«Tratamos de que
el enfermo descubra
el dolor inevitable
como
participación activa
en la acción
redentora de Jesús»

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 82
 

El enfermo, sacramento de Jesús

En el servicio a los enfermos tratamos de que el enfermo descubra el dolor inevitable como participación activa en la acción redentora de Jesús. Desde el carisma de la Obra buscamos vincularnos con los enfermos desde la fraternidad, la oración y la Palabra de Dios. Encontramos, aunque parezca una paradoja, que es en este ser desvalido, donde Dios se revela al hombre, haciendo cierto una vez más que «el Señor ha elegido a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes y poderosos».

Nuestro servicio se mantiene desde la pequeñez, por la Providencia del Señor, a quien tenemos el privilegio de ver en cada enfermo, y por la poderosa oración de intercesión de dos hermanas de tarea que compartieron muchos años esta hermosa misión con nosotros: Sabina Martínez, que ya disfruta del Reino que predicó, y Cristina María de la Cruz, que ya consagrada carmelita entrega diariamente su vida por este servicio que tanto amó.

Ellas son testigos de esta historia que muestra la realeza del Señor en nuestra vida y la victoria de la cruz sobre el mundo.

No es usual que se vean resultados concretos y rápidos de cómo el Padre hace crecer nuestras humildes semillas, pero de tanto en tanto nos regala algún hecho que nos alienta a seguir adelante y a alabarlo por su presencia concreta y salvadora.

… La conocimos en 1987, se llamaba Sandra. Era una dulce morochita de 16 años con un pañuelito en la cabeza para disimular las huellas de la quimioterapia y un cáncer en el hueso de su pierna que avanzaba irremediablemente. Nos acercamos tímidamente al principio, tratando de vencer una valla que el descreimiento de la madre y el dolor natural por la situación nos había interpuesto.

El Espíritu fue haciendo entre el grupo, Sandra y su familia una pequeña amistad; nos reconocía por nuestros nombres y hasta llegábamos "de casualidad" cuando necesitaban algo, aún fuera de las horas del servicio.

La mamá no entraba en razones y le era imposible descubrir a Dios en ese dolor. Nosotros sólo podíamos respetar su postura, entenderla y orar.

Decidimos ponernos de acuerdo y orar con todas nuestras fuerzas sanidad física, pero los planes del Señor eran muy superiores a los nuestros. Quería sanar el interior y transformar el corazón inclusive en nosotros.

Entramos como servidores y salimos servidos, haciendo verdad uno de los mandamientos del servicio de hospital, donde cada enfermo nos dice: «Comparte mis sufrimientos aunque no puedas quitarme el dolor, acompáñame. Me hace falta un gesto humano y gratuito que me haga sentir alguien y no algo o un caso interesante. Y cuando hayas hecho todo esto no olvides darme las gracias».

Poco a poco nos dimos cuenta que Jesús vivía en el corazón de Sandra y a través de ella nos mostraba la verdad que nos hace libres.

Nos mostraba a Jesús en la fe. Nos contaba que creía que Dios estaba presente en ese dolor y que ese sufrimiento era objeto de conversión para ella y su familia.

Nos mostraba a Jesús en la paciencia. Un día en que su boca estaba toda llagada, nos apretaba las manos y entre lágrimas oraba en silencio con nosotros, nunca una queja.

Nos mostraba a Jesús en su oración personal. Aún en los peores momentos, el Señorío de Jesús se hacía presente y pedía a los suyos que se callaran con ella porque quería unirse a nuestra oración.

Nos mostraba al Señor en la cruz. Ya le habían amputado su pierna a los 17 años y se preocupaba por el paciente de al lado (igual que Jesús en la cruz).

Nos mostraba que el Señor da la paz. Buscaba pacificar a su madre, la emocionaba con su entrega y la iba convirtiendo con su paz.

Nos mostraba a Jesús amor y humildad. Un mes antes de morir, cuando ya la habían llevado a su casa de Luján, nos enviaba cartas de agradecimiento y de recuerdo a cada uno. Pensaba en nosotros y se estaba muriendo, igual que Jesús.

A continuación transcribo la que yo recibí:

Luján, 4 de Setiembre
Querida Silvia:

Hola. Espero que se encuentre muy bien. Le cuento que yo siempre me acuerdo de usted, especialmente cuando me dio el almuerzo un día después que me habían operado, además la extraño a usted y a todos porque me había acostumbrado a sus visitas. Gracias por todo lo que me ayudaron. Mi mamá le manda un beso grande y yo me despido con un fuerte abrazo.

Sandra


Y como final, ella nos mostró a Jesús resucitado. Paradójicamente, el día de su muerte, temerosos de que la madre reaccionara mal al vernos, fuimos recibidos por una mujer traspasada por el dolor pero reconciliada con Jesús. Era una mujer abierta a la Palabra de Dios. Jesús resucitado le había enseñado en su propia hija la esperanza de la resurrección. Nos daba la impresión de que la madre quería empezar a hacer lo que Sandra le había pregonado con su vida. La madre quería aceptar, quería amarnos, quería compartir con nosotros su comida el mismo día del entierro de su hija, quería encontrar consuelo en Jesús.

Sin duda Sandra fue un ángel que Dios nos regaló en el camino de servir y que también nos convirtió a nosotros y con la que ahora contamos como intercesora directa en este servicio.

Como dice la Madre Teresa, nosotros estamos en contacto con el cuerpo de Jesús. Nuestro criterio de amor no es el de sus creencias, sino el de sus necesidades. Todos son Cristo sin excepción y no se puede encontrar una dignidad más sublime en las personas.

Gracias Señor porque sos fiel a tu Palabra cuando nos confirmas que «hay mayor felicidad en dar que en recibir».

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Silvia Adami de Pace
Cristo Vive Aleluia!
Nº 82, p. 24 (1992)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.