Eran las 12 del mediodía, hacía un calor muy sofocante, y la sala de espera de la Unidad explotaba de pacientes. Me tocó estar de guardia, y sinceramente mi disposición de servicio era muy pobre. Vagaba por los pasillos, hasta que se me acercó la enfermera con un chiquito en brazos, envuelto en pañales:
— ¡Doctor, nació recién y está totalmente azul!
— ¡Insuficiencia respiratoria en un recién nacido! ¡Aquí no podemos hacer nada, no es un centro de maternidad!
— ¡Doctor, la madre tiene problemas, sangra mucho! ¡No se desprendió la placenta!
Me aboqué al chiquito:
— ¡Madre y criatura urgente al Hospital Central!
Subieron al móvil y salieron. Yo quedé preocupado, pues esa criatura poco tenía de vida y la señora debía ser operada de inmediato. Volví a mi habitación y me puse a orar, diciendo al Señor:
— ¡Jesús, nosotros no podemos hacer nada, Tú lo sabes! Por eso en el nombre de tu Madre acompaña a estas dos vidas que ahora quedan en tus manos—, y seguí orando.
Al cabo de unos instantes mi oración se hizo potente y advertí que el Espíritu Santo 'agitaba sus alas' en mi pecho; reconfortado por tal sentimiento continué orando, con convicción de confianza al Padre, que tanto nos ama.
Cuarenta y cinco minutos después se abre la puerta de mi habitación y la enfermera, sonriente, en un grito me dice, alborozada:
— ¡Doctor, están bien! El chiquito, apenas hicimos unas cuadras largó unas flemas y se puso a respirar, ¡se puso todo rosadito! Y la señora, unas cuadras antes de llegar al Hospital Central desprendió la placenta y llegó bien, a tal punto que los de la maternidad me dijeron: "¡Pero están muy bien los dos!" ¿Vio qué bueno, doctor?
— Sí, muy bueno, ¡gloria al Señor!—, y dándole un abrazo continué:
— Es un milagro de Dios, Dios quiso que esto fuera así.
— Sí, doctor —respondió—, ya lo creo, es un milagro de Dios.
Y charlando con otras enfermeras, en un coro de risas y nerviosismo, la enfermera se fue a su lugar de trabajo… Y yo, cerrando la puerta, volví mis ojos interiores al Señor para darle un gracias inmenso por poder ser testigo vivo de su presencia en nuestras vidas. ¡Aleluia!
Dr. Luis S. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |