Navega mar adentro

Capítulo I
EL ESPÍRITU QUE NOS ANIMA

Nos dejamos impulsar por el Espíritu que animó a Jesús

3. El Espíritu Santo que nos anima (cf. RM 21-30) es el mismo que impulsó a Jesús. Él nos hace participar de la vida y de la misión del Salvador. Sin Él la evangelización es imposible (DV 5). Pero con su ayuda podemos ser testigos de Jesús en medio del mundo, para transformar la sociedad. Por eso, desde nuestras dudas, temores, cansancios y debilidades le pedimos:

Ven, padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.

4. Como Iglesia nos preguntamos ahora cuáles son las notas de la espiritualidad que ha de animar esta nueva etapa misionera (cf. EN 75-80; RM 87-91) en nuestra Patria (LPNE 33-36). Dicho de otro modo, cómo los bautizados debemos traducir la vida del Espíritu para contagiar la alegría de la salvación de Cristo en la Iglesia y en el mundo.


Amados por Dios   — Vivir cada día sostenidos por los brazos del Padre

5. Ante la tristeza de la soledad, la desilusión o la insatisfacción, los cristianos no olvidamos que «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Tenemos la certeza de ser amados y de vivir cada día sostenidos por los brazos del Padre. Esta convicción interior nos mantiene firmes en medio de un mundo desbordado por la desconfianza, la inestabilidad y la inseguridad (CCE 1828; RM 31). Aunque nos sabemos pobres y débiles, nos fortalece el amor de Dios que siempre toma la iniciativa. Porque «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16).

6. El Espíritu nos ilumina para que reconozcamos el amor infinito del Padre contemplando el rostro de Jesucristo (DM 1; NMI 23). Así vislumbramos el sentido último de nuestras vidas. Porque la máxima perspectiva de la dignidad humana es el llamado a vivir en amistad con Dios que Jesús nos hace (CCE 27).

Firmes en la esperanza   — Animados por la esperanza que no defrauda

7. Jesús está presente entre nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, en el hermano que sufre, en las alegrías cotidianas y de otras tantas maneras que nos ayudan a encontrarlo y que nos fortalecen para el camino (SC 7; CCE 1373; NMI 29; MF 17-20). Él lo prometió y en esa promesa confiamos: «Yo estaré siempre con ustedes» (Mt 28,20). Él ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Por eso, seguimos buscando construir una historia más justa, y nos alentamos unos a otros para no desanimarnos (NMI 58). En el trato frecuente con el Resucitado, recibimos un verdadero impulso que nos sostiene. Él es el manantial vivo de nuestra esperanza.

8. Un auténtico espíritu de esperanza implica esfuerzo firme y creativo. No es lamento, sino fortaleza que no se deja vencer; no es pesimismo, sino confianza generosa; no es pasividad, sino compromiso lleno de magnanimidad (CCE 274; TMA 46; JSH 19) y de «pasión por el bien» (Rom 12,9). Ella misma nos ayuda a discernir y reconocer las semillas del Reino que nunca faltan en medio de la oscuridad.

9. Además, el poder transformador de Dios que se manifestó en la Pascua, nos invita a esperar con toda la Iglesia su perfección en la gloria del cielo (CCE 1042; CCE 989-991; JSH 18). Porque el que resucitó a Jesús, también nos hará participar de su vida sin fin y para siempre, más allá de la muerte.

Con entrañas de misericordia   — La misericordia que busca la felicidad de los hermanos

10. No podemos olvidar que Dios quiere la felicidad de cada ser humano. Él creó todo para que lo disfrutemos (1 Tim 6,17), para que a nadie le falte lo necesario (CCE 294). Imitando su generosidad, que se manifestó hasta el fin en la entrega de Jesucristo, los creyentes queremos ser instrumentos de su vida para los demás (DM 1-9). Por eso, venciendo la tentación del egoísmo, intentamos salir de nosotros mismos, revistiéndonos de entrañas de misericordia, de bondad, «humildad, mansedumbre, paciencia» (Col 3,12) para procurar la felicidad de los hermanos.

11. La espiritualidad evangelizadora está marcada por un intenso amor a cada persona. A veces se expresa como compañía silenciosa y compasiva, otras veces es palabra que alienta, abrazo que consuela, paciencia que perdona, disposición a compartir lo que se posee, o se torna indignación por la injusticia, y la denuncia proféticamente (NMI 50; SD 157-163). Se trata, siempre, de hacernos cercanos y solidarios con el que sufre. En este mundo donde frecuentemente nos sentimos desamparados, ignorados, utilizados, excluidos, ¿no es indispensable oír el llamado del Espíritu a cuidarnos y sostenernos unos a otros con entrañas de misericordia?

En la mística de comunión   — Espiritualidad de la comunión

12. Jesús, antes de entregarse a la pasión, imploró ardientemente al Padre «que todos seamos uno para que el mundo crea» (Jn 17,21) (LPNE 35). La comunión de la Trinidad nos interpela y nos convoca a estrechar vínculos. Por eso, el Papa nos ha recordado que hace falta promover una «espiritualidad de la comunión» (NMI 43), que parte de nuestra comunión con Dios, antes de programar cualquier acción pastoral en concreto.

13. Desde una auténtica conversión hacia cada hermano y hermana, los cristianos aceptamos vivir en fraternidad cuando oramos juntos, dialogamos, trabajamos, compartimos fraternalmente y planificamos. Esta espiritualidad de comunión nos permite valorarnos unos a otros de corazón y apreciar la riqueza de la unidad en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Y cuando caemos en la tentación de hacernos daño, nos mueve a optar una vez más por la reconciliación (EA 32).

14. En un mundo donde reina la competencia despiadada, que a veces nos contagia, los cristianos sentimos el llamado de Dios a hacer juntos el camino (EA 27), a buscar las coincidencias y superar los desencuentros para convivir como hermanos. De este modo podremos ser testigos de Jesucristo en nuestra Patria, para ofrecer el signo del amor que estimule un estilo de sociedad más fraterna, justa y solidaria.

Con fervor misionero   — Valientes y fervorosos testigos de Jesucristo

15. Somos misioneros porque hemos recibido un bien que no queremos retener en la intimidad. Es lo que todo ser humano necesita encontrar (EA 8-12). Lo que hemos visto y oído reclama que lo transmitamos a quienes quieran escucharnos. La Iglesia existe para evangelizar (EA 68). Tiene como centro de su misión convocar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo.

16. Esta misión que Dios nos confía exige luchar contra nuestras inclinaciones egoístas y contra cualquier desánimo. La riqueza de la Buena Noticia reclama evangelizadores convencidos y entusiastas, como los primeros cristianos, que daban testimonio de su fe con clara coherencia. Cuando somos testigos valientes y fervorosos, experimentamos que evangelizar es verdaderamente «la dicha y la vocación propia de la Iglesia» (EN 14). Porque somos depositarios de un tesoro que humaniza, que aporta vida, luz y salvación. «Conservemos el fervor espiritual». No perdamos «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EN 80). Nada en la Iglesia tiene sentido si no se orienta a esta ardiente audacia misionera, ya que ella es evangelizadora por naturaleza (AG 2).

En la entrega cotidiana   — La santidad vivida en la misión de cada día

17. La santidad se vive especialmente cuando procuramos evangelizar en medio de las actividades y preocupaciones de cada día. El Espíritu Santo, a través de la Iglesia, suscita en cada fiel un anhelo de santidad, un fuerte deseo de renovación personal que no sólo se alimenta en la oración, sino también en la misión cotidiana (EA 28).

18. Toda la Iglesia crece en santidad comunitaria y misionera gracias a la misión cotidiana de cada madre o padre de familia, a la tarea incesante de catequistas, maestros, misioneros de manzana, voluntarios de Caritas y a las otras muchas formas de entrega (LPNE 40): en el laborioso empeño de los laicos por realizar bien su trabajo, en el testimonio heroico y humilde de consagradas y consagrados, en el ministerio fiel de cada presbítero o diácono al preparar la homilía o atender a un enfermo, en cada visita pastoral del obispo y en todo cuanto forma parte de la planificación pastoral de la diócesis.

19. La clave de la espiritualidad de comunión para la nueva evangelización es el amor fiel y perseverante, vivido y comunicado en la pastoral ordinaria (NMI 29). En la simplicidad de lo cotidiano, expresamos el ardor misionero e intentamos responder comunitariamente a las exigencias de los tiempos nuevos (LPNE 34).

20. Esta es la mística que ha de impulsar toda la acción evangelizadora de la Iglesia en la Argentina (LPNE 33). Desde este espíritu evangélico íntegro, debemos discernir los grandes desafíos del mundo de hoy, profundizar la verdad que comunicamos y asumir criterios comunes para realizar, con humilde perseverancia, las acciones destacadas.

Este documento se ofrece instar manuscripti para su divulgación. Es una copia de trabajo para uso interno de El Movimiento de la Palabra de Dios, y ha sido depurada dentro de lo posible de errores de tipeo.