TESTIMONIOS

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Padre Zovko, párroco de Mediugorie

Al principio fue para mí muy difícil. Había llegado a Mediugorie ocho meses antes desde una parroquia más grande. Mis superiores me habían dicho que por perentoria solicitud de la autoridad externa a la Iglesia yo tenía que ser transferido. Daba fastidio mi actividad sacerdotal entre los jóvenes. Cuando me enteré de las apariciones, mi primera impresión fue que los enemigos de la Iglesia habían organizado un complot, una puesta en escena, para desanimar y aniquilar mi actividad en la Iglesia, especialmente entre los jóvenes. Y pensaba que el proyecto de ellos era llevar adelante estos eventos y esta maquinación por unos quince días, los que podían bastar para arruinar y desviar a la juventud.

Por varios días estuve con esta impresión; traté de interrogar a menudo a los muchachos, para agarrarlos en falso o en "corto circuito", para apurar si había algo de verdadero o de ficticio. Otro hecho que me impresionaba más todavía, era el que a pesar de estos presuntos eventos y a pesar del desborde de gente que ocurría, la Policía de Estado no intervenía, sino que callaba y estaba apartada por muchos días.

Era, según mi parecer, una situación bastante extraña, que creaba muchas ambigüedades.

El tercer motivo que me angustiaba era que dos muchachas de los llamados "videntes", Miriana e Ivanka, residían en las ciudades de Sarajevo y Mostar respectivamente. Con ellas no me había encontrado nunca.

Mi temor era que, estando en la ciudad, donde circula la droga y donde operan los traficantes, las dos muchachas hubieran entrado en contacto con aquel ambiente y tentaran de trasplantarlo al pueblito. El problema me interesaba mucho, porque en aquel tiempo estaba pensando en escribir acerca de eso en nuestra revista religiosa, donde tenía una página dedicada a los problemas de la familia. Por lo tanto, interrogué largamente a los muchachos, registrando todo, y al fin me convencí que este elemento era completamente extraño a los hechos.

Los muchachos, día tras día después de las apariciones, acudían a mí cada vez más; y así yo podía hablar con cada uno de ellos frente a frente. La serenidad de ellos, su regocijo, eran un contraste estridente con mi tristeza interior, porque no lograba darme cuenta de si los hechos eran obra de Dios o del diablo, si la Virgen se aparecía verdaderamente o no.

Traté de convencer a los sacerdotes de la parroquia a rezar para que Dios nos iluminase. Quizás hasta fui demasiado severo con ellos, les reproché duramente, porque había notado que se habían armado de cámaras fotográficas y filmadoras, y todos, en vez de venir a la Iglesia a rezar, subían al monte a filmar y tomar fotografías.

El día 30, invité a todos los fieles a la Iglesia a rezar. Recitamos el rosario, que yo mismo guié; al final exhorté a los fieles a rezar para que, si los hechos eran de orden diabólico, el Señor nos diera una señal de modo que Satanás se retirara y nosotros pudiéramos detener su obra; si en cambio los hechos eran de Dios, dije que necesitábamos igualmente una señal para acogerlos e insertarnos en ellos.

Al final de la plegaria pedí a la gente que no subieran al monte Podbrdo, porque me parecía que todo era curiosidad. Pero todos fueron y yo me quedé solo en la Iglesia. Rezaba en el tercer banco, donde ahora se encuentra la estatua de la Virgen, teniendo abierta delante de mí la Biblia y el Breviario. Aquella plegaria fue para mí un verdadero encuentro con Dios: era inspirada por el sagrado texto, abierto en el Éxodo. Al final oí imprevistamente una voz, como ahora oigo tu voz humana: "¡Sal enseguida y pon a salvo a los muchachos!". Salí inmediatamente del banco, hice la genuflexión y atravesando la iglesia tomé la manija de la puerta central y di un paso hacia afuera. Mientras tenía el otro pie en el aire para hacer el segundo paso, los muchachos —como abejas— corrieron del lado izquierdo, se aferraron a mí y me suplicaron: "¡Sálvanos, la policía nos está persiguiendo!". Me apresuré con ellos para refugiarnos en la casa. Con ellos estaba también Anna, la hermana de Vicka. Cerré con llave la puerta del cuarto, los hice entrar en una pieza vacía, la primera después de la entrada. Cerrada con llave la puerta del cuarto los insté a estar callados y a no dejarse oír.

Después que Dios me dio la señal y la fe, volví a escuchar las grabaciones que había hecho. Me parecieron totalmente diversas. Entendí que las palabras de los muchachos tenían un significado totalmente diverso, y en cada palabra encontraba una profundidad que antes no veía. Comprendí que era como leer el Evangelio con el corazón vacío o con la fe. Es completamente otra dimensión. Y así, aquellas grabaciones y todas las palabras de los muchachos me hicieron otra impresión, me parecieron llenas de una riqueza, que antes aparentaban no tener. Cuanto he dicho podrá bastar para informarlos un poco sobre los inicios.

P. Jozo Zovko, ofm

Cuando la gente se dio cuenta de que yo, no livianamente sino en base a señales y experiencias fuertes, me había convencido del origen sobrenatural de los hechos y de los mensajes, se sintió fortificada en su convencimiento y fue feliz de tenerme de su parte.

Tomé conciencia de que, después que se verificaron las señales fuertes, también los diarios comenzaron a ocuparse de los fenómenos, sobre todo como hechos sensacionales. Entre otras cosas, fotografiaron a un hombre curado de la ceguera y de la lepra. Esto contribuyó a hacer conocer los hechos, pero también a crear una nueva curiosidad.