La invitación fundamental es
la de descubrir
el amor de Dios
en la propia realidad
y a partir de allí, empezar a
hacerle un lugar
a la oración,
a la lectura
de la Palabra
y al compartir
con los hermanos
Se trata de
una experiencia universal,
abierta para
todos
aquellos
que no conocen
a Dios,
y que quieren hacerlo,
no
importa
de dónde vengan
Esta experiencia que surgió en el año 1982, cumple trece años de su nacimiento y hoy como ayer, sigue siendo una novedad para cada uno de quienes fuimos, somos o seremos parte del PCC.
Si tuviéramos que definirla en pocas palabras, podríamos decir que es una experiencia del amor de Dios en el servicio a los hermanos, en el anuncio del Evangelio y en la conversión de la propia vida.
Así de breve pero de profunda es nuestra realidad dentro del cuerpo de quienes servimos en el PCC. Para los que no nos conocen, nuestra manera de presentarnos es la de "una preparación" para recibir el sacramento de la Confirmación; pero conociéndolo de cerca, sabemos que el Proceso es mucho más que eso.
Fundamentalmente y como su nombre lo indica, los hermanos que de él participan desarrollan una experiencia que paulatinamente los va acercando a un Jesús que se revela y que se "mete" poco a poco en sus vidas.
La invitación fundamental es la de descubrir el amor de Dios en la propia realidad y a partir de allí, empezar a hacerle un lugar a la oración, a la lectura de la Palabra y al compartir con los hermanos. El PCC es ante todo, un servicio que nació para darle vida a la Iglesia, para nutrir a las parroquias con su carisma. Aquí no hay quienes saben más y quienes aprenden, sino que todos, catequistas y confirmandos, compartimos y tratamos de descubrir lo que Dios va haciendo en cada uno, porque todos tenemos un solo Maestro, Jesús, que nos pone en cada reunión frente a una nueva búsqueda. Si bien existe un plan de charlas, el Proceso no es eso, sino una búsqueda continua, y por sobre todas las cosas, es un proyecto pastoral.
En comunión con la Iglesia, nuestra experiencia más fuerte del amor de Dios pasa por la entrega de Jesús en una Pascua que se renueva por cada uno. Por otra parte, el espacio en el que podemos compartir, lo vivimos como un tiempo para darnos al otro, para recibir la vida y para aprender de a poco el misterio que encierra tener un solo Padre y descubrirnos hermanos, y en eso radica la segunda parte de nuestro nombre, "comunitario".
Es también en este espíritu comunitario que cada uno de los catequistas tratamos de caminar como cuerpo de servicio, en el acompañamiento a nuestros hermanos.
El crecimiento en número nos sorprendió año a año. Las inquietudes fueron mayores y los pedidos de diferentes parroquias no dejaron de llegar para que nos extendiéramos, aunque preferimos crecer despacio y enraizarnos en los lugares en los que ya estábamos establecidos. De a poco, fuimos extendiéndonos; así el PCC, que había nacido en la Parroquia Nuestra Señora de Loreto, llegó a la Catedral de Avellaneda, a Florencio Varela, a Nuestra Señora del Rosario en Avellaneda, a Luis Guillón, a Castelar, a Mar del Plata, a La Plata, a Capital Federal, Junín, José C. Paz y muchos lugares del interior del país.
Lo maravilloso de este crecimiento fue que no sólo nos extendimos y crecimos en número, sino que el Espíritu nos puso en comunión para que la Iglesia creciera no sólo en cantidad sino fundamentalmente, en la opción por buscar y conquistar un lugar en la Iglesia de Jesús, porque se trata de una experiencia universal, abierta para todos aquellos que no conocen a Dios, y que quieren hacerlo, no importa de dónde vengan.
El experimentar su amor nos conduce a una conversión de corazón muy profunda y realmente podemos decir que somos testigos de nuevos milagros de Jesús, en los que muchos hermanos descubren un nuevo sentido para su vida, una posibilidad nueva de mirar hacia adentro, de tomar su camilla y ponerse a caminar.
Es importante destacar que este servicio a la Iglesia tiene como objetivo primordial, el abrir las puertas a Dios para que Él obre como quiera. Todos los que formamos parte de este proyecto podemos afirmar que nos acercamos por el testimonio de otros que ya habían descubierto qué significaba dejar a Jesús entrar en el corazón, por eso decimos que somos fruto de la gracia del Señor en la vida de nuestros hermanos.
Si esta extensión territorial no fuera suficiente, vino otra. Poco a poco, empezaron a acercarse a esta experiencia, inicialmente para jóvenes de quince a treinta años, numerosos adultos; tal es así que quienes en un principio eran una minoría dentro de un grupo, ahora tienen "su propio grupo". Su presencia fue de mucha gracia para todos los catequistas. No podemos negar lo mucho que nos sorprendimos frente a los primeros veinte adultos que comenzaron el PCC, porque no sabíamos cómo recibirían esta propuesta. Luego nos dimos cuenta de que los años no habían pasado en vano, que Dios se había encargado de hacernos crecer, y aprendimos fundamentalmente a pedirle al Señor que nos mostrara qué quería para ellos y también para sus pastores.
El PCC ya no era una propuesta para adolescentes, diez años lo habían hecho crecer y ya tenía brazos suficientes para recibir a nuestros hermanos mayores. Hoy, sin duda, afirmamos que cada uno de sus testimonios nos interpela y nos moviliza a volver la mirada a Dios y a reconocer que su Obra sigue estando en sus manos y que nosotros no vamos a dejar de sorprendernos frente a lo que Él tiene para hacer en nuestras vidas, así como nos maravilló un día en el que fuimos invitados a servirlo y a anunciarlo en nuestro lugar de conversión. Y esto nos coloca continuamente frente a la necesidad de pedirle a Jesús que nos convierta el corazón para que Él sea anunciado como quiera, más allá de nosotros mismos.
Quiera el Señor que se realice en nosotros este llamado que nos hizo una vez y nos sigue haciendo a diario de anunciar la Palabra de Dios (cf. Mc 16,15).
Querida Laura:
En esta carta quiero contarte todo lo que me pasó este año. El comienzo de 1994 no fue muy bueno para mí. En pocos días pasaron muchas cosas que me confundieron bastante. Estaba triste, desilusionada, había caído en un pozo profundo del cual pensé que nunca saldría. En mi corazón había una gran herida, había envidia, egoísmo y mucho odio. Sentía que ya no tenía sentido seguir viviendo. Hablar con mi familia y amigos me hacía bien pero no los dejaba que me ayudasen a sentirme mejor. Un domingo, a la salida de misa me dieron un papel invitándome a un "Proceso de Confirmación". Yo no tenía ningún interés en ir, pero mamá me convenció y empecé. Entraron en mi vida trece personas que sí pudieron ayudarme. Sábado a sábado me dieron mucho de lo suyo y a través de los anuncios de la Palabra, de los cantos, de lo que compartíamos, descubrí que Dios estaba dentro de mi corazón. Entonces el rencor, la envidia, el odio, quedaron atrás y volví a darme cuenta de que la vida tiene sentido.
Esperé con ansiedad mi primer retiro. Fueron tres días maravillosos en los que compartí un montón de cosas, pero lo más importante fue mi primer encuentro con Jesús. A Dios tengo que agradecerle muchas cosas, tener una familia, salud, amigos y lo más importante, lo tengo a Él. No tengo motivos para no ser feliz.
Fernanda - PCC Junín
Karina L. Fernández |
© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia. |