LA REVELACIÓN PRIVADA

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La asistencia del Espíritu Santo

Para que la revelación de este 'Evangelio' se conservara íntegra y viva en la Iglesia, los apóstoles dejaron a los obispos como sucesores suyos, entregándoles su propio cargo de magisterio. Por consiguiente, esta Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrinante en la Tierra contempla a Dios... "hasta verlo cara a cara" (cf. LG N° 7).

¿Cuál es, entonces, el lugar que queda para revelaciones "privadas"? La misma Constitución Dogmática parece insinuarlo (ibid. Nº 8): "Esta tradición, que procede de los Apóstoles, progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo, puesto que crece la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón, ya por la penetración íntima que experimentan de las realidades espirituales (ex intima spiritualium rerum quam experintur intelligentia), ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma de la verdad".

Hay, pues, por analogía, una revelación privada que, según este texto, puede darse también a los fieles laicos en la contemplación, e incluso por un cierto conocimiento experimental de las verdades; pero toda ella está dirigida a que progrese la revelación pública de Jesucristo en su proceso de 'tradición'. Y esta revelación privada está también asistida por el Espíritu divino, aunque no puede nunca pretenderse que tenga garantías semejantes a las que recibieron "aquellos Apóstoles y varones apostólicos que bajo la inspiración del Espíritu Santo escribieron el mensaje de salvación (ibid. Nº 7).

(Cf. Mons. Terán Dutari, sj, prólogo de
"Al final Dios triunfará", P. Ricardo Mártensen,
Ed. de la Palabra de Dios, p. 19).