MARÍA EN LA IGLESIA

Anterior Siguiente

"María es quien, significada por Eva, recibe en figura el nombre de Madre de los vivientes. Allí se llama madre de los vivientes a Eva después de oír: Eres polvo y volverás al polvo (Gén 3,19); después de haber pecado. Y es extraño que después de aquel pecado se le diera nombre tan grande.
Y, según lo sensible, todo el género humano sobre la Tierra ha nacido de aquella Eva.

Pero en realidad, la vida misma nace en el mundo por María, de manera que es ella quien da a luz al Viviente y es, por eso, María Madre de los vivientes... Eva fue causa de la muerte para los hombres; María fue causa de la vida".

(San Epifanio)

¡Dios te saluda, María!

1. ¡Dios te salve, María!

Te saludamos con el Ángel: Llena de gracia. El Señor está contigo (cf. Lc 1,28).

Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas! (cf. Lc 1,42.45).

Te saludamos con las palabras del Evangelio: Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido (cf. Lc 12,27).

2. ¡Tú eres la llena de gracia!

Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.

3. ¡El Señor está contigo!

Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.
Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

4. Bendita...

porque creíste en la Palabra del Señor,
porque esperaste en sus promesas,
porque fuiste perfecta en el amor.

Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,
por tu bondad materna en Belén,
por tu fortaleza en la persecución,
por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
por tu vida sencilla en Nazaret,
por tu intercesión en Caná,
por tu presencia maternal junto a la cruz,
por tu fidelidad en la espera de la resurrección,
por tu oración asidua en Pentecostés.

Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos
por tu materna protección sobre la Iglesia
por tu constante intercesión por toda la humanidad.

5. ¡Santa María, Madre de Dios!

Queremos consagrarnos a ti.
Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
Porque tu Hijo Jesús nos confió a todos a ti.
Porque has querido ser Madre de esta Iglesia de Colombia y has puesto aquí en Chiquinquirá tu santuario.
Nos consagramos a ti todos los que hemos venido a visitarte en esta celebración solemne de los cuatrocientos años de la renovación de tu imagen.

Te consagro toda la Iglesia de Colombia, con sus Pastores y sus fieles:
Los obispos, que a imitación del Buen Pastor velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida por el Reino de Cristo.
Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
Los laicos comprometidos en el apostolado.
Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
Los enfermos, los pobres, los encarcelados, los perseguidos, los huérfanos, los desesperados, los moribundos.
Te consagro toda esta nación de Colombia de la eres, Virgen de Chiquinquirá, Patrona y Reina.
Que resplandezcan en sus instituciones los valores del Evangelio.

6. ¡Ruega por nosotros pecadores!

Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.

Te pedimos por la Iglesia de Colombia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en al disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.

Te suplicamos que toda la Iglesia de Latinoamérica se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y caridad.

Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

7. Ahora y en la hora de nuestra muerte

¡Virgen del Rosario, Reina de Colombia, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora.

Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.
Que cese la violencia y la guerrilla.
Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.
Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad.
Te lo pedimos a Ti a quien invocamos como Reina de la Paz.
¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a Ti como Madre y Patrona.

Sé para todos nosotros, Puerta del Cielo, vida, dulzura y esperanza, para que juntos podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. ¡Amén!

(Juan Pablo II, viaje apostólico a Colombia, julio de 1986).