Capítulo II
LOS DESAFÍOS
Situación en la que se encuentran el mundo y la Iglesia
21. Con oído atento y sensibilidad pastoral queremos mirar desde la fe la compleja realidad del mundo que nos toca vivir para discernir los signos de los tiempos como reclamos de evangelización. Guiados por la ayuda del Espíritu Santo, anhelamos reconocer y alentar cuanto hay de bueno y verdadero (PDV 10) en las posibilidades de este momento histórico y queremos denunciar con audacia profética todo lo que atenta contra la dignidad de cada persona humana (CCE 1788). Nada nos apremia tanto como acercarnos al corazón de esta realidad para transformarla (GS 4) desde sus raíces con la novedad del Evangelio (JSH 11).
22. Al comenzar el nuevo milenio, la humanidad entera se encuentra sumergida en grandes dificultades: la alarmante extensión de la pobreza y la escandalosa concentración de la riqueza, la corrupción de las clases dirigentes (SD 232), los conflictos armados de insospechables consecuencias (SD 252), los nuevos fundamentalismos y formas inimaginables de terrorismo, la crisis de las relaciones internacionales. Son evidentes las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, el relativismo, el menosprecio de la vida (EA 56-57), de la paz, de la justicia, de algunos derechos humanos fundamentales, de la preservación de la naturaleza, que desafían a todos por igual y exigen respuestas comunes. Estos problemas también inciden de manera acuciante en nuestra Patria.
23. El desafío radical y englobante que queremos asumir en la Argentina es la profunda crisis de valores de la cultura y la civilización (ECC 1-3; RM 37) en la que estamos inmersos. Otros desafíos están relacionados con dicha crisis (TMA 52): diversas búsquedas de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión social, la crisis del matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión. En la raíz misma del estado actual de la sociedad percibimos la fragmentación que cuestiona y debilita los vínculos del hombre con Dios, con la familia, con la sociedad y con la Iglesia.
La crisis de la civilización — El drama de nuestro tiempo
24. «La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo» (EN 20). En efecto, nadie puede negar que en estas últimas décadas la crisis se ha profundizado. No estamos sólo en una época de cambios sino ante un cambio de época (JSH 3) que compromete seriamente la identidad de nuestra Nación. Y no obstante el contexto negativo que ofrece la crisis mundial, asumimos el desafío de reconstruir la Nación desde el conjunto de valores donde nuestra cultura hunde sus cimientos (PqrP 3).
25. Es una constatación dolorosa que las personas, las familias, las instituciones y la sociedad, en general, no encuentran nuevos cauces para sostenerse y creer. En nuestro país la pérdida de los valores que fundan la identidad como pueblo nos sitúa ante el riesgo de la descomposición del tejido social (ECC 4-6; JSH 3 y 6). Como ejemplo, podemos mencionar que nos cuesta mantener la cultura del trabajo y proyectarla con coherencia hacia el futuro. Por el contrario, los argentinos nos dejamos tentar por el éxito fácil y rápido, lo que fomenta acciones corruptas en todos los niveles, particularmente en los dirigentes. Aunque hay excepciones, sobre todo entre los más humildes, lo común es que no nos integramos con entusiasmo a emprendimientos comunitarios que suponen trabajar en equipo, formular proyectos en común y superar individualismos. En nuestras propias comunidades parroquiales a veces vivimos esta dificultad. No es extraño, entonces, que no se advierta convicción y compromiso en el ejercicio de los deberes ciudadanos, y cada vez es más raro hallar entre nosotros hombres y mujeres con pasión por el bien común.
26. En este cuadro desalentador, los grandes medios de comunicación tienen una gran cuota de responsabilidad. Aunque pueden ser instrumentos privilegiados para la transmisión de valores (EA 72), no han llegado a ser medios eficaces para la formación de una nueva sociedad. En manos de grupos de poder y al servicio de intereses económicos, a veces violan la intimidad, favorecen la anarquía y publicitan la violencia. Es aún más grave cuando se erigen en jueces que juzgan y condenan, confunden y banalizan hasta lo más sagrado. En desmedro de la verdad, relativizan todo y destruyen valores claves para la familia, la educación y el pueblo.
27. En medio de esta crisis mundial, es justo reconocer elementos positivos: muchos avances en la ciencia, que inciden en la salud y en la educación (EA 20); el aumento de la conciencia social y de iniciativas en la sociedad; una creciente sensibilidad por la ecología que aviva el compromiso de ser responsables de la Tierra como casa común; los medios de comunicación (cf. NMI 10) que facilitan el encuentro a pesar de las distancias; la formación de comunidades regionales y otros organismos de integración (TMA 46) que, como el MERCOSUR, favorecen el progreso, el intercambio cultural y la fraternidad entre vecinos; la posibilidad de reconocernos parte de un mundo más amplio que nuestra propia tierra. Bien orientados, estos y otros valores pueden facilitar una cultura más humana, potenciando el aporte de los mejores talentos de las personas y comunidades.
28. Mirando al futuro con la esperanza que nos infunde el Espíritu Santo, podemos decir que esta crisis es una ocasión providencial para escuchar la llamada de Jesús a crecer como Nación. En nuestra Patria subsisten, a pesar del desgaste social, algunas reservas de valores fundamentales: la lucha por la vida y la defensa de la dignidad humana, el aprecio por la libertad, la constancia y preocupación por los reclamos ante la justicia; el esfuerzo por educar bien a los hijos; el aprecio por la familia, la amistad y los afectos; el sentido de la fiesta y el ingenio popular que no baja los brazos para resolver solidariamente situaciones difíciles en la vida cotidiana. Todos ellos son signos de esperanza y nos alientan a proclamar una vez más el estilo de vida que inspira y propone el Evangelio de Jesucristo.
La búsqueda de Dios — Busquen a Dios mientras se deja encontrar
29. El secularismo actual concibe la vida humana, personal y social, al margen de Dios (LPNE 12), y a veces se constata incluso una creciente indiferencia religiosa. Sin embargo, por otra parte se percibe «una difusa exigencia de espiritualidad» (NMI 33) que requiere canales adecuados para promover el auténtico encuentro con Dios.
30. El hambre de Dios que tiene nuestro pueblo (RM 38) se ve tentado por una oferta masiva de algunas sectas que presentan la religión como un mero artículo de consumo, y con acciones proselitistas ganan adeptos (EA 73) al proponer una fe individualista, carente de compromisos sociales, estables y solidarios (SD 139-146), proclamando una mágica intervención de lo alto que hace prosperar y sana. Sin embargo, reconocemos que a veces los fieles encuentran en ellas un alivio y algunas respuestas que no han recibido en nuestras comunidades.
31. Además, existen grupos seudo religiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia (SD 147-152), hecha a la medida de cada uno, fuertemente impostada hacia la búsqueda del bienestar y sin experiencia de lo que significa adorar a Dios. Ocurre, por lo general, que sorprendidos en la buena fe, y poco formados por la misma Iglesia, algunos cristianos entran en círculos difíciles de abandonar cuando la desilusión o la mentira quedan en evidencia.
32. El pueblo sencillo, que no acepta fácilmente cambiar de religión, se siente expuesto a que su fe se debilite progresivamente y ceda a la seducción de sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición (NMI 34).
33. Como un signo alentador la Consulta a las Iglesias particulares y Comunidades cristianas puso de relieve la fuerte presencia de la «piedad popular» (EN 48) en sus variadas expresiones. El catolicismo popular hunde sus raíces en una profunda devoción mariana, en el culto a los santos y la oración por los difuntos (DP 444; SD 36). Casi con espontaneidad, une la fe y la vida con gran sentido de fiesta (EA 16; JSH 19). Si bien las inquietudes espirituales de la gente no siempre encuentran respuestas atractivas en la Iglesia, cada vez más personas, movidas por una auténtica búsqueda de Dios, alimentan su fe en los grupos bíblicos, de oración, y en diversos movimientos. Al mismo tiempo, muchos mantienen las vivencias religiosas manifestadas en la frecuencia de los sacramentos, la vida contemplativa y la espiritualidad vivida en medio de los compromisos temporales.
El escándalo de la pobreza y la exclusión social — Es la hora de una nueva imaginación de la justicia y la caridad
34. Ante la grave situación actual, permanece el desafío de una justicia demasiado largamente esperada (LPNE 13), y se hace necesario volver a reafirmar la opción preferencial por los pobres, débiles y sufrientes. La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tienen sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo (EA 56) que consideran las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y de los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado (JSH 11) y nos han llevado a una enorme situación de inequidad.
35. Un silencioso y justo reclamo se alza de millones de personas en situación de miseria: hombres y mujeres sin trabajo, niños y familias enteras en la calle, mujeres abandonadas y explotadas, ancianos olvidados y sin protección social. Hoy nos parece normal ver a hermanos nuestros buscando comida entre los residuos. Hemos visto crecer un amargo sentimiento de desamparo y el pueblo sencillo ha quedado abandonado a su suerte. Mientras la desocupación no se revierta la pobreza seguirá creciendo y se profundizarán todavía más sus consecuencias trágicas: el colapso en los sistemas de seguridad, salud, educación y previsión social.
36. Se ha hecho presente en nuestra Patria la destructiva gravedad de los pecados sociales que claman al cielo (EA 56): una corrupción que parece persistir por la impunidad, el descaro de quienes transfieren sus capitales al exterior sin ninguna regulación del Estado (EA 60), el quiebre del sistema jurídico unido a la inobservancia de las leyes, la inseguridad y el aumento de la brecha que se abre entre unos pocos privilegiados con grandes posibilidades y la marginación de multitudes excluidas hasta de los mínimos recursos para llevar una vida digna. Lo que antes fue pobreza ahora es miseria.
37. En la hora presente particular responsabilidad les toca a quienes detentan una dirigencia política, económica, sindical, cultural y religiosa. Es cierto que a veces falta laboriosidad, honestidad y empeño en distintos niveles de la población. Pero más preocupa que, ante la crisis que afecta a millones de argentinos, haya personas y sectores que prosigan compitiendo por espacios de poder y privilegios. Por otro lado, es evidente la insolidaridad de algunos grupos que reivindican derechos en detrimento de otros. Esta actitud inescrupulosa en una búsqueda desenfrenada de beneficios particulares o corporativos, que multiplica el número de los pobres y excluidos, muestra los peores vicios que anidan en nuestro sistema democrático.
38. En un país constituido mayoritariamente por bautizados, resulta escandaloso el desconocimiento y, por lo mismo, la falta de vigencia de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta ignorancia e indiferencia permiten que no pocos hayan disociado la fe del modo de conducirse cristianamente frente a los bienes materiales y a los contratos sociales de justicia y solidaridad. La labor educativa de la Iglesia no pudo hacer surgir una Patria más justa (LNQ 9), porque no ha logrado que los valores evangélicos se encarnen en compromisos cotidianos.
39. No obstante, en el seno de la comunidad cristiana siempre surgen talentos creativos que avivan el fuego de «una nueva imaginación de la caridad» (NMI 50). Efectivamente, surgen de modo espontáneo, particularmente desde los sectores más pobres, muchas expresiones de solidaridad con raíces humanitarias y evangélicas, las que con un voluntariado audaz y sacrificado van extendiendo redes solidarias, verdaderos puentes de ayuda y cercanía entre los que pueden y se conmueven, y los que necesitan y agradecen. Al mismo tiempo, han surgido asociaciones organizadas u ocasionales de distinto tipo, en las que los ciudadanos reclaman sus justos derechos. Frente a la inestabilidad e incertidumbre social, tales expresiones son una fuente generadora y reparadora de vínculos sociales, de contención y de esperanza de justicia.
La crisis del matrimonio y la familia — Constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad
40. La fragmentación presente en nuestra cultura llega también a las familias. Con singulares agresiones se encuentra amenazado el ideal de la vida en familia (EA 83; NMI 47). En algunos casos, este ideal ya no se valora ni se busca, por ignorancia, desidia o indiferencia. Por otro lado, hace tiempo que en la Argentina se percibe una creciente disolución de la familia que, alentada por una legislación divorcista y antinatalista, desnaturaliza y deja sin defensas a la institución más básica y sólida de la sociedad. Todo esto nos desafía a actuar sin ambigüedades ni demoras.
41. Ha ganado terreno también entre nosotros un modelo que quiere imponerse a través de ideologías que relativizan el concepto de matrimonio y de familia (HV 22; FC 6), influyendo en vastos sectores de la sociedad. Entre otras realidades podemos mencionar: ciertas perspectivas de género, los nuevos modelos de relación entre los sexos y de roles de varón o mujer. El creciente número de uniones de hecho, las nuevas parejas de divorciados y otros tipos de convivencia, requieren formas nuevas de acogida y atención pastoral (SD 216-221). Por otra parte, entre otros factores, el acentuado individualismo provoca en las familias falta de comunicación, superficialidad e intolerancia, cuando no agresión y violencia. Sin protección a la minoridad y a la intimidad familiar, los medios de comunicación entran irrespetuosamente en los hogares contagiando frivolidad y antivalores, que hieren de múltiples maneras a la institución familiar.
42. El desempleo, la creciente pobreza y la marginación compulsiva de amplios sectores a causa de la crisis económica, generan desencuentros, pérdida de los vínculos afectivos, distorsión de los roles y llegan hasta disgregar el núcleo familiar (EA 46). Una familia en riesgo, como hoy se la llama, pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros ante los peligros del alcohol, la droga o cualquier vicio que comprometa su integridad (EA 63). Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin contención. Reconocemos que no pudimos evangelizar adecuadamente a vastos sectores de nuestro pueblo, y por tanto no poseen un modelo cristiano claro y fuerte de vida en familia como camino de santidad.
43. Pero a pesar de todo, percibimos que la familia es un valor apreciado por nuestro pueblo. El hogar sigue siendo un lugar de encuentro de las personas y en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia (DP 238-240). Gracias a los afectos auténticos de paternidad, filiación, fraternidad y nupcialidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir a los niños y a los jóvenes, a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y se solidarizan sus miembros ante la angustia del desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte.
44. Por el sacramento del Matrimonio, el varón y la mujer están llamados a vivir el misterio de la comunión y relación Trinitaria; ellos se aman en la totalidad de su cuerpo y espíritu y se hacen una sola carne (Gn 2,24). Los hijos, frutos de esta relación, otorgan sentido de plenitud al proyecto matrimonial (SD 210-215), pues el llegar a concebir una nueva vida es el don más maravilloso que Dios hace a la pareja humana. La familia es el ámbito cotidiano de los vínculos que permiten el desarrollo integral de las personas. Al asumir el desafío de fortalecer los vínculos familiares, nos hacemos eco de lo indicado por Juan Pablo II en Al comienzo del nuevo milenio: «una atención particular se ha de prestar también a la pastoral de la familia» (NMI 47), especialmente necesaria en medio de la crisis generalizada y radical de esta institución fundamental.
La necesidad de mayor comunión — Hacer de la sociedad una familia
45. La Iglesia es comunión vital. Los bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, creemos que Dios es comunión de tres Personas. Participando de esa comunión de la Trinidad se sanan, afianzan y promueven los vínculos y la comunión entre nosotros (EA 33; NMI 43).
46. La Consulta a las Iglesias particulares y comunidades cristianas nos advierte que, por momentos, se vive en el seno de nuestras comunidades una cierta incapacidad para trabajar unidos, que a veces se convierte en una verdadera disgregación. Por consiguiente, se pierden tiempo y esfuerzos en preocupaciones pequeñas que desgastan las relaciones entre los agentes pastorales y restan energías a la causa de la evangelización. Del mismo modo, muchas veces nos ha faltado imaginación y propuestas para el crecimiento comunitario, paralizado por tentaciones que promueven el individualismo, la competencia, el desinterés entre las comunidades que, habituadas a pulseadas en el plano de las ideas y palabras, no aciertan en concretar servicios para el bien común. En este sentido, necesitamos evaluar con sinceridad y transparencia nuestro modo de ser Iglesia. Es urgente reconocer y corregir todo lo que nos ha impedido y aun nos dificulta vivir el espíritu de comunión que propone el Evangelio, con sus notas de valoración mutua, respeto de la diversidad, tolerancia, corrección fraterna, sinceridad, ayuda mutua.
47. La sociedad argentina, tan dispersa y dividida, no escapa a esta fragmentación que daña y destruye los vínculos entre las personas y grupos, hasta afectar las relaciones sociales e institucionales. Las viejas antinomias siempre vuelven a aparecer. El desencuentro de los argentinos es una realidad; pero al mismo tiempo, se perciben signos saludables que procuran retomar el camino de la unidad perdida, facilitando espacios de diálogo entre los diversos sectores que conviven en la pluralidad de nuestra Patria.
48. De la Consulta a las Iglesias particulares y comunidades cristianas surge que hay un cierto crecimiento de la unidad en muchas comunidades cristianas: mayor participación laical, aumento de la actividad misionera, variados grupos de reflexión y de servicio. Muchas diócesis han hecho esfuerzos para lograr una planificación pastoral, acompañada y animada por los Consejos Pastorales. Algunas también han comenzado la implementación del plan Compartir (CMGD 7), que implica una profunda catequesis, para suscitar la participación y generosidad de muchos en el dar tiempo, talentos y dinero. Aquí encontramos un precioso signo de esperanza.
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