Como Movimiento laical, tratamos
de ubicarnos
en una perspectiva evangélica e integral de la fe
y la vida cristiana


Muchas veces llevamos al campo vocacional un planteo competitivo: ¿Qué es mayor o qué es mejor, el matrimonio o la consagración?


El discernimiento
de la vocación cristiana, en todos sus estados y aspectos, es para edificación, crecimiento y realización del Cuerpo de Cristo

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 48
 

El planteo vocacional: lo mayor, lo mejor, lo perfecto

En el Movimiento, en diversas oportunidades, nos hacemos cargo de este tema, clave en la vida del orante como hombre y como creyente.

Dios llama al hombre a creer y a salvarse; lo llama a ser miembro de una Iglesia-Comunidad de salvación y a anunciar esa salvación. Dios se entrega al hombre y le pide al hombre que se entregue a Él.

Si tomamos la vida cristiana como el desarrollo de la entrega a Dios, el discernimiento del "por dónde pasa la voluntad del amor de Dios" es fundamental en la vida orientada a la santidad: «sean santos porque Yo soy Santo» (1 Pe 1,16).

Pero ante el planteo vocacional, es decir, ante el llamado de Dios en cada paso fundamental de la vida del cristiano, se deslizan habitualmente omisiones y equivocaciones. Por eso queremos deslindar este tema en dos partes:

1. El discernimiento de la vocación cristiana.

2. Nociones de discernimiento y valoración en los distintos estados de vida.

1. La vocación cristiana

En una perspectiva de vida integralmente comprometida desde la fe, lo que nosotros nos planteamos desde la entrega de la oración, es el discernimiento de toda vocación del creyente. No identificamos prácticamente vocación con consagración o sacerdocio sino con un llamado de Dios a realizar toda la vida en la perspectiva de santidad, realización temporal y eternidad que supone la voluntad plenificadora de Dios.

Cuando no se toma una perspectiva integral de la fe, en el discernimiento vocacional se cae en el siguiente defecto: por parte del sacerdote o del religioso/a, el discernir sólo lo que puede ser estado de vida en relación a la vida consagrada; por parte del laico, el suponer que no necesita discernimiento en orden al matrimonio y la profesión o vocación de trabajo. Estas se viven como vocaciones naturales sin más compromiso, desde la fe, que lo moral y honesto.

De este modo se favorece la dicotomía de la vida cristiana entre lo espiritual y lo humano, entre la vida religiosa y la vida laical, como dos estados que no suponen igualmente un compromiso de Evangelio. Una consecuencia pastoral de esta actitud dicotómica es que el cristiano no busca orientar toda su vida a Dios sino sólo su "vida espiritual".

Nosotros, como Movimiento laical, tratamos de ubicarnos en una perspectiva evangélica e integral de la fe y la vida cristiana. Esto está en consonancia con los documentos del Concilio Vaticano II (cf. LG 34-36), de los Sínodos Romanos, de Puebla (cf. 786-799), y con la maduración de un laicado católico que busca expresarse en el mundo como Pueblo organizado de Dios.

Por eso es necesario discernir la vocación cristiana que está presente en todo estado de vida y trabajo: en el matrimonio, en la consagración, en la vida soltera, en el trabajo o profesión. En todo hay un llamado de Dios a la realización de la vida del Evangelio como voluntad Suya.

De este modo, el laico descubrirá el matrimonio, y la pareja que lo concreta, como voluntad de Dios y camino conjunto de santidad. Hay en él un llamado a la interioridad, al anuncio del Evangelio y el servicio al hombre, y no sólo una vocación natural y espontánea de la complementariedad humana sexual y afectiva. El llamado evangélico al matrimonio posibilita descubrir el desarrollo de la familia como el misterio laico de la pareja.

También de este modo, el laico descubre que el trabajo y la profesión son parte del llamado y de la vocación que Dios le hace para dominar la Tierra y organizar la convivencia humana como Pueblo de Dios que hace historia evangelizando y civilizando (cf. Gen 1,28).

De ahí se sigue, por ejemplo, la necesidad de un discernimiento cara a Dios, de la carrera a seguir o del trabajo y profesión a ejercer, no sólo como medio de vida sino como instrumento de realización de una vocación de fe sobrenatural. El trabajo —y el estudio como preparación— es también un ministerio laico orientado a contribuir al desarrollo de una Civilización desde el Evangelio y el amor. El Reino de Dios también se realiza en el campo laical de las realidades temporales (cf. DP 787).

Esta conciencia nos provoca una pregunta: el actual fracaso del hombre en la civilización materialista que nos envuelve a todos, ¿no es consecuencia, en parte, de la falta de una conciencia laical capaz de desarrollar su fe a través de las realidades temporales como parte de un Plan de Dios para la historia humana?

2. El discernimiento vocacional

Muchas veces llevamos al campo vocacional un planteo competitivo: ¿Qué es mayor o qué es mejor, el matrimonio o la consagración? Nos parecemos a los hijos de Zebedeo que disputaban, no el entregar la vida sino el ganar el mejor lugar junto a Dios:

«Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". Él les respondió: "¿Qué quieren?" Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?" "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo, pero no me toca a mí concederles que se sienten a mi derecha o a mi izquierda, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados"» (Mc 10,35-45).

El llamado que Dios hace a cada uno entra en el misterio de amor y entrega que Él tiene por cada uno de nosotros. Él nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10) entregándonos a Su propio Hijo (cf. Jn 3,16). Conocer el amor que Dios nos tiene y lo que nos depara Su voluntad es parte de nuestra entrega y diálogo oracional con Él.

Nosotros aquí sólo procuramos despejar lo competitivo y envidioso de nuestro corazón, clarificando algunas nociones que pueden mezclarse en los sentimientos de nuestras opciones y elecciones:

Lo mayor

Cuando se realiza un discernimiento vocacional lo que se busca no es ganar a otros, ser vanidosa o ambiciosamente más. Lo que se procura es responder a la entrega a Dios amando Su voluntad.

En los llamados, debemos decir que hay vocaciones objetivamente de mayor o menor entrega. Aquí tomamos "mayor" como una noción objetiva. La mayor entrega es la que Dios ha hecho de Su Hijo sujetando su naturaleza divina a la humana (cf. Flp 2,6-8) y la que Jesús ha hecho por nosotros. Ella es un motivo de requerimiento para nosotros: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20b) concientizaba san Pablo, y respondía con la entrega apostólica de su vida (cf. 2 Cor 4,7-18).

¿Con qué entrega respondemos nosotros? El seguimiento de Jesús siempre supone la entrega. No se es discípulo del Maestro de la Vida sin la entrega propia del amor a Dios (cf. Lc 14,25-27.33).

Ya dentro de los estados de vida, la Iglesia ha querido reconocerle un marco especial a la consagración. En este llamado Dios invita a entregar algo propio de la naturaleza humana y esencial para la conservación histórica del hombre: la complementariedad de la pareja.

El consagrado renuncia a esta realidad humana, por la exclusividad del amor a Dios y mayor disponibilidad de servicio al Reino.

En este sentido, objetivamente, la consagración es el llamado evangélico de mayor entrega. Evangélicamente se la identifica con las palabras de Mateo que podrían leerse así: Hay quienes, voluntariamente, eligen el celibato o la virginidad a causa del Reino de los Cielos. No todos entienden esto sino solamente aquellos a quienes les fue dado comprender (cf. Mt 19,11-12).

Lo mejor

Nosotros damos a "lo mejor" un sentido subjetivo en contraposición a "lo mayor". Lo mejor es lo que Dios me pide a mí como expresión de Su voluntad. De tal modo que puede o no coincidir con lo mayor. En el consagrado lo mejor para su vida coincide con la mayor entrega como estado de vida. En el casado, lo mejor que Dios le pide no coincide con lo que objetivamente es lo mayor, aunque para él, subjetivamente sí, es lo mayor que Dios le pide.

Es decir, lo mayor y lo mejor coinciden en la voluntad de Dios que es el motivo del discernimiento. Con lo cual Dios puede edificar la Comunidad-Iglesia-Pueblo de Dios y construir la civilización histórica de los hombres. Esto era lo que no entendían, en ese momento, los hijos de Zebedeo.

Lo perfecto

Hay una tercera noción que suele tomarse en cuenta en relación con los estados de vida: la perfección. El Evangelio nos hace un llamado a la perfección cuando nos dice: «sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el Cielo» (Mt 5,48).

Esta noción puede llevar a confundir la perfección en el amor propia de Dios y del llamado a la santidad, con el perfeccionismo del cumplimiento propio del fariseo que llevamos dentro (cf. Mt 23,23-24; 5,20) o de cierto perfeccionismo psicológico cuya base es una exigencia sin amor como la del mismo fariseo.

La "perfección" no es una noción a desechar sino a clarificar. Toda vocación, cualquiera sea, está llamada a la perfección del amor, de la caridad, de la santidad.

En este sentido, puede ser más perfecto un portero o un empleado que en su trabajo y estado de vida cumple la voluntad de Dios que un consagrado o un matrimonio dedicado a Dios que hayan mediocrizado su entrega. Consagrados, casados, solteros, obreros, profesionales, sacerdotes del Pueblo de Dios, todos somos llamados a la perfección de la caridad y tenemos la gracia de crecer y madurar en ella.

Hemos sido llamados a ser hijos del Dios-Amor y por eso podemos crecer y perfeccionarnos en el Amor que pasa por la cruz del Hijo de Dios. Si me falta amor, cualquiera sea mi vocación y estado de vida, «soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe» (1 Cor 13,1), con mucho ruido de palabras, de figuración o de estado de vida pero con poco contenido de autenticidad. La autenticidad del Espíritu es el amor, la caridad como Pablo la describe en ese mismo capítulo (v. 4-7). Porque lo perfecto es el amor, es que «el amor no pasará jamás» (ib. 8a).

Según el Evangelio, la vida del hombre es juzgada desde la caridad (cf. Mt 25,31-46). Esta perspectiva del juicio final nos enseña, desde ya, que todo discernimiento vocacional ha de partir de una actitud de amor a la voluntad de Dios que nos realiza en su caridad y no en la competencia de lo mayor, ni en la mezquindad de lo menor como en el caso del joven rico (cf. Mc 10,17-22) y tal vez de nosotros también.

Por eso podemos concluir diciendo que el discernimiento de la vocación cristiana, en todos sus estados y aspectos, es para edificación, crecimiento y realización del Cuerpo de Cristo con Quien nos asociamos en un Organismo sobrenatural de salvación y vida eterna:

«Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo» (1 Cor 12,27). Por eso, «No tomen como modelo a este mundo (viejo). Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).

El P. Ricardo, fundador del MPD

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 48, p. 7 (1985)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.