«El sufrimiento
está presente
en el mundo
para provocar amor,
para hacer nacer obras de amor
al prójimo,
para transformar toda la
civilización humana en
la civilización
del amor»
(SD 30)
Jesús manifiesta su amor en el servicio a los suyos. Traduce el amor en acciones concretas de servicio. Dios se hace hombre para servir al hombre y entre los hombres. No trabaja desde arriba como soberano del Cielo, sino desde abajo como servidor de los hombres. No da limosna sino que sirve con amor; por eso ponerse por encima del hombre es ponerse por encima de Dios que sirve al hombre y lo eleva hasta Sí.
El servicio de Jesús propone dar libertad y crear igualdad. Los "suyos" tendrían el mismo objetivo, crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres, por medio de la práctica del servicio y del amor mutuo; crear comunidades que, a imagen de la de Jesús, se laven los pies unos a otros.
La comunidad de Jesús está formada por todos aquellos que lo siguen, "los suyos", sin distinción de raza, ni de edades: niños, ancianos, pobres, discapacitados, enfermos. Los enfermos ocuparon siempre un lugar de preferencia ante Jesús, por eso merecen una atención privilegiada dentro de la Iglesia. ¿No nos muestran ellos, acaso, el rostro de nuestro Señor Crucificado?
Jesús pasó haciendo el bien, sensible y atento a las necesidades humanas. Vivió entre los hombres, compartiendo con ellos su dolor, recibió y se compadeció de todo aquel que se le acercaba buscando consuelo, liberación o sanación. Sus actitudes son modelo de servicio para con los hombres, preferencialmente para con los que sufren.
Él mismo acepta sobre Sí el dolor humano. «Padre, si es posible, aleja de mí esta copa, pero que no se cumpla lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú» (Mt 26,39). El Hijo, de la misma naturaleza del Padre, asume hasta el extremo el sufrimiento humano. Experimenta en su carne el dolor y en su corazón la humillación y la soledad: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 29,46). El mismo Jesús pregunta sobre el por qué del sufrimiento. En Él está la pregunta y la respuesta. Cristo, por medio del sufrimiento, introdujo al hombre a la Vida, salvándolo del sufrimiento definitivo. La victoria de la Cruz, sobre el pecado y la muerte, no suprime los sufrimientos temporales de la vida. En el dolor Dios "madura" al hombre preparándolo para el Reino.
El hombre no puede comprender con su inteligencia este misterio, y se sigue preguntando, a través de los tiempos, el por qué del sufrimiento. «¿Quién tiene la culpa de que esté ciego, él o sus padres?» (Jn 9,12). Se pregunta el por qué de la Cruz, siendo ella misma la respuesta: «Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el por qué del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino» (Salvifici Doloris).
El hombre que acepta sobre sí el dolor, se incorpora al misterio de Cristo. Participa con Jesús de la Redención, transformándose en Co-Redentor con Él. Por eso la persona enferma presta un servicio insustituible a la Iglesia, al Pueblo de Dios. Ellos en el silencio de su dolor interceden por la salvación de los hombres. Participan con su vida del Misterio de la Cruz. Por el sentido que dan a su dolor, nos lavan los pies.
El Señor nos dice: «Hagan ustedes lo mismo». Por eso, como parte de la comunidad de la Iglesia, enviados desde el carisma de El Movimiento de la Palabra de Dios, visitamos a nuestros hermanos enfermos, para acompañarlos, recibirlos en nuestro corazón y manifestarles con cariño el amor de Dios, que nos hace partícipes del mismo Cuerpo Místico de Cristo.
«El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la civilización del amor» (SD). Jesús puso su mirada sobre nosotros invitándonos a ser servidores; Él nos envía a ser transparentes a la presencia de su Espíritu, a ser instrumentos de salvación para otros, a lavar y dejarnos lavar los pies, no desde nuestra capacidad sino desde su voluntad.
El servidor está llamado a dar gratuitamente lo que gratuitamente recibe de Dios: la experiencia de ser amado y salvado. «… Ahora que ustedes saben esto, serán felices si lo ponen en práctica» (Jn 13,17).
Cecilia Di Fonzo |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |