La integración de la fe y la psicología en la búsqueda existencial del sentido de la vida puede ser un camino difícil para transitar; pero conducido de la mano del Señor que llama y guía, se puede arribar al mejor puerto: el de la realización personal en el Amor de Dios.
Lo más sagrado que me pudo pasar en mi historia de conversión es que el Señor haya revelado su Amor a mi corazón haciéndome gustar su presencia divina en mí. Con el tiempo esta medida con que me trató el Señor se acrecentó. Sin evitar que yo pasara por caminos ásperos, Él mismo se encargó de llevarme a bellas cumbres, donde se quitó el velo. Entonces sus ojos penetraron en mí y me llamaron a la cumbre más alta: ser todo de Él. ¿Qué más puede pedir un alma cuando siente este bendito privilegio? ¿Y qué otra respuesta puede haber sino un "sí" que corre en pos del amor unitivo de Dios Trino? Es así como la interioridad de mi ser suspira anhelando definitivamente la unidad mística con las tres Personas Divinas.
La psicología de mi personalidad también aprendió a ensancharse a medida que se conoció a sí misma. La angustia existencial de no saber quién era y qué quería en la vida, y por qué era así y no de otro modo, hicieron que yo pidiera ayuda profesional. Con esa ayuda bajé a la oscuridad tan temida de mi inconsciente. ¿Qué podía encontrar allí, en el sótano oscuro? En principio fue difícil abrir la puerta para bajar. No entendía que mi modo de ser estructurado podía pasar por esa primera puerta. De a poco, muy de a poco, la pasé. No sin costo, como suele ocurrir con los caminos ásperos del Espíritu.
Allí abajo, mi ayuda y yo, encendimos la primera lámpara y vi el mundo de los sentimientos. Algunos me dieron miedo y me asustaron. Casi no los reconocí porque estaban cubiertos de telarañas, y los limpié de a poco. Otros estaban en un rincón llorando de dolor por sus raspones. Me dirigí a ellos a abrazarlos… y ellos aceptaron ese gesto. Cuando me dijeron "gracias", continué la búsqueda.
Despacio, al cabo de un buen tiempo y al encenderse otra luz, vi una puerta. Era como todas, pero a las otras nunca las había valorado como a ésta. En ella había un cartel que decía PANADERÍA. Apenas la abrí me encontré con grandes masas de POSIBILIDADES. ¿Qué podía ser yo? Desde una torta bellísima de muchos pisos hasta un simple pan francés. Sin duda elegí ser una torta, pero el Señor del que hablé al comienzo me eligió para ser pan. ¿Qué otra respuesta pude haberle dado a este Señor? "Está bien, hágame pan. Pero como ése que a la gente le gusta más… Hágame como el Pan de Vida".
Con el paso del tiempo y por mi negligencia, el pan llamado a ser como el Pan de Vida se empezó a secar. Un amigo del campo de la zona de Traslasierra (tan simple como el pan casero) me había dicho en una visita: "Tené cuidado de no endurecerte, mirá que el pan duro es para los chanchos". Creyendo ya que mi vida se había endurecido, me dije: "Que me tiren a los chanchos".
Por esos tiempos sentí la mano de alguien que pensó que el pan podía servir si se lo tostaba; así no se echaba a perder. Y así fue como me acercaron al fuego. Era la Alianza, el calor de la Alianza me unificaba. ¿Y qué era lo que ella reunía? Nada menos que la psicología de mi personalidad con las tres Personas Divinas. La base de mi persona (razones, emociones, anhelos) se asentó en la Alianza y para ella. ¡Qué unidad encontré entre mi persona y las Personas Divinas! La Alianza es capaz de unificar en el camino a la cumbre nuestra naturaleza en la belleza de Dios.
En ese camino a la cumbre al que el Señor me llamó desde el principio, también vino a unificarse otra parte de mí: el cuerpo.
Desde mis trece años había querido ser mimo. En un canal de televisión vi actuar a alguien a quien admiré mucho: Ricardo Salusso. Pero nunca pude ir a aprender porque no encontraba el horario adecuado. Desistí finalmente de ese anhelo.
Un día, alguien en una librería me confundió con un actor de mimo y me pidió que animara el cumpleaños de su hija. "Mire, en principio no soy mimo pero puedo conseguir a alguien", le dije. En realidad no conocía a nadie, pero una vez caminando por la calle, había encontrado un folleto que se refería a unas clases de pantomima.
Y lo había conservado. Además de hacer las conexiones para las que me había ofrecido, me inscribí en ese taller. Este arte no solo me permitió bajar 10 kilos sino que me dio profundas satisfacciones que nunca había esperado.
La primera sorpresa fue descubrir el valor del SILENCIO. En las cumbres no hay palabras, hay silencio. Comunicarse en el silencio no es fácil. Si silenciar la interioridad es difícil, silenciar el cuerpo también lo es. Pero no es imposible. El primer silencio se produjo en mi escuela, el San José. A muchos los conmovió. Si bien yo no estaba en la cumbre, fue como haber estado.
El silencio habló por el movimiento del cuerpo. ¿Qué expresé, qué dije? Nunca supe lo que en el público generaba, lo que sí sé es que intuí sin duda la unicidad de Dios en esa obrita que hablaba en parte de mi historia, pero que a través de ella buscaba expresar el amor sagrado del Señor.
De a poco, el cuerpo se unió a todo mi ser psíquico y muchas veces al amor encumbrado de Dios para luego unificarme con quienes me ven y escuchan al silencio.
Lo que la gente me devuelve fue para mí el signo de que esto es lo que Dios quiere.
Agradezco al Señor por este arte que tanto bien hace a mi alma, que significó una síntesis entre mi vida de fe y mi interioridad, y también deseo sinceramente decir ¡GRACIAS! a todos los que me devolvieron tantos "mimos" a través de sus expresiones.
Fernando F. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |