Todo comenzó cuando hace algunos meses no le encontraba sentido a casi nada ya que estaba como perdido y vacío y no sabía a quién recurrir. Estaba solo, o mejor dicho, tenía la sensación de estarlo, y éste era un vacío que ni mis padres podían llenar. Había comenzado a estudiar percusión, las cosas en mi trabajo no iban como hubiese querido que me fueran, mi papá se quedó sin trabajo y lo que cobró al retirarse lo invirtió en un negocio que no rindió. Mi mamá también tuvo que dejar de trabajar, así que yo había pasado a ser un poco el sostén de la familia con una hermana de seis años.
Con todos estos problemas dándome vueltas en la cabeza comencé a salir con algunos compañeros a recitales de blues y a ensayos que se daban por la noche, creyendo que esto podía hacerme olvidar al menos un poco la rutina, pero no fue así ya que esta sensación de impotencia era más fuerte que cualquier otra cosa. Allí fue cuando, por primera vez, probé un porro (como se le dice al cigarrillo de marihuana), y llegué a pensar que no era tan malo fumar de vez en cuando. Hasta me di cuenta de que cada vez me iba metiendo más en la droga y en lugar de sentirme mejor estaba más perdido que antes, porque si mi mamá se enteraba sería como si la matara en vida. Porque ella siempre dio todo por mí.
Fue en ese momento en que decidí acercarme a la parroquia para confirmarme, sin saber que con mis hermanos de comunidad encontraría lo que realmente necesitaba. No les conté lo que me pasaba hasta después de mi primer retiro, pero sentía en cada encuentro con ellos que existía algo "más fuerte que todo" y eso era el amor de Dios, ese amor tan grande que me hizo, de a poco, comprender que Él estaba siempre conmigo y que me amaba como era y como soy ahora.
Me di cuenta en el retiro de que lo único que quería era abrazar a mis viejos y decirles cuánto los amaba, por todo lo que hicieron por mí, y me emocioné tanto que no pude parar de llorar hasta que llegué a casa.
El segundo paso era saber después de eso qué haría y la respuesta la encontré cuando agarré ese "porrito" que me estaba matando y lo tiré en el inodoro pidiéndole al Señor que me dé la fuerza para no volver a caer nunca más.
La droga me iba a matar y Dios me sacó de ella, me resucitó.
D. C. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |