Transcurría el año 1975, tenía 16 años y cursaba 4° año en un colegio católico. Mis intereses de ese momento estaban centrados en las salidas, la ropa, el deporte, mis amigos… Pero a pesar de tener todas estas cosas en abundancia, en lo profundo de mi ser había una honda tristeza, el amargo sabor del sin sentido, un vacío existencial que nada llenaba.
Con esta situación interior llegué al "retiro espiritual" organizado por la religiosa catequista del curso, junto al Padre Ricardo Mártensen y a Ignacio B., que estaba como colaborador.
Yo me encontraba con muchas resistencias y un poco a disgusto, pero en la segunda mañana —durante el trabajo personal— tuve mi primera experiencia de Dios. Comencé a sentir que Jesús, el Hijo de Dios, me salía al encuentro para rescatarme y llenar mi corazón.
No podía entender, ya que en medio de mi vida tan distante de Dios, metida en la superficialidad, el Señor me manifestaba su gran amor.
En ese instante desapareció el sabor amargo de mi corazón. Dios llenaba lo más íntimo de mi ser y me descubría la felicidad de su Presencia.
Durante el retiro, el P. Ricardo nos invitó a hacer oración comunitaria de manera espontánea, y luego propuso formar un grupo de oración que se reuniría semanalmente en el colegio "Mater Purissima" con Ignacio.
Salí del retiro totalmente transformada, la alegría de haberme encontrado con Jesús me desbordaba.
A partir de ese momento mi vida cambió, tomó otro rumbo, empezó a transitar mi historia de salvación.
La modificación de vida fue tan honda y repentina, que causó gran desconcierto en mis amigos, compañeras de curso y en mi familia.
Los frutos del encuentro con Dios no se hicieron esperar: se modificaron totalmente mis intereses vitales, dejé de fumar, regalé la ropa que tenía como tesoro, empecé a participar activamente en las clases de catequesis, cambié mi manera de hablar, me encontraba alegre y servicial en mi casa. Retomé la vida sacramental descubriendo un nuevo amor a la Iglesia. Se acabó el aburrimiento y la abulia de mi vida vieja. ¡Había resucitado en Cristo a una vida nueva!
Fui transitando el camino de conversión en el grupo de oración que dio continuidad a mi primer encuentro con el Señor.
De la experiencia de oración comunitaria puedo destacar algunas gracias fundamentales recibidas:
• El amor de Dios presente fue sanando y liberando mi interior, dándome un nuevo gozo para vivir.
• El don de la fraternidad derramado en la oración por el Espíritu Santo me hizo experimentar a los otros como hermanos, siendo todos hijos de un mismo Padre.
• La fuerte manifestación del Espíritu Santo en el derramamiento carismático de sus dones y en el impulso a caminar en santidad.
• La Palabra de Dios se hizo cercana, mostrándose como el único estilo de vida válido para edificar la existencia.
Todo mi camino fue sellado de un modo especial por la experiencia del amor del Padre haciendo Alianza con mi vida.
Progresivamente descubrí que ese amor me llamaba a una entrega total, sin retaceos, en una pertenencia exclusiva de mi persona a Dios. Y fue a comienzos del año 1976 cuando, en una oración personal de profunda intimidad con el Padre, sentí que me decía: "Vivirás como laica consagrada en comunidad y fraternidad con tus hermanas tomando el ejemplo de tu Madre, María".
A partir de ese momento, con la honda certeza de que mi vida le pertenecía al Padre, comencé el camino de discernimiento hacia la consagración en Nazaret, que comenzaba a germinar en Buenos Aires.
A lo largo del camino no faltaron las dificultades, la tentación, el dolor del crecimiento, pero la compañía del Espíritu fue siempre la posibilidad de seguir hacia delante.
Descubrí que las promesas del Padre se cumplen, y en el año 1983 se constituyó la primera comunidad de Nazaret femenino en Córdoba. Con muchos límites pero con un gran anhelo de vivir a fondo el Evangelio de Jesús.
En este momento tengo ya 30 años, y a lo largo de ellos he visto muchos signos y prodigios del Señor en la gestación y el crecimiento de este Centro de Córdoba.
Hoy siento que Dios me invita a ser fiel en lo poco desde la disponibilidad real a su Voluntad, haciéndome testigo del fuego que el Espíritu ha encendido en mí.
Por todo lo que el Señor obró y por aquello que no llego a expresar, puedo decir:
«Te doy gracias Señor, por tu Amor, no abandones la obra de tus manos…»
Viviana Ruffener |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |