¡Pobre el Movimiento si calla la Palabra! Sólo serviría
para vivir convencionalmente
y ya no tendría sentido de existir
Que el proceso de oración se complete cada vez más con elementos de evangelización y de personalización
Dios quiere que
sus hijos celebren
la Vida nueva
que les ha dado
en la libertad de
la verdad y el amor
Este año de 1986 nos marca con un paso práctico importante en lo que es el camino de este segundo decenio de la Obra. Con la Convivencia-Aniversario, en febrero de 1984 abríamos este nuevo período de crecimiento cualitativo. Hoy podemos ver que todo aquel primer proceso de crecimiento inicial desemboca en lo que llamamos el proceso definitivo o final del Movimiento: el desarrollo de las distintas clases de comunidades con que nos hacemos adultamente presentes en la Iglesia y en la sociedad.
El paso práctico es una nueva acomodación del tiempo pastoral para que tales comunidades —consagradas, de matrimonios dedicados a Dios, de trabajo o de vida— se desarrollen.
Y este cambio, animado por el Espíritu, ha de mirar a las profundidades de las raíces desde donde todo se hace nuevo: la Presencia de Dios que crea la interioridad humana. Por eso también es un llamado más hondo a renovar el encuentro con Dios en la oración personal y comunitaria, el encuentro con el hermano en la Alianza fraterna y el impulso misional del anuncio, el testimonio y el servicio.
Tal renovación interior del Cuerpo pensamos que puede ser expresada, este año, como un llamado permanente a Anunciar el Reino, enseñar el Camino y celebrar la Vida. Diremos algo introductorio, respecto de cada afirmación.
Siendo El Movimiento de la Palabra de Dios suenan como para nosotros las palabras de san Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16). Sería una contradicción si calláramos la palabra evangelizadora: el Movimiento ya no tendría fuerza; la sal habría perdido su sabor. ¡Pobre el Movimiento si calla la Palabra! Sólo serviría para vivir convencionalmente y ya no tendría sentido de existir.
Dios nos llama desde el comienzo de un grupo de oración, a «anunciar resueltamente el misterio del Evangelio» (Ef 6,19b). Tenemos conciencia profética de nuestra identidad como «ministerio de la Palabra y carisma del amor». Se nos ha dado como finalidad de nuestro carisma, el anunciar la Palabra como estilo de vida (Estatuto II,1).
El mismo "pastoreo" de los grupos nos permite transmitir, de diversos modos, el impulso por la Buena Noticia de Jesús: en el Anuncio evangelizador con que comienzan las reuniones grupales, en el compartir significativo [*] de la vida, en la vida de testimonio en el medio ambiente: familia, lugar de estudio y trabajo, medios de transporte, etc.
La Palabra de Dios nos exhorta a eso: «Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio» (2 Tim 4,2-5).
Reclamemos hoy a Dios: ¡Señor, mantené en nosotros siempre el vigor de tu Palabra!
Jesús es el Camino que nos lleva al Padre (Jn 14,6). Esto lo enseña también san Pablo a través de una hermosa afirmación trinitaria: «Por medio de Cristo tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu» (Ef 2,18).
Para llegar a Dios es necesario recorrer un camino de conversión permanente y de crecimiento en el hombre interior. Por eso san Pablo invoca al Padre para que «Él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior» (Ef 3,16). De este modo, en los grupos podremos «conocer el amor de Cristo que supera todo conocimiento para ser colmados de la plenitud de Dios» (Ef 3,19).
Este camino o proceso, como lo llamamos habitualmente, está orientado a vivir en la santidad de Dios (cf. Ef 4,22-24); a alcanzar la plenitud de la Vida que puede tener el hombre nuevo: «iremos a él y habitaremos en él» (Jn 14,23b).
También el "pastoreo" de los grupos contiene una dimensión práctica de enseñanza del Camino. El Coordinador ayuda a encauzarse por el Camino a través del proceso de oración comunitaria y su posterior discernimiento; apoyando el proceso de desarrollo humano y personalizador y estimulando el proceso comunitario y pastoral del grupo o comunidad. A este respecto es ilustrativo el relacionar lo que el Señor nos enseña en la parábola del Buen Pastor (Jn 10,1-16) con los pasajes "comunitarios" de los Hechos (2,42-47; 4,32-37) como resultado de la gracia en el pastoreo grupal.
Para ayudar a todo esto esperamos poder ofrecer, en la Escuela de Coordinadores y al Cuerpo de los mismos, nuevos elementos de formación, de tal modo que el proceso de oración se complete cada vez más, con elementos de evangelización y de personalización.
Pidamos también poder hacer que la gente, desde el comienzo y en todo el proceso básico del Movimiento, desarrolle el espíritu comunitario y la vida interior desde la radicalidad del Evangelio.
En relación a este tercer aspecto con que expresamos el espíritu pastoral de este año, efusivamente nos dice san Pablo: «Llénense del Espíritu Santo cantando y celebrando al Señor de todo corazón» (Ef 5,18b-19), porque somos llamados a «ser una morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,22b).
Quien ha encontrado la vida, la celebra. Por eso, humanamente celebramos los "cumpleaños". Porque cada nacimiento indica la existencia de una nueva vida que se abre como esperanza de la humanidad.
A nivel sobrenatural, también ese es el mensaje de la Resurrección. La vida se ha hecho nueva; estaba perdida y ha sido hallada (cf. Lc 15,24) en Jesucristo. Dios no quiere que el ser humano muera sino que viva: por eso lo llama a la conversión y a la santificación.
Dios no quiere que el cristiano viva su fe como un duelo del hombre carnal, con cara sufriente y mortificada como si viviera en una permanente Cuaresma. Tampoco, con la seriedad farisaica de un cumplimiento exigitivamente moral y cultual. Dios quiere que sus hijos celebren la Vida nueva que les ha dado en la libertad de la verdad y el amor. Por eso pondera que la entrega —signo del amor— debe tener el rostro de la alegría y no de la tristeza (cf. 2 Cor 9,7).
San Pablo nos va a decir: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca. No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su ciudado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús» (Flp 4,4-7).
Dios quiere corazones profundos y elevados en el Espíritu. Llenos de «paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,17ss).
Y con el tono con que les hablaba a los filipenses, san Pablo podría seguir enseñándonos acerca de la relación que hay entre la alegría, la oración y la evangelización:
«Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos y también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio» (Ef 6,18-19).
¿Cómo llevar y mantener esto en la vida de los grupos?, podríamos preguntarnos. Y ya conocemos la respuesta: llenándose ellos, del Espíritu Santo en la oración. Una oración que descienda y llegue al fondo del corazón.
Nosotros, comunitariamente, celebramos la vida eterna que ya tenemos:
— en la Pascua de Jesús: por la fraternidad y la Eucaristía que nos hace Iglesia;
— en la gloria de Dios: por la alabanza de su Espíritu.
Es bueno que lo recordemos: alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo, admirar sus maravillas, como María. La alabanza nace del embeleso y la admiración en presencia de Dios. Ella supone un alma dilatada, elevada y poseída por el Espíritu que trae la presencia viva de Dios.
Cuando esa alabanza es comunitaria —lo sabemos— ella es capaz de hacer vibrar a la Asamblea y de ponerla en comunión con Dios. De esta comunión de oración y alabanza brota fresco y alegre el sentimiento de fraternidad entre los presentes. La Asamblea celebra, entonces, la Vida de Dios entre los hombres con todos sus beneficios humanos y espirituales.
Por eso la alabanza tiende pronto a expresarse en la alegría del canto y hasta de la danza (cf. Ex 15,20- 21):
«Bendeciré al Señor en todo tiempo;
siempre en mi boca esté su alabanza.
Mi alma se gloría en el Señor;
que lo oigan los humildes y se alegren.
Ensalcen al Señor a una conmigo
y exaltemos su nombre todos juntos» (Sal 33,2-4).
Sabemos también que la alabanza surge de la gratuidad del amor. Ella tiende más a Dios mismo y a su Misterio Trinitario que a sus dones. Y, a su vez, la alabanza que brota de la presencia del Dios vivo en el corazón, despierta al hombre entero y lo arrastra a la renovación de su vida…
La verdadera alabanza, como el amor, tiende a ser incesante porque «al fin y sin fin alabaremos eternamente» (san Agustín).
«Y repetían sin cesar, día y noche: Santo, Santo, Santo es Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá» (Ap 4,8b)
Tratando de sintetizar todo lo dicho, podríamos afirmar lo siguiente: Dios nuestro Padre quiere que anunciemos a su Hijo; el Hijo hecho hombre en Jesús, se nos ofrece como Camino de Vida; y el Espíritu nos llena de esa Vida que es novedad, fraternidad y alabanza a fin de que ya no vivamos más para nosotros mismos sino para aquél que nos amó y nos destinó a la alabanza de su gloria por los siglos de los siglos (cf. Ef 1,3-14).
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[*] Se reconocen dos modos de compartir la vida: 1) el significativo, cuando se comparten los hechos de vida con el significado que les da la fe; 2) el elaborativo, cuando se comparten problemas de vida personal o comunitaria buscando hallar una solución práctica, sicológica, de crecimiento e integración, etc.
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |