Carta Pastoral

Renovar nuestras comunidades cristianas

Parte I
RADIOGRAFÍA DE NUESTRAS COMUNIDADES ECLESIALES

1. Una mirada analítica

6. Renovar las comunidades eclesiales presupone conocer su situación, su temperatura creyente y eclesial. Tal situación no es homogénea, sino variada. Una radiografía elemental de nuestras diócesis refleja niveles de fe y de vida cristiana muy diferentes. Vamos a describirlos sucintamente.

1.1. Los creyentes motivados y comprometidos

Son el núcleo central y más vivo de nuestras comunidades. Nos conforta su adhesión viva a Jesucristo, su servicio a la comunidad cristiana y su generosidad en el compartir. Tienen una sensibilidad religiosa despierta, que se refleja en una práctica orante diaria o frecuente. Buscan una mayor formación que les ayude a vivir una auténtica vida cristiana en la familia, en el trabajo, en las pruebas de la vida, en el uso de los bienes. Su fe constituye un auténtico estímulo que les induce a asumir compromisos de servicio dentro de la comunidad cívica o de la comunidad eclesial.

Sienten preocupación dolorida ante la creciente debilidad de la Iglesia, a la que aman mucho. Es su casa. Experimentan esta debilidad en miembros de su misma familia y sufren por ello. Se preguntan si en un futuro próximo el declive de la fe no va a reducir a la Iglesia a un residuo sin relieve. Quisieran que esta Iglesia fuese más evangélica, menos clerical, más participativa. A pesar de ello siguen en la brecha con tenacidad y fidelidad. Encuentran en la fe y en la oración consuelo y fortaleza.

Ciudadanos de esta sociedad concreta e impregnados de su sensibilidad, no todos sintonizan siempre fácilmente con algunas formulaciones doctrinales y morales de la Iglesia. Pero esta tensión, nacida de su pertenencia a la comunidad humana y a la comunidad cristiana es bien asumida. Una actitud hecha de fidelidad y de libertad es su talante habitual.

Este núcleo ha crecido mucho en los dos últimos decenios. Son muchos miles; más numerosos los que se comprometen en tareas eclesiales que los que se implican en virtud de su fe en la humanización de la sociedad a la que se sienten enviados por el Señor. Tal vez la tentación mayor de este primer grupo es la desesperanza ante el rumbo de la sociedad y el debilitamiento evangélico del conjunto de la comunidad cristiana. Con frecuencia tienden a acentuar más los males eclesiales y sociales que a identificar sus aspectos luminosos.

Son un tesoro para la Iglesia, un consuelo y esperanza para sus pastores.

1.2. Los cristianos practicantes

7. Se mantienen fieles a la práctica semanal de la Eucaristía. Un buen número responden también a otras convocatorias: catequesis cuaresmal, celebraciones de la Penitencia, marchas a Santuarios, Vía Crucis, Asambleas parroquiales… Colaboran económicamente con la comunidad cuando se trata de necesidades eclesiales y sociales. Se muestran bastante sensibles afectiva y activamente a la miseria del Tercer Mundo. Con todo, se sienten más bien destinatarios de unos servicios religiosos que miembros habitualmente activos de la comunidad eclesial.

Es un grupo todavía muy numeroso, pero en neto y continuo descenso. Los porcentajes en nuestras diócesis son desiguales, pero progresivamente bajos. Resulta patente y preocupante la débil presencia de jóvenes y de la generación entre los 30 y los 50 años.

Bastantes pertenecen a generaciones para las cuales la Misa dominical entra como una pieza natural dentro del programa de la semana. La práctica religiosa es para ellos una valiosa herencia que han recibido. Se han identificado vitalmente con ella y quieren sinceramente conservarla, porque "forma parte de su mundo" y es signo especial de su fe. Otros continúan fieles a esta práctica cuando muchos de su generación se han ido descolgando por desidia, por decepción, por enfriamiento de su fe. Sienten que ésta "les dice algo". Su fidelidad a este Encuentro cristiano fundamental no es, pues, fruto de la mera costumbre, sino una opción personal.

Los cristianos practicantes oran, siquiera de manera simple, vocal y frecuente, sobre todo en momentos de emergencia. Su espiritualidad, aunque sólida, es bastante elemental. Tantos años de escucha de la Palabra y de la predicación han dejado en ellos la herencia de criterios y actitudes honestas y cristianas. Con todo, la influencia del ambiente cultural y de las formas de vivir actuales se deja sentir en el pensamiento, la sensibilidad y el comportamiento de bastantes. La adhesión mental y práctica a determinadas pautas morales de la Iglesia no es tan clara ni tan generalizada sobre todo en el campo de la ética sexual, familiar y social. Tales incoherencias no deterioran, sin embargo, en ellos la conciencia, el afecto confiado y la voluntad de pertenecer a la Iglesia. Se autodenominan sin vacilaciones "católicos practicantes".

Al ser, con mucho, el más numeroso, este grupo contribuye decisivamente a la creación de la imagen social de la comunidad cristiana. Por un lado, al congregarse cada domingo para la Eucaristía, constituyen el rostro tal vez más visible y habitual de la Iglesia. Si su número siguiera descendiendo la misma visibilidad de la Iglesia quedaría desdibujada. Por otro lado la mediocridad cristiana de bastantes practicantes difumina sensiblemente el testimonio evangélico, que es razón de ser de la Iglesia.

1.3. Los practicantes ocasionales

8. Un considerable porcentaje de bautizados (aproximadamente un tercio según los sondeos realizados) se desentienden del encuentro semanal de la Eucaristía. Su práctica religiosa pública queda reducida a la celebración litúrgica de momentos especiales de su existencia por medio del bautismo, la primera comunión, el matrimonio o los funerales. En unos, el desarraigo de su parroquia de origen, las exigencias del ocio en los fines de semana, la "normalización social de la inasistencia" y otros factores han producido este desenganche. En otros, más jóvenes, la costumbre de la misa dominical apenas ha existido en la historia de su vida. La escasa apetencia religiosa es uno de los caracteres preocupantes de este grupo. No por ello se sienten desligados del todo de la comunidad cristiana. Es más: "quieren que en nuestra sociedad exista la Iglesia institucional y los valores que representa" [10]. En las encuestas se califican a sí mismos como "católicos no practicantes". Pero sus lazos reales con la comunidad son, por lo general, débiles. Poco conectados con ella, son propensos a compartir en cierta medida con el ambiente una imagen poco positiva de la comunidad eclesial y de sus pastores. Sus criterios y comportamientos morales no parecen distinguirse significativamente de los del conjunto de la sociedad. Su espiritualidad es, en muchos casos, bastante pobre.

Tres rasgos de valor incalculable subyacen sin embargo en estos "creyentes desvanecidos". Cuando son interpelados acerca de su fe responden inmediatamente que son creyentes. Hay un "algo" precioso, que los mantiene ligados a una fe siquiera fragmentada e imprecisa y que les vincula también a la Iglesia a la que no quieren dejar de pertenecer. El segundo rasgo es la oración. Los estudios sociológicos muestran que un buen porcentaje ora eventual o esporádicamente, a veces intensamente. El tercer rasgo es la inquietud religiosa que se despierta en una proporción numérica no desdeñable cuando, con ocasión de los sacramentos de los hijos, se sienten invitados a repensar su actitud religiosa. Sin embargo, estos tres tesoros parecen más bien restos de un naufragio. Los sociólogos observan que, año tras año, estos "católicos no practicantes" van pasando a engrosar el grupo de los indiferentes.

1.4. Los alejados de la vida de la comunidad

9. Hay todavía un grupo de bautizados cuyos vínculos con la fe y la Iglesia son más tenues, casi inexistentes. Muchos de ellos afirman creer en Dios. Pero su rostro no tiene trazos vigorosos. Es una especie de sol mortecino. El nombre de Dios no les es ni familiar ni movilizador. Más que creer en Dios, creen que Dios existe. Esta creencia no tiene influencia ninguna en su diario vivir. Algunos tienen de Él una imagen nebulosa y desdibujada, de rasgos apenas personales. "Tiene que haber Algo" es su expresión socorrida. Otros están incluso cercanos al agnosticismo: "creo que existe, pero no estoy muy seguro". Jesucristo es para ellos un personaje de una talla mental y moral excepcional pero no están muy convencidos de que sea el Hijo de Dios. Del Evangelio aprecian casi exclusivamente sus valores morales de signo humanista. El conjunto del mensaje cristiano les parece una construcción mental tejida, a lo largo de los siglos, en torno al recuerdo de Jesús. La oración no tiene cabida en sus vidas, salvo en momentos muy críticos y angustiosos.

Se autocalifican cristianos y católicos. Pero estas expresiones tienen en ellos un sentido casi exclusivamente sociológico. Tienen conciencia, más o menos explícita, según su nivel cultural, de pertenecer a esa tradición occidental que tuvo al cristianismo y a la Iglesia como su principal matriz y su aliento inspirador. Quieren seguir perteneciendo a esa tradición cultural que les ha modelado. Cuando en ocasiones, más bien excepcionales, se acercan a la Iglesia, pretenden expresar y mantener su pertenencia a dicha tradición. Son «católicos sin Iglesia, sin Cristo Salvador y sin Dios Padre» [11].

Han llegado a su situación actual a través de muchos caminos. El abandono de la práctica les privó del contacto cercano con testigos vivos de la fe. Un concepto estrecho de la razón, que no admite como razonable lo que es misterioso, ha ido vaciando por dentro el edificio de su fe temprana, como las grandes termitas carcomen la pulpa de los árboles en un bosque tropical: quedan el tronco y el ramaje casi vacíos. Una forma de vivir que se mueve en los espacios de una familia, una profesión y unas relaciones sociales, que no les suscitan preguntas más radicales, les asienta en su posición.


NOTAS

[10] M. KEHL, Adónde va la Iglesia, Ed. Sal Terrae (Santander 1997), p. 143.

[11] Cf. Ef 2,12.