Queremos que
la Iglesia tenga
el rostro pastoral del Evangelio
y sea un signo
de credibilidad
y de opción
y no de indiferencia y formalidad














Somos los que, como discípulos, compartimos y oramos en común buscando ser
la comunidad de
un solo corazón
y una sola alma

El objetivo principal del
Pueblo de Dios
no son beneficios temporales, humanos o sociales sino la santidad















La Iglesia es una Comunidad Pastoral de hermanos sacramentalmente engendrada en Cristo Jesús y orientada a la santidad del amor del Padre

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 73
 

La Iglesia, comunidad pastoral de hermanos

Hoy la Iglesia busca expresar su nuevo rostro pastoral, a la luz del Concilio Vaticano II y su desenvolvimiento posterior. Los cristianos, despertados evangélicamente por el Espíritu, quieren hacer una presencia más auténtica y comprometida de la Iglesia en el mundo y su historia. Queremos que la Iglesia tenga el rostro pastoral del Evangelio y sea un signo de credibilidad y de opción y no de indiferencia y formalidad.

Por eso nos disponemos, en esta Jornada Mariana de 1989, a dibujar el contorno pastoral de la Iglesia como signo del Evangelio. A insistir sobre esta realidad nos anima el reciente documento papal "Los fieles cristianos laicos" (Christifideles laici) y las reiteradas enseñanzas de Juan Pablo II sobre la Iglesia-comunión.

1. Jesús, el Hermano-Dios

La novedad que funda lo realidad de la Iglesia como Comunidad Cristiana es que Dios nos ha dado a su Hijo como Hermano. Y "Él no se avergüenza de llamarnos hermanos cuando dice: 'Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos. Te alabaré en medio de la asamblea'" (cf. Heb 2,11-12).

El Hijo de Dios, la Palabra eterna de Dios, se hizo Hermano nuestro (Jn 1,14), recibió el Nombre de Jesús y nos reconcilió con su Padre en la cruz. Resucitado, comunica la buena nueva de ese suceso a sus discípulos como hermanos suyos:

"Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán" (Mt 28,10; cf. Jn 20,17).

¡Qué hermoso meditar y orar hoy el prólogo de san Juan! ¡Qué grandioso y anonadante que Dios se haya hecho Hermano nuestro en Jesús!

El Hijo de Dios nació en Belén, se hizo presente entre los hombres. Y nosotros no lo recibimos. La Cruz es el desprecio de Dios por parte del hombre.

Sin embargo, Dios lo resucitó y lo hizo "el Viviente", el primogénito de entre los muertos. "Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados por medio de su sangre e hizo de nosotros un Reino Sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos!" (Ap 1,5-6), exclamamos con el Apocalipsis.

Nuestro Hermano Jesús tiene la Gloria de Dios. Es, a la vez, nuestro Hermano y Señor. ¿Cómo nos vinculamos con Él? ¿Qué significa Él para nuestra vida personal, familiar, comunitaria y social? ¿Guardamos vivo el anhelo paulino de identificarnos con Él hasta ser "otro cristo" entre los hombres? Para esto es necesario que Él crezca realmente y nosotros, disminuyamos.

Jesús, nuestro Hermano Dios es el buen Pastor de la parábola y del diálogo con Pedro (Jn 21,15-17) después de su resurrección. Es el Sumo y eterno Sacerdote de la carta a los Hebreos y de cada Eucaristía. Es el Señor que ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra, envía a los suyos a evangelizar el mundo y nos dice "yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Sí hermanos, el Cordero que está en medio del trono es nuestro Pastor eterno y nos conduce hacia los manantiales de agua viva. Dios secará toda lágrima de nuestros ojos (cf. Ap 7,17).

El misterio, la grandeza y la generosidad de Dios son insondables. Y si el Padre nos dio como Hermano a su Hijo, el Hijo ha querido darnos como padre a su propio Padre; junto con Él podemos decir verdaderamente, "¡Padre nuestro que estás en el cielo!".

Nosotros no hemos recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, la vacilación o el pecado, sino el espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios "Abba", es decir, "padre". El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rom 8,15-16). ¿Vivimos suficientemente en alianza de corazón con nuestro Padre, como Jesús, o vivimos como huérfanos sin serlo?

2. Los "hermanos" de Jesús

Un día le dijeron a Jesús: "tus parientes te buscan". Jesús, indicando el sentido sobrenatural de su familia respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21).

Jesús prolonga su permanencia histórica en aquellos que, por la fe, la conversión y el bautismo, han optado por vivir como hijos de Dios. "A los que creen en su Nombre, les dio el poder de ser hijos de Dios" (Jn l,12) y hermanos suyos.

Somos los que hemos decidido ser sus discípulos. Hemos encontrado que el camino de nuestra vida es Jesús y su Evangelio.

Somos los que, como discípulos, compartimos y oramos en común buscando ser la comunidad de un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32) bajo la efusión del amor de Dios (Rom 5,5) y la conducción del Espíritu Santo (Rom 8,14).

Los hijos de Dios y hermanos de Jesús, somos y son los que, movidos por el Espíritu, buscan realizar un proyecto de comunidad de salvación conforme al prototipo de las comunidades originarias (Hch 2 y 4) bajo la guía eclesial de los pastores y los sucesores de los Apóstoles.

Son los que, desde ella, realizan su vida temporal, civilizan evangélicamente el Mundo y viven para la santidad y eternidad.

Jesús dio a conocer el Nombre de su Padre y nos lo sigue dando a conocer, para que el amor con que su Padre lo ama a Él, esté en nosotros y Él mismo esté entre nosotros (cf. Jn 17,26; Mt 18,19-20).

Por eso quiere Jesús, Hermano y Señor, que nos encontremos con Él, en el Sacramento del hermano que es todo prójimo como en la parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37; Mt 25,31ss). "El que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (l Jn 4,20).

Esto supone también un trato fraterno con el hermano. Un trato cercano y no meramente funcional o como si el hermano fuera un desconocido. Nosotros conocemos a los demás en el amor del Padre derramado en nuestros corazones. Y esto nos pone por encima de imágenes naturales, de prejuicios, del desprecio de la crítica y de la mezquindad de nuestro egoísmo.

Y para completar la realidad de su familia, Jesús comparte también con nosotros la maternidad de su propia Madre. María es la Madre de Jesús y también lo es nuestra en el orden de la gracia. De ella y por obra y gracia del Espíritu Santo, recibimos la Vida Nueva que es Jesús.

A un año de la Aprobación Canónica definitiva y de la consagración del Movimiento al Corazón de María, podemos preguntarnos: ¿Cuál es mi vínculo con la Madre de Jesús? ¿En qué medida escucho sus requerimientos de conversión y entrega a la alianza de su Corazón en los tiempos actuales de la humanidad?

María, Arca de la Nueva Alianza, la mujer vestida de sol (Ap 12,1) nos sigue diciendo: Vivan lo que Jesús les enseña en su Evangelio y permanezcan llenos del Espíritu Santo.

3. La Comunidad Pastoral de Jesús

Jesús se presenta con los suyos, ante el Padre, como un solo Cuerpo, la Iglesia de la que Él es la Cabeza (Col l,18).

La Iglesia es su Gran Familia incorporada a la vida trinitaria de Dios. En esta Familia Universal o Católica, uno es el Padre de todos en la eternidad y los demás somos hermanos en el que es Hermano y Señor. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte" (1 Jn 3,14).

Por eso la Iglesia está llamada a expresarse pastoralmente como un misterio de comunión con diversidad de funciones. "Gracias a esta diversidad y complementariedad cada fiel —dice Juan Pablo 11— se encuentra en relación con todo el Cuerpo y le ofrece su propia aportación" (Christifideles Laici 20).

Jesús quiere vinculaciones personales (cf. Jn 15,12). El Cuerpo necesita roles funcionales (1 Cor 12,l 2ss.). El Amor hará que desempeñemos las funciones que el Cuerpo necesita dentro de un ambiente de vinculaciones fraternas. Porque la fraternidad es lo que expresa en el tiempo, la condición de nuestro ser hijos adoptivos de Dios.

A fin de que no haya confusiones, anarquía y deformaciones, Jesús le ha dado una forma pastoral a su Familia y Pueblo de hermanos.

El Pueblo ha de estar organizado en tribus, en comunidades guiadas por pastores conforme a la imagen de Jesús buen Pastor (Jn 10,1-18). De tal manera que su Iglesia sea una Comunidad de comunidades (DP), una ciudad cuyos barrios sean las comunidades. El vínculo del Pastor con las ovejas es el vínculo del Amor y el servicio a Jesús, el Señor resucitado (cf. Jn 21,15-17). Por eso también, el vínculo del pastor y su oveja es un vínculo fraterno, el amor mutuo, en el contexto de una función propia del Cuerpo. Fuera de Jesús no hay señores y siervos sino hermanos con diversidad de tareas, funciones y autoridad para la función.

La Iglesia primitiva tenía conciencia de que la autoridad pastoral era un poder delegado por Jesús a sus Apóstoles, y no simplemente a la comunidad, para el gobierno pastoral de ella. Tenía conciencia de que, más allá de diversas funciones pastorales y otros servicios, la autoridad pastoral central tenía un carácter sagrado o sacerdotal (Hch 2,42; 4,35).

En su Iglesia, Jesús había delegado en algunos hermanos, el poder ser-otro-Jesús para la Reconciliación, la Celebración del misterio pascual en la Eucaristía (Jn 20,22-23; Lc 22,19) y gobernar la comunidad (Mt 16,19-20). Por eso, el eje del servicio pastoral en la Iglesia es un servicio sacramentalizado en el sacerdocio. Jerarquía no significa una escalera de poderes sino un "poder sagrado". El mismo no surge de una elección ni de una sucesión sino de un sacramento donde Dios obra: el orden sagrado.

La presencia de este "poder o autoridad sagrada" sacramental, implica que el objetivo principal del Pueblo de Dios no son beneficios temporales, humanos o sociales sino la santidad. La santidad es el llamado universal del Pueblo Sacerdotal de Dios. "También ustedes —dice Pedro— a manera de piedras vivas, déjense edificar como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2,5). "Así como aquel que los llamó es Santo, también ustedes sean santos" (1 Pe 1,15).

De esta manera el sacerdote es un pastor sagrado que dispensa los misterios de Dios para la santificación de la Familia de Jesús. De esta Familia que como lo sabemos, el Espíritu Santo es el animador e impulsor en el sentido más profundo de esas palabras.

Este carácter de "comunión funcional" propio de la Iglesia se refleja en la variedad de vocaciones, estados de vida y servicios en el Movimiento. Y nos lleva a preguntarnos: ¿aceptamos, respetamos y promovemos cada una de las vocaciones que son diversas de la mía: la familia, la consagración, el sacerdocio, la dedicación, la comunidad de vida?

¿Amamos, respetamos y estimulamos cada forma de servicio en la Obra: el pastoreo de los grupos, el servicio a las comunidades, el ministerio sacerdotal, los diversos servicios del cuerpo?

¿Vivimos haciendo uno comunión de vida según las distintas vocaciones y los diversos servicios, sin envidias, celos, competencias y rivalidades?

Si la respuesta fuera positiva, y creo que en general a eso tendemos a pesar de muchos límites y debilidades, tendríamos en el Movimiento una imagen evangélica de la Iglesia.

Conclusión

Así podemos terminar con el dibujo de una imagen: la Iglesia es una Comunidad Pastoral de hermanos sacramentalmente engendrada en Cristo Jesús y orientada a la santidad del amor del Padre.

El rostro discipular de la Iglesia ante los hombres es el amor mutuo de la fraternidad de Jesús. Ella es, para los hombres, el signo y la imagen de Dios: "Dios es amor y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él" (1 Jn 4,16b).

La fraternidad cristiana es el llamado evangelizador a conocer y creer en el amor que Dios nos tiene (cf. Ib. 4,l6a). Este es el carácter misionero de la alianza fraterna. "La comunión representa a la vez, la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión" (ChL 32).

La Iglesia es una comunión de vínculos fraternos en la que Dios quiere revelarse por el amor y en el Amor. Por eso hoy, desde los Corazones de Jesús y de María, recibimos un llamado a vivir en el Movimiento, la Iglesia de la Alianza y celebrarla en la Eucaristía.

El P. Ricardo, fundador del MPD

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 73, p. 4 (1990)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.