El poder y
la autoridad de Dios
se hacen presentes en Jesús de Nazaret.
Y Jesús delega
su autoridad en su Comunidad-lglesia

El hombre adopta diversas formas
y posturas:
el autoritarismo,
la desautorización,
o la autoridad servicial


El hombre servido desde la autoridad
puede descubrir
la imagen de
un Dios que ama
y cuida, facilita, alegra y responsabiliza
la vida

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 64
 

La autoridad del pastor

I. Según la profecía de Ezequiel, Dios juzga a los pastores y a las ovejas. Juzga a los pastores que se han aprovechado de las ovejas para beneficio propio o que las han descuidado como mercenarios (cf. Ez 34,1-16).

También Dios juzga a las ovejas que se han vuelto "gordas" en la propia autosuficiencia de la vida o a aquellas que se han convertido en cabritos, transformando el amor mutuo en amor egoísta que utiliza al hermano para provecho propio… Ello ocurre cuando el hermano no existe para servirlo y lavarle los pies sino para propia utilidad, conveniencia o beneficio. Cuando quiero tener hermanos que me sirvan… (cf. Ez 34,17-24).

• Este Rey-Pastor que es Cristo, es el que juzgará del mismo modo a Israel y a las naciones. Es el Pastor que, al final, se transforma en el Juez de la historia humana desde el amor, la misericordia y la justicia del Padre hechos presente en su Vida y en su Palabra (cf. Mt 25,31-46).

• Este buen Pastor que da la vida por sus ovejas, entregará el Reino a Aquel que sometió todas las cosas a su Hijo hecho hombre, Salvador y Señor (cf. 1 Cor 15,24-28).

II. El enorme y divino poder de Jesús y de su Padre nos pueden llevar, también hoy, a reflexionar sobre el lugar que el poder y la autoridad deben tener en la vida de los hombres, en nuestra vida y en nuestras comunidades.

Dios no es un Dios sin poder ni autoridad. Nadie puede discutirle su condición absoluta de ser Dios. Él es el que le ha entregado a Jesús todo poder en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18), desde resucitar hasta perdonar los pecados y salvar. Jesús obra con toda esa autoridad cuando elige a sus apóstoles y les transmite el poder de perdonar los pecados en nombre de Dios (cf. Jn 20,21-23). Jesús mismo, antes de ascender a los cielos y respondiendo una pregunta de sus apóstoles, nos revela la autoridad de su Padre: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad» (Hechos 1,7).

El poder y la autoridad de Dios se hacen presentes en Jesús de Nazaret. Y Jesús delega su autoridad en su Comunidad-lglesia: «Tú eres Pedro (que significa piedra) y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves (del poder) del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16,18-19).

Con este poder la Iglesia anunciará el Reino (cf. Hechos 2,38) y el Señor acrecentará la comunidad con aquellos que deban salvarse (Ib. 2,47).

III. Todo lo visto hasta ahora nos lleva a hacernos una pregunta múltiple:

¿Qué sentido práctico o pastoral tiene la autoridad para el hombre, para el cristiano y para la comunidad?

1) Para el hombre

Para el hombre la autoridad es un elemento necesario de convivencia y organización. No se puede convivir sin alguna forma de autoridad. Ella está vinculada a la necesidad de decidir y ejecutar que tiene el hombre organizado social o grupalmente.

El hombre, que ha visto afectado el ejercicio de la autoridad por su situación original de pecado, adopta diversas formas y posturas frente a la autoridad:

a) El autoritarismo

En él, a la autoridad se la identifica con el poder de sujetar a los demás. Tener autoridad significa que los demás tienen simplemente la obligación de obedecer. Aquí lo que importa es la autoridad como función: tener autoridad es poder mandar para que los demás cumplan, obedezcan.

Esta forma de ejercer la autoridad está presente en muchas realidades humanas: el paternalismo comunitario, religioso o familiar, la dictadura o el autoritarismo político, el militarismo, el poder de decisión económico o empresarial, etcétera.

Ella se suele respaldar en la letra de la ley y del derecho y está desautorizada por el Evangelio.

«Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más digno. Jesús les dijo: 'Los reyes gobiernan las naciones, y los que ejercen la autoridad sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así'» (Lc 22,24-26a).

b) La desautorización

Es la negación de la autoridad. Si la autoridad sojuzga, no deja crecer, madurar, personalizarse, y por lo tanto es enemiga del hombre, lo mejor es la anarquía donde no haya poder y cada uno haga como mejor le parezca porque todos somos iguales. Y la autoridad desiguala.

Esta postura frente a la autoridad, muchas veces se disfraza de democracia, de igualitarismo, de fraternidad, pero en realidad es una negación de la sana organización social.

Ella sacrifica la autoridad y la adultez de interrelación que supone la vida común, y estanca a la sociedad o a la comunidad en su necesidad de decisiones comunes para desarrollarse. Otras veces la desorganiza dando lugar a profundos desórdenes sociales y morales, etcétera.

También esta postura ante la autoridad está descartada por la Palabra de Dios que ve en la autoridad una imagen y delegación de la autoridad de Dios en los hombres.

«Respeten a toda autoridad humana como quiere el Señor: ya sea el rey, porque es el soberano, ya sea a los gobernantes, como enviados por él para castigar a los que obren mal y recompensar a los que practican el bien, hagan callar a quienes los critican por ignorancia. Procedan como hombres verdaderamente libres, obedeciendo a Dios, y no como quienes hacen de la libertad una excusa para su malicia. Respeten a todo el mundo, amen a sus hermanos, teman a Dios, honren a los que gobiernan» (1 Pe 2,13-17, cf. Rom 13,1-6).

c) La autoridad servicial

El hombre reconoce la necesidad de la autoridad para vivir (autoridad política, judicial, familiar, religiosa, etc.), pero ella no es un fin en sí misma, para ejercer el poder, sino un modo privilegiado de servir.

«El que aspira a presidir la comunidad, desea ejercer una noble función» (1 Tim 3,1).

La autoridad sirve, se hace servicial desde la búsqueda de la verdad, de los valores para la vida del hombre, y de la libertad que ama. En este sentido, «los gobernantes son funcionarios de Dios encargados de cumplir este oficio» (Rom 13,6).

Esta es la concepción de autoridad y de libertad propia del Evangelio:

«Pero entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,26-27).

Es propia de la Palabra de Dios:

«Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del Amor» (Gál 5,13).

Éste es el modo como el Padre ejerce su Autoridad Absoluta:

«Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga la Vida Eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,16-17).

En Dios, el poder está vinculado al corazón y se ejerce por medio del amor y la misericordia.

2) Para el cristiano

Para el cristiano, pues, la autoridad tiene el sentido del servicio, del bien del prójimo, de su promoción como persona e hijo de Dios.

La autoridad es una función que hace presente la paternidad de Dios y por eso no aleja al mandatario del súbdito sino que acerca al súbdito a Dios. Su ejercicio supone la humildad y el amor, el interés por el otro, su comprensión y la propia entrega.

Así, el hombre, que es servido desde la autoridad, puede descubrir la imagen de un Dios que ama y cuida, que facilita, alegra y responsabiliza la vida del hombre; que enaltece a su Creación y a sus criaturas.

3) Para la comunidad

Jesús nos ha dejado la imagen de su autoridad y de su comunidad en la parábola del buen Pastor (Jn 10,1-16). Y cuando, ya resucitado, le confirma a Pedro la autoridad sobre su Rebaño, lo hace exigiéndole la garantía del Amor: si me amas puedes apacentar mis ovejas (cf. Jn 21,15-17).

La fidelidad a Dios, la misericordia y la servicialidad le dan a la autoridad el tono pastoral.

Así podemos entender por qué la comunidad del Evangelio es una Comunidad Pastoral. Una comunidad donde el ejercicio de la autoridad ha de ser al "modo de Dios", al "modo de su Hijo Jesús". Y donde el vínculo entre pastor y ovejas no es el temor, castigo o represión sino el amor, unidad y promoción.

La autoridad pastoral es necesaria en la comunidad cristiana, y tiene por objeto gobernar discerniendo la voluntad de Dios. Muchas veces este discernimiento consistirá en confirmar la voluntad de Dios como aparezca, de diversas maneras, a través del propio Cuerpo de su Hijo, en sus distintos miembros y realidades, en las bases de la comunidad.

Es decir, la voluntad de Dios puede manifestarse a través de la cabeza o del Cuerpo de la comunidad. El pastor debe mirar sabiendo que Dios se manifiesta de muchas maneras y de diversas maneras. Y la comunidad debe buscar y esperar la confirmación pastoral de un discernimiento como gracia y garantía de "estar en la verdad".

En el Movimiento, el servicio de la autoridad especialmente aparece y se ejerce pastoralmente en sus distintas realidades comunitarias: los coordinadores en los grupos de oración, los animadores en los grupos de Evangelio, los servidores en las distintas formas de comunidades: de consagrados, de matrimonios dedicados, de vida, de trabajo; como también a través de los pastores más generales en las distintas Ramas y en la Obra misma.

La autoridad pastoral es una función participacional y participativa entre la Cabeza y el Cuerpo y comporta una seria y evangélica responsabilidad.

Es un vínculo de Alianza para que, desde el Espíritu y su Amor derramado, haya en el Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios «un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4,32).

Por eso va a recomendar la misma Palabra de Dios:

A los pastores:

«El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud» (Rom 12,8c).

«Exhorto a los presbíteros que están entre ustedes, siendo yo también presbítero, y en mi condición de ser testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada. Apacienten al rebaño de Dios que les ha sido confiado; velen por él, no forzada sino espontáneamente, como lo quiere Dios, no por un interés mezquino, sino con abnegación; no queriendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el rebaño. Y cuando llegue el Jefe de los pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria« (1 Pedro 5,1-4).

A las ovejas:

«Les rogamos, hermanos, que sean considerados con los que trabajan entre ustedes, es decir, con aquellos que los presiden en nombre del Señor y los aconsejan. Estímenlos a causa de sus desvelos. Vivan en paz unos con otros. Los exhortamos también a que reprendan a los indisciplinados, animen a los tímidos, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos» (1ª Tes 5,12-14).

«Obedezcan con docilidad a sus pastores, porque ellos velan por ustedes como quien tiene que dar cuenta. Así ellos podrán cumplir su deber con alegría y no penosamente, lo cual no les reportaría a ustedes ningún provecho» (Heb 13,17).

A los unos y a los otros, a nosotros y a ustedes:

«Que el Dios de la paz —el mismo que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo constituido Gran Pastor de las ovejas, por la sangre de una Alianza eterna— los capacite para practicar toda clase de bien y cumplir su voluntad. Que Él haga en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Heb 13,20-21).

El P. Ricardo, fundador del MPD

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 64, p. 6 (1988)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.