Santiago nació un 8 de febrero, después de un embarazo en el que nos sentimos muy cuidados y acompañados por el Señor. Durante esos 9 meses de preparación le pedíamos al Señor con insistencia que su nacimiento y su vida fueran un signo para los demás, pero especialmente para nuestras familias.
Desde el mismo momento de su nacimiento Santiago empezó con problemas. El primero, su bajo peso y una gran cantidad de glóbulos rojos. A esto —y siempre durante ese primer día— le siguieron temblores, vómitos y la muy escasa cantidad de azúcar en la sangre. Consecuencia de todo esto: suero y suspensión de la alimentación.
Para nosotros comenzaba un vía crucis de 12 días en el que, además de cargar con el problema de nuestro hijo, cargábamos con la ansiedad de nuestras familias. Ello aumentaba aún más la carga sobre nuestras espaldas.
Nunca habían tenido problemas de este tipo. Por eso esta situación se había convertido en una prueba en la que debían poner en juego su confianza y entrega al cuidado del Señor. Porque cuando Dios permite las cosas no es para complicarnos la vida sino para madurarnos en la entrega y el abandono.
Cuatro días después Santiago llegó a su punto más crítico. Estuvieron a punto de cambiarle la sangre, lo que se hacía más difícil a causa de un soplo al corazón. Eso hacía bastante riesgoso el procedimiento.
Fue ahí donde Dios hizo visible su milagro. Mientras bendecíamos a nuestro hijo sentíamos el poder sanador de Dios en nuestras manos y la absoluta certeza de que el Padre comenzaba a derramar la sanidad sobre Santiago.
Para sorpresa de médicos y enfermeras y para confirmación nuestra, los niveles de bilirrubina bajaron, y se hizo innecesario el cambio de sangre.
El Señor nunca hace un milagro a medias. En los días sucesivos Santiago comenzó a comer, salió de la incubadora y al cabo de una semana, en casa fuimos tres.
En ese tiempo vivimos muchas cosas:
• el haber experimentado el Privilegio de cargar la Cruz.
• el haber confiado plenamente en el poder sanador de Dios ahí cuando el límite humano aparece en toda su dimensión.
• pero fundamentalmente, el haber sido testigos presenciales de la bondad y el amor con el que Dios cuida y defiende a sus hijos.
Bendecimos el cuidado y la protección de María de Nazaret. La intercesión de los hermanos. La entrega anónima de aquellos que apuraron el milagro del Señor. Bendecimos la cruz, canal de resurrección. Bendecimos la Palabra, expresión viva de la voluntad de Dios.
«Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman» (Santiago 1,12).
Gabriela y Marcelo L. |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |