INTRODUCCIÓN |
PRIMERA
PARTE VERBUM DEI |
SEGUNDA PARTE VERBUM IN ECCLESIA |
La Palabra de Dios y la Iglesia |
La Iglesia acoge la Palabra |
Contemporaneidad de Cristo en la vida de la Iglesia |
La
liturgia, lugar privilegiado de la Palabra de Dios |
La
Palabra de Dios en la vida eclesial |
TERCERA
PARTE VERBUM MUNDO |
CONCLUSIÓN |
Habla, Señor,
que tu Iglesia
te escucha
50. El Señor pronuncia su Palabra para que la reciban aquellos que han sido creados precisamente «por medio» del Verbo mismo. «Vino a los suyos» (Jn 1,11): la Palabra no nos es originariamente ajena, y la creación ha sido querida en una relación de familiaridad con la vida divina. El Prólogo del cuarto Evangelio nos sitúa también ante el rechazo de la Palabra divina por parte de los «suyos» que «no la recibieron» (Jn 1,11). No recibirla quiere decir no escuchar su voz, no configurarse con el Logos. En cambio, cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical: «A todos los que la recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Recibir al Verbo quiere decir dejarse plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo, con el «Hijo único del Padre» (Jn |
1,14). Es el principio de una nueva creación, nace la criatura nueva, un pueblo nuevo. Los que creen, los que viven la obediencia de la fe, «fueron engendrados por Dios» (cf. Jn 1,13), son partícipes de la vida divina: «hijos en el Hijo» (cf. Gal 4,5-6; Rom 8,14-17). San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de Juan, dice sugestivamente: «Por el Verbo existes tú. Pero necesitas igualmente ser restaurado por Él» [174]. Vemos aquí perfilarse el rostro de la Iglesia, como realidad definida por la acogida del Verbo de Dios que, haciéndose carne, ha venido a poner «su morada entre nosotros» (cf. Jn 1,14). Esta morada de Dios entre los hombres, esta Šekina (cf. Ex 26,1), prefigurada en el Antiguo Testamento, se cumple ahora en la presencia definitiva de Dios entre los hombres en Cristo. |
51. La relación entre Cristo, Palabra del Padre, y la Iglesia no puede ser comprendida como si fuera solamente un acontecimiento pasado, sino que es una relación vital, en la cual cada fiel está llamado a entrar personalmente. En efecto, hablamos de la presencia de la Palabra de Dios entre nosotros hoy: «Y yo estoy con ustedes hasta al fin del mundo» (Mt 28,20). Como afirma el Papa Juan Pablo II: «La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por esto Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les "recordaría" y les haría comprender sus mandamientos (cf. Jn 14,26) y, al mismo tiempo, sería el principio fontal de una vida nueva para el mundo (cf. Jn 3,5-8; Rom 8,1-13)» [175]. La constitución dogmática Dei Verbum expresa este misterio en los términos bíblicos de un diálogo nupcial: «Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado; y el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3,16)» [176]. |
La Esposa de Cristo, maestra también hoy en la escucha, repite con fe: «Habla, Señor, que tu Iglesia te escucha» [177]. Por eso, la constitución dogmática Dei Verbum comienza diciendo: «La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el santo Concilio» [178]. En efecto, se trata de una definición dinámica de la vida de la Iglesia: «Son palabras con las que el Concilio indica un aspecto que distingue a la Iglesia. La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino. Es una consideración que todo cristiano debe hacer y aplicarse a sí mismo: sólo quien se pone primero a la escucha de la Palabra, puede convertirse después en su heraldo» [179]. En la Palabra de Dios proclamada y escuchada, y en los sacramentos, Jesús dice hoy, aquí y ahora, a cada uno: «Yo soy tuyo, me entrego a ti», para que el hombre pueda recibir y responder, y decir a su vez: «Yo soy tuyo» [180]. La Iglesia aparece así en ese ámbito en que, por gracia, podemos experimentar lo que dice el Prólogo de Juan: «Pero a todos los que la recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). |
[174] In Iohannis Evangelium Tractatus, 1,12: PL 35,1385.
[175] Carta enc. Veritatis splendor, 25.
[176] Dei Verbum, 8.
[177] Relatio post disceptationem, 11.
[178] N. 1.
[179] Discurso al Congreso La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia (16 setiembre 2005).
[180] Cf. Relatio post disceptationem, 10.
Este documento se ofrece instar manuscripti para su divulgación. Es una copia de trabajo para uso interno de El Movimiento de la Palabra de Dios, y ha sido depurada dentro de lo posible de errores de tipeo o traducción. Para facilitar su lectura las citas bíblicas se tomaron de El Libro del Pueblo de Dios.