«La siempre nueva presencia de Cristo en el Espíritu
es la condición esencial
para la existencia del sacramento
y para la presencia sacramental
del Señor»

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I. Intento de clarificación a través de una dialéctica de los principios

2. Cristología y pneumatología


Pero ahora se presenta la pregunta: si institución y carisma sólo pueden considerarse parcialmente como binomio dialéctico, y por lo tanto, sólo aporta respuestas parciales a nuestra cuestión, ¿hay quizás otros puntos de vista teológicos más apropiados?

En la teología contemporánea, la dialéctica entre las visiones cristológica y pneumatológica de la Iglesia aparece cada vez más seguido. A la luz de esta dialéctica, se afirma que el sacramento pertenece al aspecto cristológico-encarnacional de la Iglesia, el cual luego debería completarse con el aspecto pneumatológico-carismático.

Es verdad por supuesto que se debe hacer distinción entre Cristo y el Pneuma. Por otra parte, así como no se puede tratar a las tres personas de la Trinidad como una comunión de tres dioses, sino como al único Dios trino, así también la distinción entre Cristo y el Espíritu puede entenderse correctamente sólo cuando su diversidad nos ayuda a entender mejor su unidad. No es posible comprender correctamente al Espíritu sin Cristo, pero tampoco a Cristo sin el Espíritu.

«El Señor es el Espíritu», nos dice Pablo en 2 Cor 3,17. Esto no quiere decir que los dos sean simplemente la misma realidad o la misma persona. Quiere decir que Cristo como Señor sólo puede estar entre nosotros y para nosotros porque la encarnación no ha sido la última palabra. La encarnación tiene su cumplimiento en la muerte de Cristo en la cruz y en su resurrección. Esto significa que Cristo sólo puede venir porque nos ha precedido en el orden de vida del Espíritu Santo y se comunica a través de ese Espíritu y en Él. La cristología pneumatológica de san Pablo y los discursos de despedida del Evangelio de Juan todavía no han penetrado suficientemente en nuestra visión de la cristología y la pneumatología. La siempre nueva presencia de Cristo en el Espíritu es la condición esencial para la existencia del sacramento y para la presencia sacramental del Señor.

Esta consideración, también, ayuda a iluminar el ministerio «espiritual» en la Iglesia y su lugar en la teología, que la tradición ha definido con el término de successio apostolica. «Sucesión apostólica» significa precisamente lo opuesto de lo que parece decir: no significa  que  llegamos  a  ser,  por  así  decirlo, independientes del Espíritu gracias a la ininterrumpida cadena de la sucesión. El vínculo con la línea sucesoria significa justamente lo contrario: que el ministerio sacramental nunca es nuestro para disponer de él, sino que debe ser dado cada vez por el Espíritu. Porque es el Espíritu-Sacramento que no podemos crear o instituir nosotros. La experiencia profesional o la competencia funcional no es suficiente en sí misma: es necesario el don del Señor.

En el sacramento, en el vicario obrar simbólico de la Iglesia, el Señor ha reservado para sí mismo la permanente institución del ministerio sacerdotal. La tan específica vinculación entre el «una vez» y el «siempre», que vale para el misterio de Cristo en su conjunto, aquí se hace visible de manera ejemplar. El «siempre» del sacramento, la presencia pneumática del origen histórico de la Iglesia en todas las épocas, presupone el vínculo con el «ephapax» (εφαπαξ), con el irrepetible evento del cual la Iglesia deriva su origen. Este vínculo con el origen, esta estaca clavada en la tierra del evento único e irrepetible, nunca puede ser repudiado. Jamás podremos evadirnos en una pneumatología flotante, ni abandonar el sólido terreno de la Encarnación, del obrar histórico de Dios.

Por el contrario, sin embargo, este evento irrepetible se nos comunica en el don del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Señor Resucitado. No se desvanece para siempre, como algo muerto y olvidado, en el pasado irrecuperable, sino que posee en sí el poder de hacerse siempre presente, porque Cristo ha atravesado el «velo de su carne» (Heb 10,20) y, por lo tanto, hizo accesible a nosotros lo que es eternamente renovable en el evento irrepetible. ¡La encarnación no se detiene en el Jesús histórico, en su sarx (cf. 2ª Cor 5,16)! El «Jesús histórico» tiene significancia eterna justamente porque su carne es transformada en la Resurrección, de modo que ahora Él puede hacerse presente en todas partes y en todos los tiempos, con la fuerza del Espíritu Santo, como admirablemente muestran los discursos de despedida de Jesús en Juan (cf. particularmente 14,28: «Me voy y regresaré a ustedes»). De esta síntesis cristológico-pneumatológica puede inferirse que será de gran ayuda para resolver nuestro problema un examen detallado del concepto de «sucesión apostólica».


Este documento se ofrece instar manuscripti para su divulgación. Es una copia de trabajo para uso interno de El Movimiento de la Palabra de Dios, y ha sido depurada dentro de lo posible de errores de tipeo o traducción. Para facilitar su lectura las citas bíblicas se tomaron de El Libro del Pueblo de Dios.