Crecía en mí
la necesidad
de profundizar
mi relación
con
Jesús
en la oración,
la alegría
del encuentro
y el compartir
fraterno,
y la urgencia
por proclamar
la Palabra
«Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen
a mí…
Tengo otras ovejas que no son de este corral. A ellas también
las llamaré y oirán mi voz»
(Jn 10,14.16).
Yo era una de esas "ovejas" perdidas del rebaño del Señor; una adolescente de 16 años con todas las características propias de la edad. Tenía grandes ideales, muchos sueños, incontables búsquedas pero también una gran crisis. En Dios no creía, no lo conocía, pero tampoco podía ya poner toda mi confianza en el hombre, que empezaba a ver fracasar en los proyectos políticos, sociales y científicos. El "mundo" no me ofrecía lo que yo tanto buscaba.
Llegó el día que el Señor había dispuesto para transformar mi vida. Viviana, mi amiga (actualmente hermana de comunidad), había hecho su retiro de colegio con el Padre Ricardo y comenzado a orar con un grupo de compañeras unas semanas atrás. Me invitó a una reunión; sin pensarlo mucho accedí a ir, aunque me preguntaba: "¿voy a orar a un Dios en el cual no puedo ni siquiera creer?". No encontraba respuesta pero seguí adelante en mi camino (ahora veo que movida por el Espíritu Santo).
El grupo empezó a orar esa tarde y a los pocos momentos experimenté en mi corazón no sólo que Dios existía, sino que ¡estaba vivo!, habitaba en mi interior y me amaba profundamente. Fue un instante de revelación que cambió absolutamente el curso de mi vida. En este momento me surgen las palabras del salmista: «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?».
Fui creciendo junto con el primer grupito de oración del Movimiento en Córdoba en 1975. El Señor me bendecía con su gracia y con dones de su Espíritu que no sólo edificaban mi camino personal, sino que me permitían comenzar a servir a mis hermanos. Crecía en mí la necesidad de profundizar mi relación con Jesús en la oración, la alegría del encuentro y el compartir fraterno y la urgencia por proclamar la Palabra, ese tesoro que había descubierto y que sabía con certeza que no era sólo para mí. Pero el mayor regalo que me hizo el Señor fue haberme llamado a la vida consagrada. El Señor había cautivado mi corazón y yo descubría que sólo podía vivir perteneciéndole totalmente.
Le ofrecí mi vida en alianza con su Cruz para anunciar el Evangelio y servir a los hombres desde su amor.
El camino no siempre fue fácil. «Si te decides a seguir al Señor, prepárate para la prueba, sé valiente y no temas» (Eclo 2,1). En el año 1978 nuestro grupo fue probado y zarandeado. El tentador quería destruir la obra naciente del Padre, y nos llevó a aislarnos de nuestros pastores, del discernimiento y de la verdad. Fue un año de sufrimiento y oscuridad en el que permanecí en fidelidad sólo por la gracia de Dios. Hoy descubro que en ese tramo de mi camino se cimentó mi opción por el anuncio del Evangelio y por la vida consagrada en Nazaret. Descubrí al Movimiento como el lugar donde Dios me había dado la vida y donde me llamaba a florecer y dar fruto.
Por la gracia de Dios y la ayuda de nuestros hermanos de Buenos Aires volvimos a la luz, Jesús venció entre nosotros, comenzó a reconstruirse el antiguo grupo y empezamos a crecer. Nuevos hermanos llegaban buscando el agua que no se acaba. El Señor confirmaba en mi corazón la vocación pastoral poniendo en mí el deseo de apacentar su rebaño y ofrecerme por la vida de cada una de sus ovejas.
Fui creciendo, conquistando la vida adulta y descubriendo la necesidad de construir un mundo nuevo a través de mi trabajo, de mi estudio, de mi inserción en la sociedad; un mundo en el que Jesús sea Señor.
También fui creciendo en el camino de la consagración y el Señor me concedió la gracia de poder dar el paso hacia la vida comunitaria al constituir la primera comunidad de Nazaret femenino en Córdoba, el 19 de marzo de 1983.
Hoy, a 11 años de mi primer encuentro con el Señor, bendigo al Padre porque miró con bondad mi pequeñez; porque no se dejó detener por mi infidelidad y mi pecado, porque me rodeó de hermanos que me alientan con su entrega, porque quiso manifestar su gloria en mi debilidad; porque me llamó a participar de su alianza de amor con Jesús en el Espíritu Santo. Amén.
Lili Guita |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |