Hace un tiempo que venía quejándome de mi maternidad: pañales, comidas, juguetes tirados, etc. No tener un momento para mí o para hacer algo sin mi hijo. Hasta me había puesto agresiva con él por resultarme una carga.
— ¡No quiero tener más hijos! ¡Estoy harta! —llegué a decir. A veces uno no mide lo que dice y se olvida que las palabras tienen peso.
En setiembre del año pasado, perdí un bebé; fue misterioso porque en mi primer embarazo todo resultó muy bien. Tuve que esperar seis meses antes de volver a pensar en un hijo; en marzo siguiente se cumplió este lapso. Mi médica aconsejó realizar un chequeo general para comprobar que cada cosa hubiera vuelto a la normalidad. Así empecé con varios análisis hasta llegar a la ecografía tocoginecológica. El resultado fue inesperado: 'A nivel del fondo uterino se observa un área circular de bordes netos, hipoecoica de 40 mm, intramural, subseroso y probablemente submucoso'.
¿Un fibroma? ¿Un tumor? El útero mide 8 cm y esta mancha medía 4 cm, la mitad de la cavidad uterina. Creí que el mundo se me venía abajo y recordé mis viejos sentimientos. En la oración, Jesús me consoló pero también empezó una obra de sanidad interior.
Valoré como nunca a Esteban (mi hijo), lo amé con toda el alma, modifiqué mi actitud hacia él. Amé la vida y deseé tener muchos hijos más. Entendí el valor de la vida. Mis hermanos comenzaron a interceder por mí y me acercaban las palabras que Jesús les revelaba: «Después que hayan padecido un poco los restableceré y confirmaré, los haré fuertes e inconmovibles» (1ª Pedro 5). «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes» (Lucas 22,14-17).
Realmente el Señor quería obrar en mi corazón. Realizar su Pascua a través de este hecho.
Fui a la ginecóloga y me aconsejó realizar otra ecografía con trasductor vaginal. Llegando a la zona veríamos mejor de lo que se trataba y si ocupaba la capa submucosa del útero. Mientras tanto mi comunidad realizó entregas por mí, y uno de los hermanos recibía en su corazón la voz de Jesús que le decía para mí: 'Querida hija mía, Yo sanaré tu cuerpo. Yo, tu Dios, restauraré la salud en vos. Te prometo la sanidad para esta Pascua'.
Con Sergio mi esposo, entendimos que debíamos amar a nuestro Señor, confiar en su misericordia, creerle. Si Él permitía esta enfermedad era seguro para santificarnos. Así fuimos a la segunda ecografía. Para sorpresa del médico y nuestra, no había nada: 'útero RUF con límites netos y bordes regulares. Su ecoestructura no revela imágenes anormales. Se observa línea media ecorrefringente. Diámetro longitudinal: 75 mm; anteroposterior: 40 mm; transversal: 54 mm'.
No pudimos menos que exclamar: ¡Gloria a Dios! El médico no se explicaba semejante "error". Para nosotros no lo había. Allí había estado como lo muestra la vieja ecografía que atesoro para mostrar a los incrédulos. Cuando fui a la ginecóloga le dije:
— ¿Podemos atribuirlo a Jesús, entonces?
— ¡Claro que sí!— me contestó.
¿Se imaginan? Jesús me mostró que está vivo y me ama. Que me acompaña y escucha. Que permitió la muerte para resucitar. Tuvo misericordia de mis pobrezas y límites. Me dio una lección de lo que significa amar. Pero no me quedo con este signo solamente, sino con la profunda conversión que obró en mí. Me cambió la vida, soy otra mamá, otra esposa, vivo feliz de mi vocación. Pero una vez más, sé que Jesús está vivo, a mi lado. Sus palabras y promesas, son realidad: no pasado, ni imposibles. Él es el Señor del infinito amor y ama a sus hijos.
María de los Ángeles |
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