«Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio» (2 Tim 4,1-5).
Cuando tenía 17 años, el Señor me regaló esta Palabra. Durante varias semanas, había estado preguntándole al Padre qué quería de mi vida, para qué me había creado. Apenas la leí y sin saber bien por qué, no tuve dudas de que me quería anunciándole la Palabra a los más jóvenes.
Al poco tiempo me invitaron al retiro de catequistas. Y el primer sábado de servicio en el PCC, orando en casa antes de salir para la parroquia, me volvió a hablar el Señor con esta Palabra. Era el año 1997, y vinieron después muchos años de servicio, de anunciar la Palabra, de ser testigo de tantas gracias que el Señor derrama en los jóvenes que se acercan al Proceso Comunitario para la Confirmación.
Estuve en varias zonas pastorales: en Buen Pastor (Barrio de Caballito en Capital Federal), en Villa Adelina (Prov. de Buenos Aires), en Córdoba, en La Cumbre… En cada lugar el impulso del Espíritu en mí es el mismo, me lleva a "gastar" la vida para que muchos jóvenes se encuentren con el Amor que conquistó mi corazón casi a la misma edad que ellos tienen.
Cada sábado me encuentro con el Amor del comienzo, me siento ungida por el Espíritu que me arrebata, que me saca de lo que sea que esté viviendo: dudas, preguntas, oscuridades… Todo desaparece cuando dejo paso al Señor para que haga lo que quiera conmigo y con ellos.
Los frutos siempre son los mismos: un amor cada vez más grande por Jesús, que nos amó primero; una alegría honda del Espíritu por cada paso que dan los chicos, por cada compartir, por cada gesto y cada oración. ¿Cómo volver a dudar de que tenemos un Dios vivo y de que Él es Amor? ¿Cómo no querer pertenecerle a Él por completo? En cada reunión estoy cara a cara con Dios, con el llamado que me hizo, con la identidad de catequista que me regaló. Él me quiso consagrada a su Amor, y en mí esto se realiza en vivir consagrada al anuncio de la Palabra, consagrada a los jóvenes. Yo tengo sólo barro y dos monedas, pero ¡esto es todo lo que Él necesita!
¡El retiro de Mendoza fue estar en el Cielo! Comenzó el sábado pero el viernes participé de una misa en esa ciudad y allí el Señor me habló de nuevo en 2 Tim 4. El Amor de Jesús acortó distancias: los chicos no me conocían, yo no los conocía a ellos ni sabía qué estaban viviendo, pero nada fue obstáculo para el paso del Señor en el anuncio de la Palabra. Con muchos pude charlar personalmente y le agradezco tanto a Dios ese privilegio… ¿Quién soy yo para que me abran así su corazón? El sábado a la noche me conmoví de nuevo como en el retiro de Córdoba por la gracia de la oración. ¡Qué consuelo para el corazón de Jesús debe haber sido escucharlos orar de esa forma, tan sencilla y especialmente tan sincera al momento de pedir perdón! Algunos compartieron después que fue como confesarse con Jesús; sin importar que estuvieran los demás, sólo lo veían a Él en la cruz y con Él hablaban.
El domingo no faltó la alegría de la vida nueva completada con la gracia del sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Volví a Córdoba con el tesoro que es la vida de cada uno en mi corazón… y no dejo de interceder por ellos. ¡Dios quiera hacerme fiel a la vocación de catequista que me dio para poder seguir dando testimonio de su inmenso Amor!
Yanina Manassero |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |