Toda la Iglesia demuestra a José su particular confianza
Un hombre honesto y sufrido, creyente y cariñoso en su familia
San José patrocina el desarrollo de una Civilización del Evangelio
En ocasión de la fiesta del Trabajo, el primero de mayo, en el Movimiento hablamos de san José del Mundo Nuevo. Esto pone a san José en referencia a la Rama del Mundo Nuevo, en nuestra Comunidad Pastoral
Podríamos decir que san José patrocina de una manera especial el desarrollo de una Civilización del Evangelio. Es más, se presenta como imagen y prototipo de un trabajador del Mundo Nuevo, desde su oficio de carpintero en Nazaret.
Por eso hoy quisiéramos conocer y profundizar en el conocimiento de José de Nazaret, ese hombre sencillo, humilde y fuerte cuya fe «merece parangonarse con la fe de Abraham» (Juan Pablo II, homilía 19/03/88). Y a la luz de él, ver nuestro proyecto laboral, la Rama del Mundo Nuevo en la Obra, y la proyección de una Civilización del amor en la sociedad.
1. ¿Quién es José de Nazaret? Es el padre adoptivo de Jesús. José —desde su adhesión total e incondicional a Dios— no tiene temor de aceptar la constitución de una familia singular: su esposa será virgen y su hijo será Hijo de Dios e hijo adoptivo suyo (cf. Lc 2,48).
Esta singularidad de José lo pone también en relación con la Comunidad de su hijo adoptivo: la Iglesia. Sabemos que ella entra en el misterio de Cristo como Cuerpo suyo que se desarrolla a través de toda la historia en consonancia mística con Jesús como Cabeza suya. La Iglesia se siente en particular vinculación con la persona de José. «Toda la Iglesia demuestra a José su particular confianza» (Juan Pablo II). Y por eso lo celebra el 19 de marzo como su Patrono universal. Este es un modo de decir que la Iglesia, como Cuerpo Místico de Jesús, siente a san José como su padre adoptivo en la historia, y que como tal, José cuida de la Iglesia.
2. La personalidad de José es la de un laico. Descendiente de la tribu de Judá y de la familia de David, pertencce a ese resto del Pueblo de Israel que espera en fidelidad de espíritu las promesas mesiánicas de Dios (cf. Rom 11,5). Es "un justo" que vive de la fe (cf. Rom 1,17).
Como laico vive en el mundo con su historia. Como creyente descubre la trascendencia de la historia en los "signos de los tiempos". Así concurre al empadronamiento de Belén dando ocasión a que su hijo adoptivo nazca en la ciudad de David (Lc 2,6-7).
Vive la tensión que despierta en medios oficiales los comentarios proféticos acerca de su hijo (cf. Mt 2,1-12). Sufre la persecución y para salvar la vida de Jesús se destierra a Egipto donde vive pobremente como extranjero en un país extraño a sus tradiciones civiles y religiosas. Con María y Jesús constituyen el Misterio de Dios presente entre los hombres e ignorado ellos (cf. Mt 2,13-15.19-23).
José aprendió en la práctica lo que es "estar en el mundo sin ser del mundo". Y tuvo como lugar de pertenencia el amor a Dios y la confianza en sus promesas. ¡Cuántas cosas puede enseñarnos José a nosotros hombres y cristianos del siglo XX pertenecientes al Siglo del ateísmo!
3. Tres cosas podemos destacar de la vida de san José como laico del Pueblo de Dios:
a) Posee una rica interioridad. La tradición religiosa de su pueblo es viva, fuerte y práctica en él. Se sabe descendiente de David y esperanza humana para el cumplimiento de la promesa mesiánica (cf. Lc l,27.32-33).
Nacido Jesús, «llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor», someterlo al rito de la circuncisión y ponerle el nombre de Jesús. De este modo cumplía con la ley de Moisés, según la cual todo varón primogénito es consagrado al Señor, El rito se completaba con el ofrecimiento, en sacrificio, de un par de tórtolas o de pichones de palomas (cf. Lc 2,21-24).
Desde Nazaret, donde «el niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría», todos los años subían a Jerusalén para celebrar en el Templo la fiesta de la Pascua (cf. Lc 2,40-41). Con María llevaban consigo al Cordero de Dios, la Ofrenda definitiva que se ofrecería un día en la Cruz, por los pecados del mundo y la Alianza con su Padre.
La actitud de José no era un mero sentimiento religioso. Era un hombre justo, piadoso y de diálogo familiar con Dios. Por eso no le extraña que Dios se comunique con él en sueños para revelarle la situación de su prometida en espera de un hijo (cf. Mt 1,18-21) o la necesidad de abandonar el país para salvar la vida de Jesús (Mt 2,13-15).
José, como Abraham, es un hombre de fe en las promesas de Dios, de diálogo interior con Él, y de fiel obediencia exterior a Su voluntad.
b) El segundo rasgo de la vida de José es su vida de familia. En él se cumplieron las promesas mesiánicas al tomar a María por esposa. Con ella y con Jesús llevaron en Nazaret una vida pobre y sencilla, común y llena de Dios. José era capaz de grandes decisiones: aceptar a su esposa embarazada, trasladarse en ese estado a Belén, salir del país y vivir desterrado sin amargura. Por lo mismo era hombre de gran fortaleza moral y capacidad de sacrificio. Lo podemos imaginar como un hombre honesto y sufrido, creyente y cariñoso en su familia.
c) El tercer rasgo de José es ser un trabajador. Supo ganar el pan con el sudor de su frente para él y su familia. José nos enseña que el trabajo no es un obstáculo para la vida de santidad. El obstáculo puede estar en el modo como se trabaje. Por eso podría preguntarnos desde su experiencia laboral: ¿le das interioridad a tu trabajo desde la fe, el servicio y el amor?, ¿o dejas que el trabajo te lleve a una exterioridad superficial, agitada y muchas veces enojosa?
El trabajo caracterizaba la vida de san José. Jesús era conocido como «el hijo del carpintero» (Mc 6,3; Lc 4,22). De José, Jesús recibió humanamente una imagen paterna de trabajo y honestidad, de confianza sobrenatural en la pobreza familiar cuya riqueza era la humildad, el amor mutuo, la religiosidad espontánea y la caridad con el necesitado (cf. Lc 10,21).
4. San José del Mundo Nuevo. Podemos imaginar que cuando Jesús veía trabajar a su padre adoptivo, podía mirar en él las manos creadoras de su Padre eterno. En José, Jesús descubría al hombre asociado con su Padre-Dios en la transformación de la Tierra y de las cosas, para servicio y beneficio de los demás.
José es un precursor de la Civilización del Mundo Nuevo. Por su santidad de vida, por su laicidad (familia, trabajo), por el estilo temporal de vida que desarrolla abierto a la trascendencia de la Palabra de Dios.
En el cuidado de Jesús y en el estar asociado a él, pone el germen de la Civilización del Amor preanunciada en el Éxodo de Israel y la Conquista de la Tierra Prometida, cumplida en la Pascua de Jesús y ofrecida en nuestros días para que la desarrollemos en medio del mundo.
El padre adoptivo de Jesús y de la Iglesia universal es también el que patrocina y adopta una Civilización del Evangelio para el Pueblo de Dios en el Mundo. «El hombre al que Dios mismo dio tanta confianza —dice Juan Pablo II— merece también una gran confianza por parte de los hombres».
Por eso, para nosotros, José de Nazaret es san José del Mundo Nuevo. Ponemos en sus manos, junto a las de María y Jesús, nuestros trabajos y profesiones, nuestras obras y comunidades de trabajo. Que su intercesión apure los tiempos del derramamiento del Espíritu sobre el mundo del trabajo, y pueda aflorar así una verdadera Civilización del Amor en el Pueblo de Dios y sobre toda la Tierra.
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Charla en la Jornada del Mundo Nuevo del 8 de mayo de 1988, con la presencia de 110 profesionales y trabajadores del Movimiento. © El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |