cerca de ellos, y por último nos despedimos con un "Dios los bendiga abundantemente".

Quiero destacar en forma especial que todo esto se desarrolla en un clima de oración y presencia del Espíritu. Sin ello es imposible la evangelización. Sólo la Iglesia que ora y clama al Padre por el Espíritu Santo, anuncia eficazmente la Palabra de Dios.

Mientras se acrecentaba el número de hermanos en este servicio, descubrimos la necesidad de una entrega mayor de nuestra vida a Jesús. Algunos dejaron materias en la Facultad y otros trabajaban menos horas para «dedicarse a la difusión de la Palabra» (Hch 6,2-7).

Nuestras reuniones eran ricas en presencia y conocimiento de Dios. Teníamos la convicción de que el Señor nos había elegido desde siempre para esta misión; nos sentíamos muy plenificados y realizados.

Así, fuimos creciendo en sabiduría, consolados constantemente por el Espíritu Santo, anunciando la Palabra de Dios con valentía (cf. Hch 4,31).


Sebastián Delgado
Cristo Vive Aleluia!
Nº 42, p. 15 (1984)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.