La violencia
había sido parte
de su vida,
hasta que conoció
a Dios a través del Proceso Comunitario para la Confirmación
En el año 2000 llegué al Proceso Comunitario para la Confirmación por la gracia de Dios. En realidad era mi hermano el que iba a entrar a hacer el Proceso. Los dos jugamos fútbol y esos días el PCC empezaba a las 4 de la tarde y nosotros a esa misma hora entrábamos a jugar.
Un día me dijo que lo reemplace en el PCC y que me haga pasar por él que se iba a jugar al fútbol. Yo accedí. Me quedé ese sábado, después me pidió que me quedara otro más y un tercero, hasta que no quiso ir más y seguí yo.
Yo necesitaba un grupo como para empezar una nueva vida. Todo había empezado cuando entré al secundario. Mis padres consideraron que ya era grande y me quisieron dar la noticia de que era adoptado. Yo lo tomé muy mal, rompí relaciones con ellos, empecé a tomar alcohol, fue un año seguido de tomar todos los días, desesperado por conseguir un trago de cerveza o de lo que sea.
Fue una etapa muy dura, en la que me sentía solo. Mi vida era la calle, vivía en una plaza, peleando con todos. Iba a un boliche y peleaba a la salida, peleaba en el colegio; si por la calle alguien me miraba ya era motivo de pelea, hasta que llegué un día casi a golpear a mi hermano.
Hacer el PCC fue muy duro, habían pasado ya los primeros seis meses y yo no me podía liberar de la violencia.
Fue durante el segundo retiro, casi a fin de año, que le pedí a Jesús que bendijera mis manos para que no sean violentas. Era la primera vez que le pedía algo. Lo hice interiormente, pero cuando los otros chicos cantaban canciones en voz alta, yo también trataba de gritárselo. Necesitaba que me escuche, estaba muy desesperado.
Pasó el año y me invitaron a enseñarles catequesis a chicos de unos barrios carenciados para prepararlos para la primera comunión. Después me invitaron a un grupo misionero también para recorrer pequeños pueblos, y así seguí con mi camino en los grupos hasta que me invitaron a servir por primera vez en un retiro.
Hace ya tres años, y sin darme cuenta descubro que mis manos, que golpeaban a cualquiera, hoy sirven para ayudar a otros.
Darío G. |
© Il Movimento della Parola di Dio, una comunità pastorale e discepolare cattolica. Questo documento inizialmente è stato pubblicato dalla relativa Editrice della Parola di Dio e può essere riprodotto a condizione che accenni alla relativa origine. Si prega di contribuire a tradurre questo testo in modo corretto.