Trabajaba por las mañanas en la farmacia de mi madre, en Córdoba. Muchas veces pensé: 'Sería mejor trabajar en otro lugar donde fuera posible comunicarme con los demás y ayudarlos'. Pero Dios me mostró que, desde el lugar que ocupamos, podemos anunciarlo con la fuerza de su Espíritu para que otros crean en Él y se conviertan.
Hace tiempo un señor vino al negocio y, en medio de su angustia, compartió conmigo que Gustavo, su hijo de veintitrés años, estaba muy enfermo; ya no sabía a qué médico recurrir. Estaba enfermo de los nervios desde adolescente y su enfermedad había hecho crisis, casi culminando en una esquizofrenia declarada. Lo habían internado en un hospital neuropsiquiátrico. Después de un tiempo lo llevaron a su casa, donde podían mantenerlo más o menos calmo, con medicamentos. Tenía ataques de ira y era casi imposible controlar sus reacciones; rompía cosas y vociferaba contra los que lo rodeaban.
Desde aquella conversación, hace ya un año y medio, el Señor siempre me impulsó a una oración constante por Gustavo. No pasaba ni un día sin que el Espíritu me impulsara a orar por su situación. Experimentaba algo curioso: a pesar de que me preocupaba, no sentía angustia ni preocupación excesivas sino que, por el contrario, lejos de alejarme de la esperanza, Dios me impulsaba a confiar.
Fue pasando el tiempo y, ante mi sorpresa, el padre de Gustavo llegó un día a la farmacia y me contó con lágrimas en los ojos:
— Gustavo está mejorando, su psicólogo dice que está dando pasos inexplicables. La dosis de los medicamentos va disminuyendo. No lo puedo creer, es casi imposible, ya no tiene ataques de ira como antes.
Para Dios esto todavía no era suficiente. Mi oración de intercesión fue aumentando, y la ofrecía por su sanidad psíquica y también por el corazón de los padres del joven.
De vez en cuando iba a visitar a la mamá de Gustavo y me admiraba su fe en el Señor. Una tarde, su papá me contó:
— Gustavo está notablemente cambiado, es otro, como era antes de su enfermedad. Se acerca a nosotros con cariño y sólo necesita poca medicación para ser usada en caso de alguna reacción. No lo puedo creer, yo siempre fui muy escéptico acerca de Dios, pero ya no sé qué pensar…
La alegría fue tan grande que nos dimos la mano alabando a Dios. Él me insistió para que volviera a su casa a leer la Palabra con su señora.
— ¿Se dio cuenta, señor? —le dije—, usted es testigo del amor de Dios.
— Sí, es verdad, Dios existe y nos vino a visitar.
Nancy V. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |