Hola, hermanos. Mi nombre es Valentina y tengo 21 años. Escribo este testimonio para compartir con ustedes la experiencia en la Pascua que hicimos en la provincia de San Luis junto a mi familia: mis papás, José y Mariela, y mis hermanas Marianela (26 años), Luciana (24 años) y Clarisa (15 años).
Cuando nos hicieron la propuesta de ir en misión a San Luis y celebrar el retiro de Pascua allí, nos parecía un regalo inmenso de Dios. Confiarnos esta misión a todos y hacernos testimonio en un lugar totalmente diferente. Para mis papás esta tarea fue incluso más significativa. Ellos conocieron el Movimiento en 1993, cuando fueron invitados a viajar a Córdoba desde San Juan para hacer su retiro de pascua. En aquel entonces, yo no había nacido aún, a pesar de sus dudas, aceptaron sin imaginar cuánto cambiarían sus vidas y su fe. A día de hoy, gracias al sí que dieron, junto al de otros hermanos y hermanas, el Movimiento pudo cultivar una fuerte semilla en nuestra querida provincia de San Juan.
Es por ello que este servicio no se vio como un sacrificio, sino como una oportunidad para todos de contribuir con nuestra propia semilla en la misión de la Obra. Fue una forma de compartir la novedad del amor de Dios que mis padres experimentaron en 1993 y que ha perdurado en nuestras vidas. Teníamos el deseo de ver en los otros la admiración y el anhelo de aprender y experimentar a este Dios que ama y perdona, como lo experimentamos nosotros. Es por eso que aceptamos esta propuesta impulsados por este agradecimiento a Dios.

El desafío era grande porque a todos nos implicó dejar nuestras comodidades; pero en eso Dios tenía preparada la gracia. Los seis viajamos con la intención de ofrecer nuestras dos monedas. En Merlo nos esperaban, con el corazón muy dispuesto, Natalia, Verónica, Anica y Carolina, quienes habían estado en los grupos de oración, pero por diversas situaciones se mudaron y no pudieron continuar participando. Permanecía en ellas la búsqueda por llevar al Movimiento a esa ciudad. Y esa disposición es la que Dios tomó para hacer posible esta primera Pascua en Merlo.
Pienso que la familia es la comunidad primera que todos tenemos, es decir, más allá de la comunidad particular de cada uno. Son hermanos que no elegimos, pero donde se revela por primera vez el amor fraterno. Como familia nos gustaba la idea de testimoniar diferentes realidades de vida: matrimonial, adulto joven, camino a consagración, estudiantes y adolescente. Nos esperaron con la misma diversidad de realidades. Llegaron hermanos muy adultos con vidas dedicadas a la parroquia, familias con niños, adolescentes, trabajadores, catequistas, e incluso hermanos con discapacidad. Nos alegró mucho poder acompañarlos a todos y ver como cada uno podía encontrarse con Jesús resucitado de diferentes maneras. Al final, ellos terminaron siendo testimonio para nosotros.
Los hermanos y hermanas que venían por primera vez tenían mucha curiosidad por conocer el Movimiento y saber más de María. Era hermoso ver en ellos ese enamoramiento primero por el Señor que sale al encuentro en cada gesto de amor. En San Luis la novedad era nuestro carisma. Desde este lugar pudimos apreciar la abundancia que tenemos del carisma, es decir, la gran posibilidad del encuentro sincero con el hermano, los retiros y jornadas, las asambleas de alabanza, el anuncio de la palabra, los cantos, etc. Valoramos profundamente poder tener allí la posibilidad del encuentro con Dios desde el Movimiento.
En familia sentíamos que no podíamos hacer otra cosa más que agradecerle a Dios tanta confianza puesta en nosotros. Que no fue solo sembrar una semilla en ese pueblo sino llevarles también este fuego carismático a las hermanas que hacía años la extrañaban. En ellas también veíamos el testimonio de la búsqueda e insistencia de compartir el carisma en Merlo. No podíamos parar de agradecer el apoyo y la oración de todos, porque hicieron que la Pascua se sintiera muy acompañada. Es inexplicable, pero sentíamos ese hogar de la Obra, y ese ambiente de familia (aunque hubiésemos sido pocos hermanos y en un lugar diferente). Dios estuvo allí y también María.


De hecho, el día del sábado, cuando cantábamos y orábamos la canción de “Comunidad” sentimos nostalgia y orgullo. Como si aquel fuera un himno que nos identificara. Nos sentíamos en la casa del Movimiento de la Palabra de Dios y queríamos darle la bienvenida a San Luis.
En conclusión, esta fue una experiencia que solo Dios pudo hacerla posible. En lo personal siento que me impulsa más a salir de la zona de confort. Dar nuestro propio sí, ser testimonios de Dios y ver como el Señor nos sorprende haciéndonos testigos de su amor. Nuestro sí fue pequeño, pero tenemos esperanza de que Dios consigue grandes cosas con nuestra disposición. Ya lo vimos en esta Pascua y estoy segura que seguiremos viéndolo durante toda la vida.