El pecado merma
al ser humano impidiéndole lograr su propia plenitud

Toda situación psicológica
está referida integralmente
a la persona


El tratamiento
no debe disponer a
la absolutización de
la realidad psíquica sino a la caridad
o donación trascendente
de sí mismo

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 49
 

Tratamiento psicológico y vida espiritual

Hay problemas que se le plantean al hombre y consiguientemente al cristiano a causa de la situación humana de pecado presente en cada hombre y en su contexto socio-cultural

«Creado por Dios en la justicia, el hombre sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de DiosLo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su Santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación».

«Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas … El pecado merma al hombre impidiéndole lograr su propia plenitud».

«A la luz de esta revelación, la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta hallan simultáneamente su última explicación» (GS 13; cf. DP 281; el subrayado es nuestro).

Aquellos son problemas que muchas veces se detectan en el crecimiento y desarrollo, ante el discernimiento cristiano de la vida, en la orientación espiritual, el consejo pastoral, la vida comunitaria, etc.

Problemas que son abordados desde el desarrollo de ciencias humanas, como la psicología por ejemplo, muchas veces en un contexto "permisivo" o materialista de la sociedad. Y que no dejan de tener como suposición la ingenua afirmación rousseauniana: el hombre es simplemente bueno por naturaleza.

La experiencia pastoral y la reflexión teológica y práctica sobre diversas situaciones de vida, nos llevan a expresar algunas cosas en el orden de la psicología aplicada (terapia) y la realidad trascendente del hombre (vida interior de la gracia). La llamada "psicología profunda" ha logrado establecer el estudio de problemas, generalmente de orden emocional, que afectan al hombre a nivel inconsciente de su personalidad y que es necesario resolver a ese nivel "psíquicamente" profundo.

Como puede verse en la vida de los santos (por ej: santa Teresa de Ávila), esta dimensión "profunda" de la psiquis no coincide con la dimensión profunda de la vida espiritual, pero la afecta porque la gracia de Dios supone la naturaleza del hombre.

Es por eso que, cuando una persona inicia un proceso terapéutico, en la vida espiritual se pasa por un momento de características particulares, especiales. Nosotros, aquí, sólo queremos señalar dos momentos de la persona ante la situación terapéutica que vive (nos hemos ocupado de este tema en Psicología y Gracia, Cristo Vive 43, pp. 7-8).

1. Liberar la naturaleza

Cuando la carga emocional que ha estado desordenadamente reprimida se libera, genera toda una serie de impulsos nuevos. ¿Cómo interpretar ese momento? ¿Qué hacer entonces?

La naturaleza habitualmente se libera desordenada, pecadora… Esta situación inconsciente de pecado —exenta de responsabilidad moral— se descubre desde la perspectiva religiosa del hombre y exige una interpretación integral de la dimensión emocional.

Es necesario saber, tanto por parte del que se trata —el paciente— como del terapeuta, que toda situación psicológica está referida integralmente a la persona. Y que por tanto, todas sus obras y actitudes tienen un significado moral y trascendente.

Al "destaparse" la naturaleza inconsciente, en los nuevos impulsos desordenados se puede destapar un modo propio de la situación humana de pecado. Por eso, es un tiempo para vivirlo cara a Dios, descubriendo un nuevo aspecto de la Salvación que la persona necesita.

Ese momento de liberación de la naturaleza puede desatar impulsos instintivos, que inicialmente no se encauzan suficientemente. No basta entonces con darles una interpretación o explicación psicológica que haga comprensible la nueva etapa interior para que queden justificados. En este plano también vale la doctrina paulina de la justificación. Porque psicológicamente todo puede ser explicado o interpretado pero no todo es, por eso justificable. Análogamente al caso paulino de la ley (cf. Rom 3), el tratamiento psicológico hace conocer la situación de pecado subyacente en la persona pero no puede justificar, con una interpretación humana, una actitud de pecado personal (agresión a otros para descargar la agresividad, relaciones sexuales indebidas para asumir la sexualidad, etc). Por eso es también, un tiempo apto para que la persona en tratamiento, descubriendo nuevos aspectos de su situación de pecado e incluso encontrándose con nuevos actos personales de pecado más o menos responsables, no se justifique a sí misma sino que crezca en el conocimiento de sí misma, en humildad y en invocación de la misericordia de Dios. Es «el tiempo de la paciencia divina» (Rom 3,26).

«Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa …
contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi Madre …
Te gusta un corazón sincero
y en mi interior me inculcas Sabiduría …
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados …
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme …
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso …
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza»

(Salmo 50).

El reconocer la causa del desorden emocional no me da derecho de "hacer justicia" por mi cuenta respecto de los "culpables" (generalmente la familia). Más bien, me pone en una mayor conciencia del "desorden original" y de la opresión del pecado en la humanidad. Y me crea la responsabilidad de no acrecentar esa situación universal por medio de actos ahora personales, conscientes.

2. Encauzar la naturaleza

El sólo hecho de "liberar la naturaleza" no supone una sanidad ni una evolución madurativa de la persona. Un segundo momento del proceso terapéutico personalizador consiste en encauzar, orientar valorativamente la naturaleza liberada.

El proceso materialista consiste en ajustar la persona a los impulsos naturales de la emocionalidad y del instinto. Se entra así en una naturalización práctica y egocéntrica de los valores y del orden moral de la persona. Progresivamente la persona, bajo la apariencia de una liberación, queda orientada y sujeta a la intrascendencia de su propia naturaleza.

El cristiano, tanto paciente como terapeuta, ha de saber que la naturaleza liberada debe estar encauzada u ordenada a la persona como sujeto de valores: y la persona debe estar explícita o implícitamente orientada a Dios.

La terapia explícita o implícitamente materialista o permisiva termina sólo en un aparente orden psíquico y afectivo, y evita tener en cuenta la consideración moral de los resultados terapéuticos. En realidad, bajo la apariencia de bienestar, provoca o acepta una despersonalización moral donde la libertad consiste en una acomodación de la persona a los impulsos naturales.

En ese caso, al psicólogo o al psiquiatra no le interesa la persona como sujeto de valores trascendentes sino —a través de la interpretación directa o indirecta -— una reacomodación psíquica de lo emocional inconsciente. Se cae así en un reduccionismo psicológico donde todo, absolutamente todo (la fe, el amor, Dios, la conducta, etc.) se explica y se justifica psicológicamente sin necesidad práctica de un orden moral o religioso objetivo.

El paciente envuelto en la "movilización afectiva" de su problema psicológico no se da cuenta de que toda interpretación e instrumentalización que guía la reacomodación emocional, obedece a una antropología o concepción práctica de la vida del terapeuta en el cual deposita su confianza. Y de que el tratamiento no debe disponer a la absolutización de la realidad psíquica sino a la caridad o donación trascendente de sí mismo.

Conclusión

Todo lo dicho nos descubre que los tratamientos psicológicos, en la medida en que ayudan a una integración total, pueden ser considerados como un tiempo providente de Dios no exento de tentación, y de necesidad de discernimiento pastoral, de auxilio sacramental y espiritual. A nivel comunitario, eclesial y social, la terapia ha de verse en un contexto más amplio que el de la propia persona. Aquella se lleva a cabo dentro de la marcha del Pueblo de Dios que se personaliza y sobrenaturaliza para entrar en la Tierra Prometida de la Eternidad.

Es por eso que la terapia ha de estar orientada a provocar un reordenamiento emocional, una sanidad psíquica como soporte o supuesto del Reino de Dios en el interior del hombre (ver Vocación del Bautista en el psicoterapeuta, Cristo Vive 47, pp. 15-16). Ello será posible si el tratamiento es integral, tomando en cuenta los valores humanos, morales y trascendentes.

Por la terapia que, como parte de un proceso de ordenamiento, prepara el camino del Señor (cf. Lc 3,4), la persona ha de quedar en disposición de una mayor y mejor libertad para elegir la Vida y desterrar la muerte, elegir la paz y rechazar la violencia y la injusticia, elegir la comunidad y evitar el aislamiento, construir hacia lo trascendente y no enterrarse en el materialismo de la vida.

Una terapia, más que a la libre interpretación de la vida, debe encauzar al amor de la verdad que libera y que además, eleva las miras y los horizontes por encima de sí mismo, de la sociedad y de la historia. Hacia allí donde están abiertos los brazos del que nos amó y se entregó por nosotros para que construyéramos la Civilización de Dios entre los hombres que aspiran a la eternidad prometida.

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 49, p. 11 (1985)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.