«Os discípulos do Senhor
tenemos a misión de recoger comunitariamente
o cuerpo muerto de Jesús
na sociedade»
Terminando la Convivencia III del Cursillo de Evangelización, que hicimos las Comunidades de Vida del Centro de Córdoba en noviembre de 1998, abrimos el Evangelio al finalizar nuestra oración en Juan 19,38-42.
«Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús… Fue también Nicodemo, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes. En el lugar donde lo crucificaron había una tumba… y pusieron allí a Jesús».
Mientras una hermana leía el texto, Jesús me empezó a mostrar interiormente qué significado tenían esas palabras para nosotros, en este tiempo de la historia.
José de Arimatea y Nicodemo (los dos como expresión de la comunidad), que se habían hecho discípulos del Señor, tuvieron la misión en ese momento de recoger el cuerpo muerto de Jesús, preparándolo con perfumes y vendas para luego sepultarlo. Ellos, sin saberlo, estaban colaborando con la Resurrección del Señor.
En este momento de la humanidad, en donde Jesús está muerto en la sociedad, muerto en la violencia, en los odios raciales, en la guerra, el hambre, el egoísmo y la ambición de tener, la indiferencia por los hermanos, la falta de perdón y de respeto, el rechazo y la intolerancia…, los discípulos del Señor tenemos la misión de recoger comunitariamente el cuerpo muerto de Jesús en la sociedad.
Recoger el odio, la desesperanza, el sin sentido de la vida, aquellos que se pierden en la droga y el alcohol, las madres que abortan, los que están solos, las familias divididas o destruidas… en fin, la ausencia del Amor de Dios en los hechos cotidianos de la vida del hombre que matan a Jesús.
Y nosotros, los discípulos, no podemos dejarlo solo, necesita que lo atendamos en estas cosas, lo cubramos con el perfume de la misericordia, las vendas de la esperanza, olvidándonos de nosotros mismos y atendiendo a Jesús muerto en la vida del hermano. El Señor quiere que lo sepultemos en la tumba de la fe. La fe que espera contra toda desesperanza que Jesús resucite en el corazón de cada hombre, para levantar «un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva», la Civilización del Amor que Dios Padre pensó cuando nos creó.
Para que esto sea posible es indispensable la decisión y opción del discípulo de recibir, en el seno de la comunidad a este Señor y a colaborar desde proyectos comunitarios, laborales y de servicio en la creación de ambientes donde se manifieste al "Dios Vivo" en el hombre y entre nosotros.
«Ésta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Ap 21,3-4).
Roxana Femopase |
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