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"¡No te haré feliz en este mundo, sino en el otro!" Esto es lo que
Bernadette oyó que le decía la "Señora vestida de blanco" que el 11
de febrero de 1858 se le apareció en la gruta de Massabielle.
intelectual, ya por una salud extremadamente débil que, con sus continuos ataques de asma, no le permitía respirar. En trabajo pastoreaba a las ovejas y su único pasatiempo era la corona del rosario que recitaba cotidianamente pues encontraba en ella consuelo y compañía. Con todo eso, fue justamente a ella, una chica aparentemente "inútil" según la mentalidad mundana, a quien la Virgen María se presentó con aquel título que la Iglesia, apenas cuatro años antes, había proclamado como dogma: "Yo soy la Inmaculada Concepción", le dijo durante una de las 18 apariciones que Bernadette tuvo en aquella gruta cerca de Lourdes, su pueblo de nacimiento. Una vez más Dios había elegido "lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios" (cf. 1ª Cor 1,27), invirtiendo todos los criterios de valoración y de grandeza humana. Es un estilo que se ha ido repitiendo en el tiempo, incluidos aquellos años en los que el mismo Hijo de Dios eligió entre unos humildes e ignorantes pescadores a aquellos Apóstoles que proseguirían luego su misión en la Tierra, dando vida a la primera Iglesia. "Gracias porque si hubiese existido una joven más insignificante que yo, no me habrías escogido a mí…", escribía la joven en su Testamento, consciente de que Dios elegía entre los pobres y entre lo últimos a sus colaboradores "privilegiados". Bernadette Soubirous era lo opuesto a una mística; la suya, como se ha dicho, era una inteligencia sólo práctica y de escasa memoria. Sin embargo no se contradijo nunca cuando explicaba lo que había visto: "en la gruta de la Señora vestida de blanco y con una cinta celeste anudada en su seno". ¿Por qué creerle? ¡Precisamente porque era coherente y sobre todo porque no buscaba privilegios para ella, ni popularidad ni dinero! Y luego, ¿cómo hacía para conocer, en su ignorancia abismal, aquella misteriosa y profunda verdad de la Inmaculada Concepción que la Iglesia acababa de confirmar? Fue justamente esto lo que convenció a su párroco. Pero si para el mundo se escribía una nueva página del libro de la misericordia de Dios (el reconocimiento de la autenticidad de las apariciones de Lourdes llegó apenas cuatro años después, en 1862), para la vidente comenzó un camino de sufrimiento y persecución que la acompañó hasta el final de su vida. "No te haré feliz en este mundo…" No bromeaba la Señora; Bernadette fue pronto víctima de sospechas, llevada de un lado para otro, interrogada con acusaciones de todo tipo, incluso hasta ser arrestada. |
Nadie le creía: ¿era posible que la Virgen la hubiese elegido a ella?, se decía. La jovencita no se contradecía nunca pero para protegerse de tanta crueldad se le aconsejó que se recluyese en el monasterio de Nevers. "He venido aquí para esconderme" afirmó el día de su toma de hábito y evitaba cuidadosamente buscar privilegios o favores sólo porque Dios la hubiese elegido de una manera completamente diversa de los demás. No había peligro. Esto no era lo que la Virgen había previsto para ella aquí en la Tierra… Incluso en el convento Bernadette tuvo que soportar una continua serie de humillaciones y de injusticias, tal y como atestigua en su Testamento: "Gracias por haber colmado de amargura el corazón demasiado tierno que me habías dado, por los sarcasmos de la Madre Superiora, su voz dura, sus injusticias, sus ironías y humillaciones, gracias. Gracias por haber sido el objeto privilegiado de los reproches, por los que las hermanas decían: ¡Qué suerte no ser Bernadette!". Éste era el estado de ánimo con el que ella acogía el trato que le había tocado en suerte. Incluida aquella afirmación que había oido a la superiora cuando el obispo le iba a hacer un encargo: "¿Qué es lo que quiere decir a aquella que es una nulidad?". El hombre de Dios, en absoluto atemorizado, respondió: ¡"Hija mía, porque eres una nulidad te doy el encargo de la oración!" Involuntariamente, le estaba confiando la misma misión que la Inmaculada le había ya confiado en Massabielle, cuando a través de ella pedía a todos: "Conversión, penitencia, oración…" A lo largo de toda su vida, la pequeña vidente obedeció a esta voluntad, orando en lo escondido y soportándolo todo unida a la pasión de Cristo. Lo ofrecía, en la paz y en el amor, por la conversión de los pecadores, de acuerdo con la voluntad de la Virgen. Sin embargo, una alegría profunda la acompañó durante los largos nueve años que pasó en el lecho, antes de morir a los 35 años, atrapada por un mal que iba en aumento. A quien la consolaba le contestaba con la misma sonrisa que la iluminaba durante los encuentros con la Virgen: "María es tan bella que todos los que la ven desearían morir para volver a verla". Cuando el dolor físico se hacía más insoportable, ella suspiraba: "No, no busco alivio, únicamente fuerza y paciencia". Su breve existencia transcurrió también en la humilde aceptación de aquel sufrimiento, que servía para rescatar a tantas almas necesitadas de recuperar la libertad y la salvación. Una respuesta generosa a la invitación de la Inmaculada que se le había aparecido y que le había hablado. Y consciente de que su santidad no dependía de haber tenido el privilegio de ver a la Virgen, Bernadette concluía así su testamento: "Gracias, Dios mío por esta alma que me has dado, por el desierto de la aridez interior, por tu oscuridad y por tus revelaciones, por tus silencios y tus luces; por todo, por Vos, ausente y presente, gracias Jesús".
Stefania Consoli |
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