Era el 13 de agosto de 1975. Esa semana venía sufriendo una bronquitis que acrecentaba mi asma. Padecía esta enfermedad desde los 9 años (tengo 25). A raíz del asma me retrasé tres años en los estudios primarios. Lo cual contribuyó, a su vez, a que me fuera inferiorizando psíquicamente.
La noche de aquel día recordé que el Señor había curado a la hemorroísa que tocó su manto, y que había resucitado a Lázaro. ¿Por qué no podría curarme también a mí? Me puse a orar. Le pedí al Señor que hiciera lo que era una pequeña cosa para su poder. No sé cuánto tiempo oré pero lo hice hasta que quedé con mucha paz. Y la sensación de que había sido escuchada. Me sentía vacía y llena. Vacía de mí y llena del Señor.
Antes, siempre me despertaba y debía tomar los remedios para seguir durmiendo. Esa noche no quise tomarlos. Y desde entonces no tuve necesidad de ellos.
Como al mes fui al médico. Me revisó y se extrañó de no encontrar en mi organismo el silbido crónico que siempre hallaba.
Mi camino de acercamiento a Dios había comenzado el Domingo de Ramos, cuando asistí al grupo de oración de universitarios de Flores. El Señor me renovó en la fe, me hizo perder los prejuicios contra la Iglesia y volver a la práctica sacramental. El Espíritu Santo me fue liberando y profundizando interiormente. Y el 20 de junio me regaló un don de oración. Hoy alabo al Señor que me ha restaurado espiritual, psíquica y físicamente. Y lo alabo también en el servicio que me ha pedido prestar en el mismo grupo de oración, y en un grupo parroquial de la Acción Católica Argentina.
Adriana I. |
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