«Exhortada a tomar una decisión valiente y entregar las primicias del año
a Dios,
partí con todas esas dudas, resistencias y con el único testimonio
de mi búsqueda incansable de Dios»
Cuando me invitaron a misionar, dentro mío se movieron muchas cosas: resistencia a dejar mi lugar de comodidad de vacaciones en casa, alegría por el honor de que el Señor me llamara a servirlo, y otro sentimiento raro. Misionar me sonaba a los tiempos de la conquista, a tratar de imponer una religión por considerarla superior. Mi pastora me tranquilizó, aclarándome que ese no era el objetivo, sino que éramos invitados a "reavivar la fe" de la gente del lugar.
Sentía también que no tenía nada para dar, nada que testimoniar; que no me había encontrado con Dios de forma que pudiera salir a anunciarlo. Creía, entonces, que más que un bien iba a hacer un daño con mis dudas. Aún así, exhortada a tomar una decisión valiente y entregar las primicias del año a Dios, partí con todas esas dudas, resistencias y con el único testimonio de mi búsqueda incansable de Dios.
Cuando llegamos tenía la sensación de que estábamos todos entregados a la voluntad del Padre, y sentía deseos de agradecer. De agradecerle a Él que nos haya traído, por la posibilidad de esta prueba de fe, por la oportunidad de dar algo de todo lo recibido, de hacer algún bien a alguien, de ser útil al Reino. Le pedí a Dios ese día que cada vez más mi vida sea un servicio a su Reino y al prójimo, que extinga en mí el egocentrismo y encienda el vivir para los demás.
En nuestra primera oración alguien expresó: "Liberanos del peso de nuestra voluntad". De esta forma pido hoy a Dios que me desprenda de lo que yo quiero, que, como dice la canción, me haga disminuir para crecer Él en mí. Eso significa para mí en este momento correr del primer plano a otros dioses, como el estudio, que se lleva todas mis fuerzas. ¡Qué difícil me es entregar horas de estudio al servicio de Dios! Pero en la misión sentí cada vez con más fuerza la invitación a quitarle tiempo a los libros y ponerlo en la construcción del Reino. ¡Dame fuerzas para hacerlo!
Hasta entonces yo iba con la predisposición a pasar algunas incomodidades, pero resulta que me sentí casi como en casa, Dios nos bendijo con un clima hermoso, otras comodidades, y las atenciones amorosas de la gente que nos acercaba útiles varios, postres, y otras cosas que pudiéramos necesitar.
En esto Dios quiso trabajarme la humildad, enseñándome que "lo importante no es hacer cosas sacrificadas, sino lo que Él pide; en los grandes esfuerzos podemos caer en la tentación de gloriarnos". En mí nació el deseo de querer ser una humilde servidora de las pequeñas cosas, que nadie vea. Poder decirle: "Padre, aquí estoy para servirte", sabiendo que a Él no le hace falta más que yo quiera ser su instrumento, y que "Él mira con bondad la pequeñez de sus servidores". Así me regaló aceptación de los límites, que son una bendición cuando no nos permiten gloriarnos.
El primer día de visitas pedí adentro mío el poder sembrar en las personas la inquietud de buscar a Dios, pedí correrme de mí, sacarme del centro, apagar mis razones para dar paso al Espíritu. Qué difícil se me hizo escuchar historias de heridas, dolores, y no querer responder desde la naturaleza con soluciones humanas, el no dar consejos sino anunciar la Palabra. Cuánto hubiera querido solucionar las tristezas de todos con los que me encontré y se abrieron a mí. Y en esto descubrí que Dios me quería renovar en mi vocación por lo social, y hoy estoy segura de que quiero trabajar para las personas, para aliviar sus sufrimientos.
Qué hermoso fue que nos recibieran en cada casa, con esa apertura, que nos contaran su vida, y yo poder hacer silencio, y escuchar, ser el "oído de Jesús", como diría Daniel (otro de los misioneros). Poder servirle a alguien con necesidad de ser oído. ¡Cuánto amor por personas no conocidas se gestó en mí! Muchas me trasmitieron su testimonio de simpleza en el vínculo con Dios, lo que venía a movilizarme nuevamente en el trabajo de la humildad.
Disfruté mucho de eso en las visitas, haciendo el ejercicio de apagar los ruidos de adentro para recibir enteramente al otro. Y no fue esto para mí una entrega, sino un disfrute, un regalo de Dios, por eso sé que es lo que quiero hacer siempre.
Muchas veces compartí esto en la comunidad misionera, y es que mi conversión no fue un día, en un retiro, en un momento de mi vida, sino que Dios me va convirtiendo todo el tiempo en cada cosa que pongo en sus manos, en cada opción por Él, cada vez que le soy fiel.
La misión fue una de las decisiones de mi vida en las que Dos me tomó en sus manos y me dio otra forma, se valió únicamente de mi sí para moldearme el corazón y hacerlo un poco más parecido a la mujer convertida con el proyecto que Él pensó para mí. En el camino de fe voy tratando de darle a Dios lo que Él me va pidiendo y así me voy transformando.
¡Cuán lejos estoy aún! ¡Qué largo el camino que falta, qué bueno ir con otros! Y en esto último está lo más valioso que en la misión Dios me regaló: las personas que conocí, la posibilidad de construir vínculos de sanidad para mi afectividad. Tanto en los compartires profundos como en las conversaciones casuales, los chistes, etc. El poder compartir cosas importantes de la vida de cada uno y encontrarse con la experiencia del otro que es luz para nuestra vida. Poder recibir lo que el otro te cuenta, sorprenderse al conocerlo, y la alegría también de darse a conocer. ¡Que Dios nos permita seguir encontrándonos!
Además estoy re contenta con el regalo de la risa que Dos nos hizo, la alegría de reírnos juntos hasta el punto de no querer que se termine la sobremesa, y de hacer más amenos los momentos de trabajo. Así rescató la parte humana de mi relación con los hermanos, que hasta entonces había estado reservada a las cosas puramente espirituales.
Y en esto de los vínculos, le agradezco al Padre por enseñarme a conocerme en la mirada del otro, y sanar así, cosas de la imagen distorsionada que tenía de mí misma.
Estas son algunas de las cosas que pude reconocer como frutos de la misión. Sé que de a poco voy a ir reconociendo más, y que este es un año para profundizar en cada una, para llegar al fondo de lo que Dios quiso revelarme con esta invitación. Le pido al Padre el don del discernimiento para conocer su voluntad y el don de la fortaleza para trabajar este año en la construcción de la nueva civilización.
Que no deje pasar más tiempo, que aproveche mi juventud para ponerla desde ahora a su servicio, que me haga digna de ser una pequeña servidora.
Lucía M. |
La misión se llevó a cabo del 3 al 14 de enero de 2009 en
Avellaneda,
Santa Fe (Diócesis de Reconquista).
© El Movimiento de la
Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este
testimonio puede reproducirse
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