Carta Pastoral

Renovar nuestras comunidades cristianas

INTRODUCCIÓN


1. La conversión a Jesucristo y a su Evangelio no es un episodio puntual y pasajero de la vida cristiana, sino un proceso constante y necesario. Son innumerables las páginas del Antiguo Testamento en las que somos invitados reiteradamente a convertirnos a Dios [1]. Jesús inaugura su ministerio público con el mismo mensaje: «El Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en el Evangelio» [2]. La llamada enérgica de Jesús es repetida con alta intensidad y frecuencia a lo largo de todo el Nuevo Testamento [3]. Vivir como cristiano consiste en convertirse continuamente. Este axioma es válido para las personas, las comunidades y las mismas instituciones de la comunidad del Señor.

Hay una época del año litúrgico en la que se vuelve más explícita y apremiante la llamada de Dios a la conversión: la Cuaresma. En ella, Dios mismo, a través de la Iglesia, nos ofrece más abundantemente su Palabra, la gracia del Sacramento de la Reconciliación, la Eucaristía que consolida nuestro retorno al Señor. En ella, la Iglesia nos exhorta a orar más y mejor, a practicar la austeridad que nos hace más sensibles ante la voz de Dios y a desprendernos más generosamente de nuestros bienes en favor de los necesitados. La Cuaresma es, pues, "tiempo fuerte" de conversión [4].

Conversión y renovación

2. La Escritura utiliza una gran variedad de términos para designar este rasgo esencial de nuestra vida cristiana.

Convertirse es retornar a Dios [5], purificarse [6], reconciliarse [7], cambiar de orientación vital [8]. Cada una de estas expresiones evoca mejor que las demás alguno de los múltiples aspectos de la conversión cristiana. Una de ellas recoge más explícitamente el aspecto que quisiéramos subrayar en esta Carta Pastoral: en los escritos del Nuevo Testamento convertirse equivale a renovarse.

En varios pasajes, el apóstol Pablo, en sintonía con todo el Nuevo Testamento, nos apremia a renovarnos interiormente despojándonos del «hombre viejo» y revistiéndonos del «hombre nuevo creado a imagen de Dios para llevar una vida santa» [9].

Convertirse es, pues, para Pablo, transformarnos en hombres y mujeres nuevos. El vocabulario por él utilizado nos aclara que la renovación no consiste en crear otros creyentes y otras comunidades, sino en hacer que estos creyentes y estas comunidades sean "otros", es decir, más impregnados de la pasión por Dios, más tocados por la debilidad hacia los pobres, más modelados en su conducta por los valores evangélicos, más auténticos testigos de la fe.

Una renovación a fondo

3. La perspectiva paulina de la conversión nos resulta altamente iluminadora y actual en un momento en el que nuestras diócesis están empeñadas en un proceso de renovación espiritual y de remodelación pastoral.

En efecto, la renovación postulada por san Pablo no consiste ni en inventar ni en restaurar ni en retocar la vida cristiana personal o comunitaria. La Iglesia ya está inventada, aunque necesitamos creatividad, valentía y paciencia para colaborar con el Espíritu en su renovación. La Iglesia no necesita ser restaurada según el modelo de tiempos recientes ya caducos, aunque habrá de redescubrir y reincorporar valores evangélicos que se han debilitado en ella. La Iglesia necesita algo más que simples retoques que dejan prácticamente intactas sus brechas y sus heridas actuales; habrá de implicarse en una renovación profunda que la conduzca a aceptar a Jesucristo como único Señor y a situarse en actitud de servicio evangélico a la comunidad humana.

Los destinatarios de la Carta Pastoral

4. Al escribirles este mensaje pensamos, en primer lugar, en el núcleo vivo de nuestras comunidades que comparten con nosotros la misma fe y el mismo amor y preocupación activa por la Iglesia. Son nuestros primeros destinatarios. Quisiéramos ofrecerles alguna claridad en tiempos de bruma y confortar su esperanza. Tenemos también ante nuestra mirada a los numerosos practicantes habituales que celebran con nosotros la Eucaristía dominical y necesitan ser invitados a una vida cristiana más evangélica, más activamente corresponsable en la Iglesia y más interpeladora para la sociedad. Nos dirigimos además a aquellos bautizados que mantienen una fe siquiera debilitada y unos vínculos circunstanciales con la comunidad eclesial, con el ánimo de ayudarles a descubrir la verdad, la belleza, la bondad y la dicha de ser auténticos cristianos y con el propósito de advertirles del riesgo de ir perdiendo progresivamente su fe.

Deseamos asimismo establecer un diálogo con aquellos increyentes que experimentan con alguna frecuencia una insatisfacción por su modo de vivir y se preguntan a sí mismos si eso es todo lo que hay que hacer en esta vida y todo lo que se puede esperar de ella. Quisiéramos mostrarles que, gracias a Aquél que murió y resucitó por nosotros, vivir es mucho más que eso. No podemos olvidar, en fin, a aquellos otros increyentes entregados a causas nobles que constituyen para ellos verdaderas "religiones sin Dios": la búsqueda de la verdad, el compromiso por la justicia y la práctica de la solidaridad. Apreciamos su honestidad y generosidad y queremos mostrarles «el Dios desconocido» que está en el fondo de sus mejores inquietudes.

Estructura de la Carta

5. El primer capítulo quiere responder a la pregunta: ¿"cómo estamos"? Intenta ser una mirada descriptiva de la situación de nuestras comunidades eclesiales (parroquiales y no parroquiales) y de los creyentes que las componen. Esta mirada pretende ser, al mismo tiempo, analítica y sintética. Por ser analítica, describirá la variada gama de creyentes que se extiende desde la adhesión honda a la fe y a la comunidad hasta los umbrales mismos de la indiferencia religiosa. Por ser sintética recogerá aquellos rasgos, desafíos, problemas y deficiencias que afectan globalmente a nuestras comunidades diocesanas. Vamos a encontrarnos con un panorama que si en algunos puntos es alentador, resulta en otros muchos gravemente preocupante.

El segundo capítulo quiere explicar por qué nos hallamos hoy en esta situación. Retrataremos y valoraremos el ambiente que nos envuelve, poderoso y altamente modelador de la mentalidad, la sensibilidad, las actitudes y los comportamientos de creyentes e increyentes. Junto a estas causas exteriores anotaremos y valoraremos algunos factores interiores a la misma Iglesia que han contribuido también a su actual situación.

El tercer capítulo será, más bien, interpretativo. Diseñará una lectura creyente de "la noche" por la que pasan nuestras Iglesias. Al mismo tiempo destacará los "signos del nuevo día" que empieza a entreverse en sus sombras. Y esbozará algunos rasgos de la espiritualidad reclamada por la estructura misma de nuestra fe y por la coyuntura de nuestro tiempo.

La situación de la sociedad y de la misma Iglesia están reclamando que adoptemos o consolidemos unas opciones básicas necesarias para que la comunidad cristiana y sus miembros mantengamos y aquilatemos, en tiempos de crisis, nuestra identidad, ofrezcamos el Evangelio de Jesús y contribuyamos a humanizar nuestro mundo. Identificar y describir estas opciones constituirá el meollo de un nuevo capítulo: el cuarto.

De unas opciones básicas asumidas con coherencia se deriva la elección de unas actividades prioritarias que sean una parcial y modesta encarnación de aquellas opciones. No podemos hacerlo todo. Hemos de concentrarnos en lo fundamental y realizarlo de manera adecuada. El capítulo final se propone enumerar y exponer estas prioridades.


NOTAS

[1] Jer 3,19-25.

[2] Mc 1,15.

[3] 2 Cor 5,20; Ap 2-3.

[4] Cf. 2 Cor 6,2.

[5] 1 Pe 2,25.

[6] Ez 36,25ss.

[7] 2 Cor 5,18.

[8] Mt 4,17.

[9] Ef 4,22-24.