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La maternidad de María revela en ella un reiterativo vínculo nupcial con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo la hizo madre del Hijo de Dios en su humanidad; universalizó esa maternidad en la cruz y Pentecostés haciéndola madre espiritual —en el Espíritu— de todos los convertidos y bautizados; la hace permanecer en esa maternidad mesiánica y universal en cada proceso pascual de conversión y santificación; en cada nueva gestación comunitaria en la Iglesia. La Vida eterna que surge del nuevo Adán y de la nueva Eva asociada a él se genera en la conversión a la Palabra reveladora de Dios, en la vida bautismal y sacramental de la Iglesia y permanece en la vida de fraternidad universal vivida en comunidad y celebrada en la Eucaristía. |
Esta fraternidad eucarística expresa el rostro comunitario del Pueblo de Dios y es el lugar de gestación de una nueva Civilización, la Civilización del Amor. ¡Qué misión reservada para los cristianos del tercer milenio agrupados en comunidades de salvación y civilización! ¡Postrémonos de rodillas ante la Grandeza de Dios y el misterio de María revelado por Jesús! ¡Vivamos como hijos de María el Evangelio de Jesús, conforme al mandato de nuestra Madre! Y en alianza con su Corazón digamos: "Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador..." (Lc 1,46-47). P. R. |
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