Desde hace unos años vivimos un tiempo definido como "postmodernidad", aquel marcado por la crisis de los sistemas totalitarios de la ideología moderna. Y bien, la postmodernidad marca un tiempo de inseguridad, de naufragio, donde no hay asideros seguros; más aún, donde nos encontramos sacudidos de manera particular por la indiferencia.
Al decir del filósofo Oscar Terán —docente de dos universidades argentinas e investigador del Conicet— esta indiferencia junto a una suerte de aburrimiento dramático es una combinación realmente grave. "Porque hay sociedades que se aburren, pero bien, porque viven vidas confortables, que pueden no ser estimables para uno, pero en las que la vida cotidiana está relativamente garantizada". Sin embargo lo que ocurre en este momento en la nuestra es una "baja de las expectativas, al mismo tiempo que una situación social desesperante" (Diario Clarín, 26-6-00).
Hay signos claros para pensar que la situación se ha agravado en estos años. Los escándalos que abruman a la opinión pública son tan numerosos que crean un clima bastante generalizado de desconfianza y desmoralización.
Este sentimiento de que no hay alternativas de salida, conlleva a una sensación de absoluta insatisfacción, porque junto con los escándalos de desigualdad social, se está vulnerando el sentido de la propia existencia. Esto hace que cada individuo piense en función de sí mismo y no del bien común.
Se podría decir que estamos ante una enfermedad social mortal: la de la indiferencia, la de la falta de pasión por la verdad.
Pero ¿cuál es la verdad del hombre?
"No pocos desconfían de quien se atreva tan sólo a plantear esta pregunta con voluntad de encontrarle una respuesta válida para todos. Piensan que se trata de una estrategia de dominio y alegan que quien tenga o pretenda tener la respuesta a esa cuestión se arrogará fácilmente la capacidad de someter a los demás. Lo correcto sería, según se dice, que cada cual diera a esa pregunta la respuesta que mejor le pareciera y que actuara, sin más, según creyera oportuno. De este modo se abren las puertas al puro arbitrio de los individuos, fácilmente manipulable por la voluntad inmoral, tanto de los individuos mismos como —más especialmente— de los más fuertes. Empieza a desvincularse la libertad de la verdad del hombre y se acaba entendiéndola de un modo individualista que la despoja de su esencial dimensión de solidaridad y la entrega al capricho del egoísmo individual y de los poderosos de turno" [1].
Hace 20 años podíamos discutir en nombre de una ideología porque se tenían fuertes horizontes, tal vez diferentes, pero por los cuales valía la pena sufrir.
El drama de la época presente, como lo expresa el P. Bruno Forte, es que "parece que ya no hubiera grandes razones para vivir o para morir. Los jóvenes de 20 años atrás podían ceder a la violencia de la ideología; los jóvenes de nuestro presente arriesgan la trágica experiencia de la desesperación, del vacío, del sin sentido, de la caída, del abandono".
"Ahí están a la vista de todos, tantos jóvenes hundidos física y moralmente por la droga y el alcohol, carentes de una auténtica educación ética para vivir la sexualidad, el amor conyugal y la verdadera solidaridad. Familias destrozadas por la infidelidad y por un egoísmo que ha llevado a tener un índice de natalidad cada vez más bajo. Un clima social en el que se profesa abierta o tácitamente, la regla del todo vale para conseguir el bienestar propio o el poder económico y político; con estos fines se recurre a la violencia, a la mentira, al fraude y a pisotear los derechos humanos, incluso el derecho a la vida".
"El terrorismo, que desprecia la vida y la auténtica libertad. La frecuente ausencia de profesionalidad y empeño por el trabajo bien hecho, así como la violación de los compromisos contractuales y de otras obligaciones sociales y económicas; la sospecha, más de una vez probada, de que los cargos públicos son utilizados como medio de enriquecimiento ilegítimo, etc.." [1].
Donde falta una esperanza común, se está cada vez más solo; donde no hay razones fuertes para vivir y para vivir juntos, nos volvemos prisioneros de los pequeños cálculos. Triunfan los intereses individualistas, particulares, y todo es medido a partir del egoísmo del grupo, del individuo. Se pierden las grandes razones de la solidaridad.
Por eso, nuestra sociedad está hoy tan necesitada de verdad como de libertad. De verdad en lo que se dice y más todavía en lo que se hace. Se necesita una mayor transparencia y una mayor adecuación a la realidad en las informaciones que se reciben a través de los medios de comunicación. "Los intereses que se quieren defender pesan, por desgracia, en demasiadas ocasiones más que la verdad de lo que se comunica. La mentira y la manipulación crean un clima de sospecha y desconfianza que tiende a reforzar el individualismo y que retrae a muchos del bien común" [1].
Frente a esta realidad, cabe la pregunta; ¿hay motivos para la esperanza?
Los cristianos saben que nunca está todo perdido, que hasta el pecado se convierte en ocasión de luz y nueva fuerza en las manos misericordiosas de Dios. Sabemos que la esperanza mueve a la conversión y a la acción de la gracia que nos acompaña, para no olvidarnos jamás de nuestra dignidad de hijos. La conciencia de esta dignidad es la que nos da cada día nuevas fuerzas, que nos hacen incansables en el trabajo por una sociedad auténticamente fraterna y solidaria.
Los no cristianos que se esfuerzan sinceramente en seguir la voz de su conciencia no están lejos de esta misma esperanza. Porque también ellos, desde su condición de personas, están ligados al Bien y a la Verdad.
Por eso, pese a las contradicciones y caídas, todos conservamos la capacidad de renovarnos para buscar un destino común. Aquel en el que vuelvan a renacer, individual y socialmente, los valores más auténticos, capaces de desterrar de nuestros corazones la apatía y la indiferencia.
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[1] L'Osservatore Romano N° 33 (16-8-96): Moral y sociedad democrática. © El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |